El cielo ya no existía, Escarlata lo había notado dos días atrás.
O quizás ayer.
O tal vez hacía solo unas horas. El tiempo, como el bosque, se desdoblaba. Caminaban hacia adelante, pero a veces los árboles eran los mismos. A veces los nombres en la corteza cambiaban.
No lo decía en voz alta, pero lo sabía.
Naerith seguía allí.
No en forma.
En ecos.
En las pequeñas inconsistencias que sus ojos sí notaban, pero que su mente negaba para poder continuar.
—¿Cuánto tiempo llevamos caminando? —preguntó Liora desde su espalda.
La había cargado sobre su espalda al estilo de los cazadores de los viejos cuentos. Estaba débil, pero consciente.
Escarlata no respondió.
No porque no quisiera.
Porque no podía.
Había perdido la certeza.
Liora apoyó la frente contra su espalda.
—Escarlata… tus latidos no suenan como antes.
—¿Cómo suenan?
—Como si tu corazón… ya no latiera solo para ti.
---
El suelo cambió.
Pasaron de tierra seca a ceniza, luego a musgo negro, y después a un tipo de piedra con grietas brillantes como fuego bajo cristal.
Pero no había calor.
Solo sonido.
Crack. Crack. Crack.
Escarlata detuvo el paso.
—¿Lo oyes?
Liora levantó la cabeza.
—No.
Él ladeó la cabeza.
Su sombra también. Pero con un segundo de retraso.
Eso fue lo peor.
Porque su sombra siempre lo imitaba al instante.
Ahora iba detrás de él. Como si pensara.
Como si decidiera.
—¿Está amaneciendo? —preguntó Liora, señalando el resplandor naranja entre los árboles.
Escarlata no respondió.
Porque sabía la verdad:
el sol no había salido en tres días.
---
Los persiguieron esa noche.
No fue una emboscada. Fue una cacería lenta.
Primero, ramas que crujían en sincronía. Luego, sombras que se estiraban más allá de lo posible. Y por último, el canto.
Las criaturas del Vacío no cantaban.
Pero esa sí.
Una melodía infantil, sin letra. Como una canción de cuna repetida demasiado lento.
Escarlata dejó a Liora entre dos piedras y se adelantó.
El bosque era una masa enredada de formas imposibles. Troncos que crecían en espiral, hongos con ojos cerrados, raíces que murmuraban nombres.
Y entonces lo vio.
Una figura infantil, sentada sobre una rama. Sin rostro.
Vestía el uniforme de una escuela de la capital. Uno que Escarlata había visto cuando era niño.
La figura lo miraba.
Sin ojos.
Cantaba.
Y al moverse…
su sombra no era la suya.
Era la de Escarlata.
Retrocedió.
Tropezó.
Cayó.
La sombra lo siguió.
De repente, escuchó pasos tras él.
—¡Escarlata! —la voz de Liora.
Se giró.
Y la vio corriendo hacia él. Fuerte. Sana. Sin heridas.
—¡Tenemos que irnos! ¡Ya vienen!
Escarlata se quedó inmóvil.
—Liora está herida —dijo, más para sí que para ella.
La chica frente a él parpadeó.
Y por un segundo…
no tuvo rostro.
Él alzó el bastón.
Y lo bajó con fuerza.
La ilusión se deshizo en humo negro.
Pero no gritó.
Rió.
---
Corrió de regreso.
Liora seguía donde la había dejado. Respiraba con dificultad.
—Vi algo —dijo él, temblando—. Te vi… pero no eras tú.
Ella le tocó la cara con manos temblorosas.
—No dejes que él gane.
—¿Quién?
—Naerith.
Escarlata apretó los dientes.
—No está aquí.
—No necesita estarlo. Ya vive en ti. En tus dudas. En tus ojos y si no me reconoces a mí… entonces ya ha ganado.
---
Siguieron caminando.
El terreno comenzó a inclinarse. Más rocas. Menos árboles. La vegetación se volvió densa, violácea.
Y el cielo seguía sin volver.
Escarlata comenzó a tener visiones:
—Ríos con rostros flotando.
—Sombras que discutían entre sí.
—Liora mirándolo con odio.
—Y una versión de sí mismo, más alta, más fuerte… pero sin voz.
Cada visión duraba segundos.
Pero dejaban marcas.
En su mente.
Y en su sombra.
"¿Y si ya no soy yo?"
"¿Y si la sombra ya eligió?"
"¿Y si todo esto es aún la ilusión… y nunca salimos de su casa?"
Liora se movía cada vez menos.
Ya no hablaba.
Pero sus ojos seguían abiertos.
Seguían observándolo.
—No te duermas —decía él una y otra vez—. No me dejes aquí solo.
---
Esa noche, acamparon bajo un arco natural formado por raíces trenzadas. Escarlata encendió una pequeña chispa con la sombra, lo justo para mantener lejos a las bestias menores.
Pero sabía que no era suficiente.
—¿Tú crees que las sombras pueden mentir? —preguntó, sin esperar respuesta.
Liora lo miró.
—¿Desde cuándo crees que no lo hacen?
Escarlata bajó la mirada.
—Antes me protegían, pero ahora… ya no sé si me arrastran o me siguen.
Ella se incorporó un poco.
Escupió sangre, pero sonrió.
—Escarlata… si tu sombra te miente… entonces haz algo más temible aún.
—¿Qué?
—Convéncela de que tú también puedes mentir.
---
El ataque vino al amanecer.
Si se le podía llamar así. El cielo seguía sin cambiar.
Primero fueron susurros. Luego chillidos agudos.
Después, la tierra tembló.
Bestias enormes, deformes. Una con piernas humanas y alas de insecto. Otra, una hiena con brazos de niño.
Venían por ellos.
No con hambre. Con propósito.
Escarlata puso a Liora contra la roca. Se interpuso con el bastón.
La sombra creció.
Pero ahora… era ambigua.
—¿Estás conmigo o contra mí? —preguntó a su sombra.
Y entonces, mintió.
Pensó en rendirse.
En escapar.
En traicionar a Liora.
La sombra lo creyó.
Se contrajo.
Y en ese momento, él atacó.
Golpes directos. Estocadas sin técnica. Un torbellino de desesperación.
La sombra respondía con retraso. No esperaba esa voluntad.
Escarlata había mentido con su alma.
La sorpresa le dio ventaja.
Las criaturas cayeron una tras otra. No porque fueran débiles.
Sino porque no esperaban que él ya no confiara ni en sí mismo.
---
Cuando la batalla acabó, Escarlata estaba cubierto de heridas.
No profundas. Pero suficientes para dejarlo exhausto
Y por primera vez, su sombra sangraba.
Liora lo vio acercarse.
—¿Eres tú? —preguntó, con una voz más allá del miedo.
Él se arrodilló. La tocó.
Sus ojos aún eran tristes.
Pero su voz… firme.
—Sí. Y si no lo soy… me encargaré de que la ilusión que quede… te proteja a ti.
Ella cerró los ojos.
Por fin, durmió.
Escarlata miró al horizonte.
No había amanecido.
Pero había luz.
Tal vez, con el tiempo, esa luz sería real.