En una cordillera de picos nevados, un grupo de aventureros atravesaban una tormenta. Avanzaban a paso firme, y por su formación se notaba que estaban acostumbrados a climas extremos.
Desde una montaña cercana, una gigantesca sombra se alzó sobre los cielos. Extendió dos enormes alas, haciendo que la tormenta danzara a su alrededor. Sus ojos, llenos de desdén, se fijaron en el grupo que ascendía.
—¡Un dragón de tormenta! —exclamó uno de los aventureros con pánico.
Los demás también mostraron rostros de horror. En sus cuellos colgaban placas doradas… excepto uno, que llevaba una de adamantita.
El dragón rugió con furia, lanzando un poderoso aliento que mandó al grupo por los aires. Con algo de suerte, cayeron dentro de una grieta que se internaba en la montaña.
Había lugares como ese en todo el mundo.
A este se le conocía como el "Monte de las Tormentas", hogar de dragones.
Tras la caída, los aventureros se reagruparon y continuaron su camino. Cuando por fin se sintieron a salvo, hicieron un pequeño campamento y se sentaron alrededor de una hoguera improvisada.
Uno de ellos habló, con la mirada perdida en las llamas.
—En momentos como este… es cuando más extraño a mi familia. Pensar que en cualquier momento un dragón podría matarte… me hace querer ver una última vez a mis amigos. ¿No te pasa lo mismo, Tardik?
—Ja, ja, ja —rió el hombre de barba corta. Pensar en tus seres queridos es normal… pero no solo debería ser en situaciones difíciles. Deberías tenerlos siempre en mente.
—Tú debes tener la cabeza llena entonces, con tantos discípulos que tratas como si fueran tus hijos.
Tardik volvió a reír.
—Ja, ja… es verdad. Aquellos con los que compartí mi herrería y crié como si fueran mis hijos… son mi mayor tesoro.
A kilómetros de distancia, en una noche igual de fría, otro dúo de aventureros compartía historias alrededor de una vela.
Arthur y Krank guardaron silencio durante un rato, sorbiendo su cerveza de vez en cuando. Finalmente, Arthur rompió el silencio.
—Puedo imaginar qué clase de persona es tu maestro. Debiste haber tenido grandes aventuras viajando con alguien así.
Krank soltó una sonora carcajada.
—La verdad es que sí —asintió. De esas aventuras que los bardos cantan en sus canciones: subiendo picos para cazar dragones, adentrándonos en bosques malditos, navegando por océanos de tinta… Conocí a mucha gente y descubrí varios misterios de este mundo.
Arthur alzó una ceja. Ese era un tema que realmente le interesaba. Debo entender qué entidad me trajo a este mundo.
—¿Tienes alguna historia de entidades o dioses que traigan seres de otro mundo? —preguntó sin muchas esperanzas de obtener una respuesta afirmativa.
Pasó un instante, y Krank no dijo nada. Arthur levantó la vista… y se encontró con los ojos sorprendidos del orco.
Tras unos segundos, Krank habló.
—Sé de una historia.
Arthur tragó saliva. No esperaba eso.
—¿Puedes contármela?
Krank dudó un poco, pero terminó asintiendo.
—Bueno… es una historia antigua que solía contar un historiador que viajó con nosotros durante un tiempo. Pero… —hizo una pausa y bebió un largo trago de cerveza. Es más probable que sea un mito que una realidad… o eso espero que sea.
Mientras las jarras de cerveza se volvían a llenar y la noche se mantenía joven, dentro de aquella pequeña habitación, nuestro filósofo aventurero no sabía que la historia que estaba a punto de escuchar cambiaría su vida para siempre.
Sería una bendición… o una maldición. Solo el destino lo sabría.