A las afueras del pueblo de Lacos, bajo la tenue luz de una luna pálida que apenas lograba atravesar las nubes grises, un joven despeinado y andrajoso peleaba contra una jauría de bestias menores conocidas como "kiltros de rabia".
Eran criaturas pequeñas, de pelaje sucio y ojos enrojecidos por la fiebre salvaje. Junto a los "conejos chirriantes" y las "larvas ácidas", formaban parte de las amenazas más insignificantes de Lost.
Sin embargo, para un aventurero de bajo rango y sin habilidades como Arthur, seguían siendo una batalla digna de esfuerzo.
La pelea fue dura, pero finalmente Arthur consiguió abatir a las bestias. Recogió los escasos trofeos que podía vender en el gremio y, con lo poco que tenía, encendió una fogata improvisada.
Sobre ella, cocinó una sopa aguada con trozos de carne, algunas raíces y especias robadas de un jardín vecino.
Sentado frente al fuego, con el vapor de la sopa empañándole el rostro, Arthur dejó escapar un suspiro cansado.
—Ya han pasado dos semanas desde que llegué a Lost… —murmuró—. Me pregunto qué habrá pasado conmigo en mi mundo anterior. ¿Seguiré acostado sobre mi cama sin despertar? ¿Habré muerto? ¿Quedó mi cuerpo allá y solo se transfirió mi conciencia? ¿O me teletransporté como en esos isekai donde invocan héroes?
Bajó la mirada hacia la sopa y removió el líquido con una ramita.
—Si es así… ¿Dónde está mi Excalibur? ¿Mi habilidad que desafía al cielo? ¿Mi sistema trampa? Nada… solo yo, esta sopa de perros callejeros y estos monólogos eternos.
Soltó una risa breve y amarga.
—Bien, hay que dejar la desolación por un lado y ver el vaso medio lleno. La verdad, me sentí bastante deprimido después del incidente del pergamino… —suspiró—. Pero, curiosamente, al día siguiente, cuando me desperté, estaba lleno de energía. Como si me hubiera tomado diez de esas latas que te prometen alas.
Miró hacia el cielo estrellado y dejó que el humo de la fogata se perdiera en la noche.
—También noté que me resultó más fácil cazar conejos y perros… —pensó en voz alta. Parece que el talento que no tengo en la escritura lo tengo en la batalla, si eso debe ser. En fin, al parecer, Kamisama no me ha abandonado del todo.
Se levantó, estiró los brazos y sonrió con una mezcla de orgullo y resignación.
—Esta semana logré juntar una moneda de plata y veinte cobres. Para algunos será una miseria, pero para mí, que llegué desnudo a este mundo, es como ser millonario. Mañana iré al gremio y compraré un buen equipo de caza. Quiero dejar de pelear a mordiscos con perros y conejos de una vez.
Se sentó otra vez junto al fuego y bebió un sorbo de la sopa aguada. Tosió, hizo una mueca de asco y murmuró:
—Quizá no soy un héroe… pero ya llegará el día en que este desaliñado Arthur Schopenhauer tenga su oportunidad.
Una brisa nocturna agitó las llamas de la fogata.
Desde algún rincón de la oscuridad, nadie observaba.
Los demiurgos no habían reparado en él… aún.
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Fin del capítulo.