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Chapter 23 - Lluvia de cristal

Al salir, Arthur sintió una pesada y opresiva mirada.

 

En la entrada de la cueva, el lobo gris se mantenía en pie, mostrando los dientes. La daga seguía clavada en uno de sus ojos y la sangre brotaba sin detenerse. Habían pasado unos diez minutos desde que Arthur se ocultó en aquel agujero.

 

A pesar de sus heridas, la bestia conservaba su aura imponente.

 

Arthur avanzó con decisión.

 

—Me extrañaste, maldita bestia… Hoy seré yo quien salga vivo de aquí y me llevaré tu núcleo.

 

Sin más, se lanzó al ataque.

 

El lobo, furioso al ver que aquel humano insignificante no temía, soltó una garra brutal. Arthur esquivó por poco y aprovechó para hundir su daga en una de las patas de la criatura, apuntando a las heridas previas. Sabía que con su nivel apenas dejaría un rasguño.

 

La bestia, irritada, pisoteó el suelo, haciendo temblar la cueva. Arthur perdió el equilibrio.

 

El lobo atacó de nuevo.

 

Intentó esquivar, pero esta vez fue más lento. Un colmillo le rozó el hombro, abriéndole una herida profunda. La sangre salió a borbotones.

 

Las probabilidades de sobrevivir se esfumaban.

 

El alfa lo observó con una mueca cruel. No era una simple bestia, había adquirido inteligencia, y ahora se burlaba de su presa.

 

Maldita sea… otra herida. Con esas garras y colmillos podría cortarme como tofu caliente, pensó Arthur, apretando los dientes.

 

Miró al techo. Se decidió.

 

Solo queda intentar eso…

 

La bestia se abalanzó con una garra. Arthur esperó hasta el último momento, consiguió saltar sobre su cabeza y clavar la daga en el ojo restante.

 

El lobo aulló de furia y comenzó a correr a ciegas por la cueva, estrellándose contra las paredes. Arthur, aferrado a la daga, no pensaba soltarla. Con la otra mano, recuperó su segunda arma y empezó a apuñalarlo sin descanso.

 

Cada impacto contra la pared lo destrozaba por dentro, pero no se detuvo. La herida de su pecho empezaba a abrirse poco a poco.

 

Duele… maldita sea… sigue… sigue…

 

El techo temblaba. Las estacas de cristal vibraban con cada choque.

 

Vamos… falta poco…

 

El lobo, ciego y furioso, cargó contra otra pared. Arthur sintió que su conciencia tambaleaba, pero aguantó.

 

La criatura se preparó para otra embestida.

 

Arthur lo sabía.

 

Solo un poco más…

 

La bestia se lanzó. Con ese último golpe, las enormes estacas de cristal se desprendieron.

 

Una lluvia de cristal atravesó el cuerpo del lobo. El monstruo intentó esquivar, pero su tamaño lo traicionó. Fue perforado una y otra vez.

 

Arthur, con las fuerzas justas, saltó hacia el agujero y se escondió.

 

Desde ahí, observó los últimos aullidos de la bestia, envuelta en cristales.

 

Ensangrentado, con una cara enojada y resuelta, dijo:

 

—Lo he decidido… Revelaré todos los misterios de este mundo. Encontraré al desgraciado que me abandonó en el bosque solo con unos calzones… y cuando lo vea, le partiré la cara.

 

Lo último que Arthur escuchó antes de desmayarse fue el eco de los cristales quebrándose contra el suelo.

 

Ese día, Arthur tomó una decisión que marcaría su destino… un camino cubierto de espinas.

 

Fin del capítulo.

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