En la herrería del pueblo de Lacos, el orco Krank miraba una bolsa con la mirada perdida. Específicamente, dos pequeñas esferas del tamaño de una mano. Las tomó con cuidado y pudo ver cómo en su interior una energía muy pura se concentraba; parecía un líquido transparente.
Krank, con la boca bien abierta, miró al joven frente a él como si viera a un fantasma. Intentó pronunciar palabras, pero sólo balbuceaba incoherencias.
Arthur lo miró con una sonrisa de suficiencia y dijo:
—¿Tanto te impresiona un núcleo de dos coronas, viejo orco? Esas malditas bestias solo son papas fritas para mí. Me las encontré mientras daba un paseo por el bosque. Intentaron huir, pero como buen cazador, nunca dejo escapar a mi presa.
El orco salió de su estupor y lo miró como si fuera un tonto.
—¿Quién mierda te creería esa mentira? ¿Cómo obtuviste estos núcleos?
—¿Insinúas que los robé?
Krank lo observó de pies a cabeza y soltó:
—No pareces un joven de una familia rica, así que no pudiste haberlos comprado. Solo se me ocurre que se los quitaste a algún despistado.
Arthur frunció el ceño, un poco molesto.
—Ya te dije que traería los mejores materiales, ¿por qué no me crees? Solo encontré un par de bestias debilitadas y las maté. ¿Tan raro es?
Krank suspiró con fastidio.
—Eres un idiota… Lo que mataste no eran bestias de dos coronas, eran bestias alfa.
Arthur lo miró desconcertado.
—¿Bestias Alfa?
Krank resopló.
—Es normal que no lo sepas. Hay muy poca información sobre las bestias alfa. Solo sé que son criaturas especiales que han evolucionado. Tienen más inteligencia y mucha más fuerza. También son muy raras de encontrar… Parece que la diosa de la fortuna te tiene en mucha estima.
¿Encontrarme con dos bestias que podrían matarme de un ataque es suerte…?
Arthur recordó entonces lo que le dijeron en el gremio.
—Pero la recepcionista del gremio aseguró que eran núcleos de dos coronas.
Krank gruñó.
—Esos malditos del gremio no tienen idea. Bueno… para cualquiera que nunca ha visto un núcleo alfa, es fácil confundirse.
—¿Núcleo Alfa?
—Así se les conoce, porque provienen de los Alfa. Son muy parecidos a los normales, pero en cuanto a maná concentrado están muy por encima.
Esta vez fue Arthur quien abrió la boca, con la mirada perdida. Krank lo miró y añadió:
—¿Ya ves por qué no te creía? Aunque pienso que no podrías matar a un dos coronas… no es imposible. Pero los Alfa son más fuertes y más listos. Si tuviera que darles un rango, estos núcleos estarían entre dos y tres coronas.
Arthur tragó saliva.
—¿Puedes hacer armas con eso?
Krank soltó una carcajada.
—¿Con quién crees que estás hablando, maldito mocoso? Soy uno de los mejores herreros de la región. Claro que puedo. La verdadera pregunta es… ¿Trajiste los materiales que te pedí?
Arthur se rascó la nuca, tartamudeando un poco.
—E-eso… solo pude conseguir las colas de escorpión.
Krank revolvió la bolsa, sacó los núcleos, las colas y algunas garras. Luego dijo con voz grave:
—Me quedaré con la mitad. Ese será mi pago por crear tus armas.
Arthur frunció el ceño, pero terminó asintiendo. Sabía que, si quería armas nuevas, Krank era su mejor opción.
Bueno… igual yo no maté a esas bestias, fueron ese lobo y escorpión… pensó.
Krank lo miró con una ceja alzada.
—¿Qué armas quieres que te fabrique? ¿Dagas, espadas, lanzas
Arthur lo pensó por un momento.
—Dos espadas.
Krank asintió.
—Bien, mocoso. Vuelve en tres días.
Arthur salió de la herrería con una sonrisa. Guardó la nota de encargo en su bolsillo y se dirigió al gremio para vender los materiales restantes.
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En lo profundo del Bosque Púrpura, dentro de una cueva de cristal iluminada por la tenue luz del maná, tres siluetas se movían rápidamente entre los restos de combate.
Una de ellas se agachó junto a un charco de sangre fresca. Tocó el líquido con la punta de los dedos y murmuró:
—Nos ganaron.
La segunda silueta exclamó, visiblemente alterada:
—¡¿Cómo es posible?! Llevamos meses persiguiendo a esas bestias. ¿Cómo puede llegar alguien y simplemente matarlas?
La tercera, con tono sombrío, respondió:
—Debe haber un cazador fuerte en la zona… Mejor salgamos de aquí.
Sin perder más tiempo, las tres figuras se desvanecieron entre los árboles, como si nunca hubieran estado allí.
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Fin del capítulo.