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Chapter 24 - Más allá del miedo

Después de estar desmayado por no se sabe cuánto tiempo, Arthur poco a poco empezó a abrir los ojos. Intentó levantarse, pero aún le dolía todo el cuerpo. La herida de su pecho estaba cerrada, aunque lentamente la poción seguía curándolo. Por otra parte, la de su hombro aún estaba abierta, pero ya no corría sangre. Aun así, estaba muy pálido y con frío.

 

Trató de arrastrarse fuera del agujero. Con un poco de pánico, miró a su alrededor; quería asegurarse de que no hubiera ninguna bestia cerca, ya que en su estado actual solo podría dejarse comer por ellas.

 

Cuando logró ponerse de pie, caminó hacia el cadáver del lobo gris.

 

La enorme bestia estaba empalada por las estacas de cristal. La sangre fluía como un río. Arthur se acercó y tomó sus dos dagas, que aún colgaban del cuerpo. Eran de la más baja calidad y ya estaban a punto de romperse, pero era lo único que tenía para defenderse.

 

Se sentó a un lado, sacó algo de pan rancio y carne seca de su bolsa y empezó a comer.

 

Afuera, los relámpagos púrpuras aún caían.

 

Después de comer y beber un poco, Arthur miró su hombro. La herida era tan profunda que casi se podía ver el hueso. Buscó algún ungüento y vendas entre sus cosas, se aplicó lo poco que tenía y se recostó sobre una piedra. Cerró los ojos, agotado.

 

Pasaron unas horas. Cuando despertó, lo primero que hizo fue revisar su mapa y planear su próximo movimiento.

 

Mmm… en este momento me encuentro en la Cueva de Cristal, que se ubica en el centro de la segunda capa. Según este mapa, el Bosque Púrpura se divide en capas, y mientras más te adentras, más fuerte son las bestias…

 

Leyó atentamente.

 

Primera capa: sin corona, a veces de 1 corona.

Segunda capa: 1 a 2 coronas.

Tercera capa: 2 a 3 coronas.

Cuarta capa: 4 coronas.

Quinta capa: sin explorar.

 

Supongo que ese lobo y el escorpión eran de 2 coronas…

 

Arthur suspiró.

 

—Lo mejor que puedo hacer ahora es descansar y regresar a Lacos. No pude conseguir todos los materiales que me encargó el orco, solo toca esperar que acepte estos nucleos, seguro me hace un arma. Seguir cazando sería un suicidio. Podría encontrarme con otra bestia de 2 coronas.

 

Con eso decidido, Arthur guardó el mapa, encendió una fogata improvisada y asó una pierna del lobo gris.

 

Afuera, la tormenta seguía rugiendo, y dentro de la Cueva de Cristal, un joven aventurero mordía una pierna de lobo asada mientras se reía como un loco.

 

—Te dije que me haría una sopa con tus huesos… ¡Jajaja!

 

Le tomó casi un día recuperarse. No estaba al cien por ciento, pero debía estar listo para salir apenas la tormenta se detuviera. Supuso que esa era la única razón por la cual las demás bestias no habían entrado a la cueva. Una vez que dejaran de caer rayos y salieran de sus escondites, olerían la sangre y vendrían aquí.

 

Recorrió toda la cueva, pero aparte de los cadáveres de las bestias, no había nada más. Recogió sus materiales y, con una sonrisa cansada, se preparó para salir.

 

Al salir de la cueva, se subió a un árbol gigante. Sacó su mapa, marcó su ruta y se preparó para emprender su camino de regreso a Lacos.

 

En ese momento, un gruñido surgió desde lo más profundo del bosque.

 

Arthur quedó paralizado. Un temor helado le recorrió desde la cabeza hasta los pies, como si su propio instinto le gritara: Corre.

 

Pero el miedo era tan intenso que no pudo mover ni un solo músculo.

 

Rígido y con el corazón golpeando su pecho, giró lentamente la cabeza hacia donde había venido el gruñido.

 

A lo lejos, pudo ver una criatura que a pesar de la distancia, se distinguía con claridad. Un ave gigantesca de plumaje púrpura se disparó hacia las nubes. Con otro grito desgarrador, desapareció en las profundidades del bosque.

 

El ave ya hacía rato que había desaparecido, pero Arthur seguía en su lugar, inmóvil.

 

Tartamudeando,

 

—¿Q-qué demonios fue eso…?

 

Con un rostro de frustración y lástima, se dejó caer de rodillas.

 

—Y yo que me sentía poderoso después de haber derrotado a ese lobo… Si ese pájaro hubiera venido a comerme, solo podría quedarme quieto, resignado a mi destino.

 

Sacudiendo la cabeza, volvió a mirar hacia donde el pájaro había desaparecido.

 

—Ya llegará el día en que sea tan poderoso como esa bestia… —Se juró a sí mismo. Y será otro el que se haga en los pantalones.

 

Con unos pantalones un poco más pesados, Arthur siguió su camino de vuelta a Lacos.

 

Fin del capítulo.

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