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Chapter 30 - Historia de un viejo orco

—Hace mucho tiempo, los orcos eran muchos más que los humanos —comenzó Krank, con la mirada perdida en la llama de la vela. Fue la época más próspera de nuestra raza. Poblábamos todo el mundo y éramos temidos por las demás especies.

 

Arthur lo observaba en silencio.

 

—Pero con el tiempo, nuestra supremacía empezó a decaer. No porque nos volviéramos más débiles… sino porque los humanos se hacían cada vez más fuertes. Así, el declive de los orcos fue inevitable.

 

Krank suspiró, bebiendo de su copa.

 

—Años después, apenas podíamos vivir ocultos en cavernas o bosques, lejos de las ciudades humanas. En el bosque de Girk aún sobrevivía un pequeño clan llamado Orcos de Obsidiana. Aunque ocultos, vivíamos en paz. Éramos de los pocos que no cazaban humanos.

 

 

—El jefe de ese clan solo deseaba el bien para su gente. Sabía que no podíamos ganar contra las demás razas, así que priorizó la supervivencia y tranquilidad del clan… pero su hijo no era igual.

 

Krank dejó escapar una sonrisa amarga.

 

—Le gustaba cazar y pelear contra todo oponente que se le cruzara. Era temerario, fuerte y valiente. Lo llamaban Kranis, el general orco. Su amor por la batalla lo llevó a enfrentarse a poderosos guerreros de la época… y siempre salía victorioso. Para algunos, era un héroe. Pero su terquedad trajo la desgracia a su gente.

 

 

—Como todos los días, Kranis salió a buscar presas. Humanos, bestias… cualquier cosa que pudiera desafiarlo. Cuando estaba por volver sin suerte, vio un grupo de humanos en las afueras del bosque. Eran guerreros poderosos.

 

 

—Los cazó sin pensarlo. Tras una feroz batalla, volvió orgulloso con la cabeza de uno de ellos como trofeo. Pasaron los días… hasta que una fatídica noche, el clan fue asediado.

 

La voz de Krank se volvió grave.

 

—Guerreros armados atacaron sin piedad. Masacraron hombres, mujeres y niños por igual. Fue una noche teñida de sangre y fuego. Kranis luchó con furia, pero el número era abrumador. Tras resistir todo lo que pudo, cayó bajo miles de espadas.

 

Krank cerró los ojos.

 

—La noche se tiñó de escarlata. Las casas ardían y el hedor a sangre cubría todo. Orcos que no cazaban humanos… Tuvieron que pagar por el error de uno solo.

 

El orco apretó la mandíbula.

 

—Para la mañana, todo había acabado. Solo quedaban cenizas y humo. Los mercenarios y soldados se retiraron. Pero… entre los matorrales, un pequeño orco se escondía.

 

Arthur sintió un nudo en la garganta.

 

—Apretaba una lanza con manos ensangrentadas. El miedo lo paralizaba. No podía moverse, solo observar cómo mataban a su familia. Lloraba de impotencia, con las uñas clavadas en la carne.

 

—Cuando quedaron pocos humanos, ese niño vio su oportunidad. Se lanzó contra uno y le clavó la lanza en una pierna… pero era solo un niño. El guerrero lo pateó con fuerza. Vinieron más y empezaron a golpearlo. Para él… ellos eran las verdaderas bestias.

 

Arthur respiró hondo, sintiendo rabia por dentro.

 

—Cuando estuvieron a punto de matarlo… una ráfaga de viento barrió todo a su alrededor. Los humanos salieron volando. Una figura apareció entre el humo: un humano de barba pálida y recortada. Se acercó al orco agonizante… y se lo llevó.

 

Krank sonrió con melancolía.

 

—Así fue como conocí a mi maestro. En aquel entonces, era un herrero contratado por esas familias. Me llevó con él a recorrer el mundo. Me enseñó el oficio. Y aunque era humano… jamás me pidió que no los odiara. Solo me mostró que en cualquier raza puede haber una bestia… y también alguien amable de buen corazón.

 

Arthur lo miró con respeto y simpatía. Sentía que ahora entendía un poco más al viejo orco.

 

—Supongo que eso te hizo más fuerte —dijo en voz baja.

 

Krank soltó una carcajada ronca.

 

—Me hizo ser quien soy.

 

—Esa armadura me recuerda a Kranis y también que donde hay desgracia, resentimiento y odio, también puede haber amor, bondad y empatía. 

Afuera, el viento susurraba. La vela parpadeó y el silencio se instaló entre los dos.

El joven y el viejo orco se quedaron allí, compartiendo bebida y recuerdos, mientras la noche cubría el pueblo de Lacos.

 

Fin del capítulo.

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