La niebla era espesa como humo.
No tenía olor. No tenía peso. Pero envolvía todo como una manta blanda que fingía abrigar.
Escarlata caminaba con dificultad. La sombra a sus pies se arrastraba lentamente, fatigada. En sus brazos, Liora temblaba.
Delante de ellos, una figura.
Alta, esbelta.
Vestía un manto blanco que no se ensuciaba, aunque el barro del bosque devoraba todo lo demás. Su rostro estaba cubierto por una máscara de porcelana agrietada, pero sus ojos, visibles a través de las hendiduras, eran… amables. Demasiado amables.
—Vengan —dijo la figura con una voz que no pertenecía a este mundo ni a otro— Ya no necesitan correr.
Escarlata apenas pudo hablar.
—¿Quién… eres?
—Un viajero. Un sanador. Un… reflejo útil, por ahora.
No hubo amenaza en sus palabras. No hubo duda, tampoco.
Solo certeza.
La figura se giró. Escarlata, sin fuerzas para discutir, lo siguió.
Y fue entonces cuando el bosque cambió.
Los árboles dejaron de retorcerse. El aire se volvió limpio. El suelo, plano. En minutos, llegaron a un claro bañado en luz tenue, cálida como el sol que Escarlata recordaba de su infancia, pero más suave.
Una estructura los esperaba: una casa pequeña, de madera antigua, cubierta por enredaderas floridas.
Demasiado perfecta.
Demasiado… intacta.
La figura hizo un gesto y la puerta se abrió.
—Entren, aquí nada les dolera.
Escarlata entró con Liora en brazos.
El interior olía a leña y lavanda. Había una cama hecha, una jarra de agua, una mesa con frutas que no se marchitaban.
Y en la chimenea, un fuego que no ardía. Solo… danzaba.
La figura se presentó:
—Mi nombre es Naerith. Fui sacerdote antes de que el cielo cayera. Ahora, solo curo a los que aún creen en algo.
Escarlata lo miró con desconfianza.
—¿Qué quieres a cambio?
Naerith sonrió. Sus dientes eran perfectos, pero no humanos. Eran simétricos hasta el extremo.
—Nada… aún.
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Liora dormía, su respiración era estable. Sus mejillas recuperaban el color. No había fiebre.
Ni rastro del hueco que la lanza había abierto en su costado.
Escarlata estaba sentado a su lado, observándola.
Su sombra estaba tranquila. Silenciosa.
Demasiado silenciosa.
Pasaron horas —o lo que él creía que eran horas. Naerith no hablaba a menos que se le preguntara algo, y siempre respondía con una sonrisa paciente y frases sin tiempo:
—“Las heridas más profundas son las que no sangran.”
—“Toda ilusión es real si nadie la rompe.”
—“Descansa. Aquí no hay urgencia.”
Escarlata no descansaba.
Porque sabía que algo no encajaba.
"¿Por qué la cama crujía con el mismo sonido cada vez?"
"¿Por qué el fuego nunca cambiaba de forma?"
"¿Por qué no tenía hambre?"
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Una noche, Liora despertó.
—Escarlata…
Él se lanzó a su lado.
—Estoy aquí. Estoy contigo.
Ella sonrió.
—¿Lo logramos?
—Sí. Te estás recuperando. Estamos a salvo.
Liora parpadeó.
—¿Y… Naerith?
Ella frunció el ceño.
—¿Quién?
Escarlata repitió el nombre.
Ella negó con la cabeza.
—No… escuché otra voz. En mis sueños. No era él.
Escarlata se incorporó.
Su sombra se agitó.
—¿Qué escuchaste?
—Una voz… que me pedía abrir los ojos. Pero no a este lugar. A otro. Decía que esto era mentira. Que él era mentira.
Escarlata sintió un escalofrío.
Se levantó y fue a la puerta.
Naerith estaba fuera, sentado en un banco que no hacía sombra.
—Ella empieza a recordar —dijo, sin mirar—. El alma tarda más que el cuerpo en sanar… o en despertar.
Escarlata lo encaró.
—¿Qué hiciste?
Naerith se quitó la máscara.
No había rostro. Solo piel lisa, como cera blanca estirada sobre una forma humana.
Y en su lugar de ojos… bocas.
Pequeñas bocas que murmuraban en sincronía.
—Te di lo que necesitabas: paz.
—Te di lo que ella pedía: descanso.
—Te di lo que tu sombra no puede darte: tiempo.
Escarlata retrocedió.
—¿Qué eres?
Naerith sonrió.
—Soy lo que serás… si sigues caminando hacia el Vacío.
—Soy tu alivio.
—Soy tu traición.
Y entonces, todo se quebró.
La casa… se deshizo. Las paredes eran ramas muertas. La cama, un montón de hojas. El fuego, una pintura.
Liora estaba en el suelo, apenas respirando.
Naerith se desvaneció.
Pero su voz quedó.
—Nos volveremos a ver, pequeño Escarlata. Cuando ya no sepas si aún eres tú… o solo una ilusión con forma humana.
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Escarlata callo de rodillas.
Sangraba por la nariz. Su sombra se agitaba como si hubiera despertado en medio de una pesadilla.
Liora temblaba, sus heridas… no estaban sanadas.
Todo fue un truco.
Todo fue una ilusión tan real que hasta su alma había querido creerla.
La cargó de nuevo. Con manos temblorosas.
Y se marcharon.
Con una sola certeza:
La peor amenaza no era la que los mataría.
Era la que los haría olvidar quiénes eran antes de morir.