Habiendo saqueado todo lo útil de los cadáveres de los aventureros y bestias, Arthur avanzaba con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Tan contento te ponen unas cuantas baratijas? —preguntó Fista.
—Jamás entendería mi sufrimiento, señorita Fista. Lo que he tenido que pasar estas últimas dos semanas no pienso repetirlo. Estas baratijas, para mí, son mi sustento para los próximos días.
Fista lo miró por un momento y asintió.
—Comprendo Para un aventurero de tu nivel y sin marca, debe ser aún más difícil sobrevivir. Por cierto, no me llames "señorita". Solo dime Fista. Creo que tenemos casi la misma edad y mi rango de aventurera tampoco se escapa mucho del tuyo.
Arthur, con una sonrisa aún más grande y siniestra —aún cubierto de sangre y mugre— dijo:
—Bien, entonces, Fista… ¿Qué hacemos con los cuerpos de los aventureros? No podemos llevarlos en ese estado, ¿verdad?
—Tengo sus placas de identificación. Solo las entregamos al gremio cuando volvamos y reportamos lo que pasó.
—Ah… bueno.
Al llegar al final de las ruinas, se encontraron con una puerta no muy grande, pero robusta.
—Llegamos. Espero que aún quede algo de valor dentro. Con mi estado actual, solo podré descansar esta semana… No puedo salir de cacería. Necesito algo bueno para vender y tomarme un respiro.
Lentamente, se acercaron a la puerta y, poco a poco, la fueron abriendo.
Genial… Al parecer no es como en esas novelas donde necesitas alguna llama especial para abrir la sala del tesoro. Bueno… tampoco sé si esto se pueda llamar "tesoro".
Dentro, la tenue luz iluminaba un esqueleto sentado en un escritorio.
—¡Cuidado! —¡Podría ser un no muerto! —gritó Fista.
Un sudor frío recorrió la espalda de Arthur. Miró fijamente al esqueleto, pero no había señales de movimiento.
—Al parecer solo es un esqueleto normal… pero esto parece una sala de estudios. Puedo reconocer muchos de los libros; la mayoría son sobre la historia de Lost —dijo Fista, suspirando.
—Por favor… no me hagas esto, diosa. Dame al menos algo de valor… —Susurró Arthur.
Mientras Fista revisaba las estanterías, Arthur revolvía la habitación en busca de su preciado tesoro. Cuando ya estaba resignado, algo llamó su atención.
—Mira, Fista… detrás del esqueleto.
Se acercaron y, justo detrás, había un viejo cofre.
—Voy a abrirlo.
Fista asintió.
Espero que no tenga una maldición… o que sea un maldito mímico de esos que devoran gente en las mazmorras de los videojuegos…
Al abrirlo, sus ojos se iluminaron. Había un diario polvoriento, unas cuantas rocas de colores y dos pergaminos de habilidad.
Arthur, emocionado, casi soltó una lágrima de felicidad.
Fista, por su parte, tomó el diario con interés y lo hojeó un par de veces.
—Me quedaré con el diario. Al parecer, este tipo investigaba las marcas de nacimiento… No te lo conté antes, pero aunque tengo una marca de rango alto… tampoco puedo absorber habilidades.
Arthur la miró sorprendido, pero no dijo nada.
—Quédate con los pergaminos para venderlos. Y esas rocas las repartimos.
Arthur asintió.
—Me parece bien. Hay cinco rocas… Toma tres; yo me quedo con dos y los pergaminos.
Con el botín en las manos, salieron sin problemas de las ruinas. Aún les quedaban unas tres horas de luz, así que se apresuraron a salir del bosque hacia el pueblo de Lacos.
Al llegar, se dirigieron al gremio para entregar la misión.
—Hola, señorita recepcionista —dijo Arthur mostrando una fea sonrisa. Aún no se había lavado, seguía lleno de sangre y mugre, y la poca ropa que le quedaba apenas cubría sus partes íntimas.
—Joven… está bien que venga de una misión, pero al menos la próxima vez, vaya a lavarse y trate esas heridas antes de presentarse en el gremio.
Un poco avergonzado, Arthur sonrió tontamente.
Fista entregó la misión a la recepcionista.
—A ver… misión de conseguir cinco colas de rata de piel de acero —leyó la recepcionista.
—Aquí están las colas —dijo Fista.
Tuvimos suerte de encontrar ratas muertas en las ruinas… Supongo que las arañas las tenían de alimento.
—Bien, todo en orden. Aquí tienen sus 100 monedas de cobre.
Ambos se sorprendieron.
—Pero… la misión decía 50 monedas. —¿Qué pasó? —preguntó Fista.
—Alguien necesitaba las colas con urgencia y, ya que nadie quiere hacer esas misiones de rango medio, aumentaron la recompensa.
Arthur estaba casi saltando de felicidad.
—Casi se me olvida: encontramos dos cadáveres de aventureros en unas ruinas —agregó Fista.
—¿Trajeron sus placas?
Arthur miró a la recepcionista con algo de extrañeza.
La mujer le devolvió la mirada.
—¿Qué No creas que soy fría con la muerte de las personas, es solo que ya estoy acostumbrada.
Al salir del gremio, Fista miró a Arthur un momento y dijo:
—Gracias por acompañarme en la misión… Bien, adiós.
Fista se dio la vuelta para marcharse.
—Fista… gracias también por no abandonarme en las ruinas. Sé que hubiera sido más fácil para ti dejarme ahí. De verdad… gracias. Espero que nos volvamos a ver.
Fista se giró, lo miró y sonrió.
—Al menos aquí en Lacos, no creo que nos volvamos a ver… pero si vas a la ciudad de Month… tal vez salgamos de aventura juntos de nuevo.
Así, Fista se alejó, dejando a un Arthur sonriente detrás.
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Fin del capítulo.