Después de lavarse y tratar sus heridas, Arthur fue directo a la cama.
A la mañana siguiente, Arthur se despertó de buen ánimo, aunque su cuerpo seguía adolorido. Aun así, el simple hecho de pensar en los pergaminos y el botín que había conseguido durante la misión le dibujaba una sonrisa en el rostro.
Mientras organizaba su inventario, su sonrisa se hizo más amplia.
—Dos pergaminos de habilidad, dos piedras de colores… y ese pequeño trozo de papel translúcido.
Entre la misión y la venta de las partes de arañas, conseguimos 200 monedas de cobre, que dividimos en partes iguales. No sé cuánto valdrán las piedras, pero Fista me dijo que los pergaminos de habilidad de ataque suelen valer dos monedas de plata cada uno.
También me comentó que las habilidades se clasifican en tipos. Las más básicas son atacante, defensor y controlador.
Tendré que comprar algún libro con información sobre esto. Por ahora, venderé los pergaminos y esperaré a averiguar qué son esas piedras.
Fista había mencionado que tampoco sabía mucho de ellas, pero parecían algún tipo de mineral usado en alquimia y herrería.
Lástima que, aunque hojeé los pergaminos todo el camino de regreso, no pude aprender nada.
—En fin… al menos esta vez conseguiré buen dinero.
Con cinco platas tal vez me alcance para esa armadura reluciente y unas espadas dobles que me hagan ver como un héroe de novela.
Se rió solo, con una carcajada digna de villano.
—Bien, desayunaré en la posada y luego iré al gremio a vender los pergaminos. Es hora de conseguir una equipación decente.
Al llegar al gremio, como de costumbre, lo recibió la recepcionista de cabello corto y ceño fruncido. Esa mezcla de burla y fastidio en su rostro ya le resultaba casi familiar.
—Vaya… parece que hoy sí te lavaste antes de presentarte —comentó la recepcionista con una sonrisa burlona.
—Jeje —Sí, es que ayer se nos hizo tarde y no pude limpiarme antes de venir —se rascó la nuca Arthur.
—Mientras lo entiendas, está bien. No es necesario que vengas apenas termine la misión, ¿sabes? El gremio no se va a ir a ningún lado.
—Gracias por su preocupación. ¡Ah, y le traigo unos pergaminos de habilidad para vender!
La recepcionista levantó una ceja, claramente escéptica.
—¿En serio? ¿De verdad son pergaminos y no papeles viejos?
Arthur infló el pecho y, orgulloso, declaró:
—¡Por supuesto! Esta vez los revisé muy bien. Y más aún, son dos pergaminos de ataque. Aquí están.
La mujer tomó ambos pergaminos y los examinó durante un rato, frunciendo el ceño.
—¿Estás tratando de que te echen del gremio o simplemente eres idiota? Solo son dos papeles en blanco.
Arthur la miró, desconcertado.
—¿C-cómo? Eso no puede ser… ¡Ayer los revisé con cuidado! Tenían un sello, lo juro.
Con manos temblorosas tomó los pergaminos… y, para su horror, era cierto: no había sello alguno.
La recepcionista lo observó con más cuidado y, al notar su genuina sorpresa, su expresión cambió a una más seria.
—Joven… si es cierto lo que dice, alguien absorbió esos sellos. No hay otra forma de que desaparezcan solos.
Arthur suspiró, abatido.
De mala gana preguntó por equipamiento básico, pero como era de esperarse, todo resultó demasiado caro. Solo le alcanzaba para el equipo más sencillo y de baja calidad.
—Si buscas equipamiento de buena calidad y a un precio más accesible, es mejor que vayas a la herrería. Allá puedes llevar materiales de monstruos y fabricar tus armas. —Será mucho más barato. —Claro… si estás dispuesto a tomar el riesgo de ir por ellos —comentó la recepcionista.
Arthur la miró un poco vacilante y recordó entonces las piedras que había conseguido y se las mostró.
—¿Puede decirme qué son estas piedras?
Un poco sorprendida, la mujer respondió:
—¡Son piedras de maná! Tuviste suerte de encontrarlas. Por lo general, solo se hallan en las zonas más profundas del Bosque Púrpura. Por lo que veo, son de baja calidad… pero aun así, cada una vale unas diez platas.
Arthur casi saltó de alegría y estuvo a punto de abrazarla.
—Puedes venderlas aquí, pero el gremio solo paga un 70% del valor, para obtener ganancias. Si quieres, te puedo dar catorce platas por ambas. Con eso, solo te alcanzaría para un arma de bajo grado.
—¿Y si las llevo a la herrería?
—Si las llevas allá y forjas un arma con ellas, podrías obtener una de grado medio o alto.
Arthur lo pensó por un momento y asintió. No era estúpido. Sabía que, si quería más fuerza, debía conseguir el mejor equipo posible.
Y aunque salir a buscar materiales era peligroso, valía la pena.
Le dio las gracias a la recepcionista y, con la decisión tomada, se dirigió a la herrería del pueblo.
No imaginaba que ese simple viaje cambiaría su destino para siempre.
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Fin del capítulo.