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Chapter 28 - Filo del alba y Filo del ocaso

Tres días pasaron en un parpadeo. Arthur caminaba por las calles de piedra, esquivando a comerciantes y aventureros que iban y venían por el distrito comercial. Hoy, por fin, podría verse como siempre había querido.

 

Un apuesto y valiente héroe, con una capa negra y armas poderosas reluciendo en su cintura.

 

Bueno… al menos las armas, lo demás… ya veremos.

 

Parado frente a la entrada de la herrería, con el sonido constante del martillo golpeando el yunque resonando desde dentro, se quedó un momento perdido en sus fantasías.

 

Respiró hondo y entró.

 

El calor de la forja lo envolvió al instante, junto al inconfundible olor a metal fundido y aceite quemado. Vio a la figura familiar parada no muy lejos, observando un trozo de papel con el ceño fruncido.

 

Avanzó unos pasos más y dijo:

 

—Viejo orco, ¿tienes listas mis armas?

 

Krank volteó para mirarlo y gruñó.

 

—Maldito mocoso, por supuesto que ya están listas. —Si dije tres días, entonces son tres —replicó el orco. Se dirigió a una estantería y sacó dos espadas cortas de poco menos de un metro, envueltas en fundas negras. Caminó hacia Arthur y se las entregó.

 

—Es lo mejor que podrás obtener con esos materiales… al menos en esta región.

 

Arthur tomó las espadas con manos ligeramente temblorosas. Siempre había peleado con piedras y palos. Hoy, por fin, había obtenido una buena recompensa por sus esfuerzos.

 

Con cuidado, desenvainó las espadas. Frente a él aparecieron dos hojas exquisitas. La punta era afilada y, al bajar hacia la empuñadura, tomaban una leve curva. Una parecía tan frágil como el cristal, pero a la vez emitía un aura poderosa de un tenue color cian. La otra era robusta, pero con detalles que le daban una mezcla perfecta entre poder y ligereza.

 

Las observó embelesado, incapaz de apartar la vista.

 

Krank gruñó.

 

—Deberías estar agradecido. No a todo el mundo le fabrico armas tan buenas. Utilicé los dos núcleos alfa… y también las garras y la cola.

 

Arthur lo miró y dijo:

 

—Gracias, viejo orco.

 

Aunque solían insultarse y pelear, en el fondo se respetaban mutuamente.

 

Krank esperaba en secreto ese agradecimiento. Su impresión de Arthur mejoró, aunque solo un poco.

 

Tosiendo, dijo:

 

—Ajam… Deberías ponerles un nombre a tus espadas. Yo estuve pensando en algunos que suenan genial.

 

Sacó el papel que sostenía hace un momento y comenzó a leer:

 

—Primera opción: "Dientes del gran herrero orco".

Segunda opción: "Ira y cólera del gran herrero orco".

Tercera opción: "Deidad orco y orco demonio".

Cuarta opción: "Amor y gloria del gran herrero orco".

 

Krank se cruzó de brazos, sonriendo expectante.

 

Arthur puso una cara verde, como si acabara de comerse un insecto. Agitó una mano y respondió:

 

—¿Qué basura de nombres son esos? Hasta una roca pensaría en algo mejor.

 

Krank gruñó con cara de odio.

 

—Maldito mocoso…

 

Arthur guardó silencio, pensó por un momento y volvió a mirar sus espadas.

 

—Tú, que eres tan clara y frágil, serás "Filo del Alba". Y tú, robusta y grisácea… "Filo del ocaso".

 

Así, Arthur nombró a sus primeras armas.

 

Krank bufó, molesto.

 

—No tienes estilo para nombrar armas, mocoso… aunque no suenan tan mal. "Filo del alba y Filo del ocaso"… Bah. Aunque sigo pensando que mis nombres son mejores.

 

—Bien. Si no tienes nada más, vete —dijo Krank.

 

Arthur sacó dos piedras de su bolsa y preguntó:

 

—¿Puedes hacer armaduras o accesorios con estas piedras?

 

Krank lo miró molesto.

 

—Soy un herrero, no un joyero. Solo fabrico armas.

 

—Entonces, ¿puedes crearme algún tipo de daga?

 

—Claro que puedo, pero no lo haré gratis.

 

—¿Cuánto?

 

El orco negó con la cabeza.

 

—Necesito materiales.

 

Arthur lo pensó por un momento y asintió.

 

—¿Puedes tenerla lista para mañana? En dos días parto hacia el Bosque Púrpura. Si la puedes tener para entonces…

 

—Una simple daga la termino en un parpadeo —rió Krank con fuerza. Ven mañana por ella. Ahí te daré la lista de materiales que necesito.

 

Con las espadas enfundadas a la espalda, como cierto asesino de un videojuego, Arthur salió de la herrería. El sonido del martillo y el chisporroteo del metal fundido quedaron atrás mientras se perdía entre las callejuelas del distrito.

 

Fin del capítulo.

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