Cherreads

Chapter 45 - Corte Profano

Cerca de la entrada al Cañón de las Fauces había un pequeño pueblo llamado Latis.

La mayoría de las caravanas se detenían allí a reponer suministros y descansar. Aunque pequeño, el pueblo contaba con varias tiendas, tabernas y un gremio de aventureros, similar al de Lacos.

La caravana en la que viajaba Arthur avanzaba por las calles cubiertas de nieve. Frente a un lujoso hotel se detuvieron. Arthur lo miró sorprendido; no coincidía con la estética del resto del pueblo. Parecía un palacio; debía tener al menos tres pisos, con grandes ventanales y pilares decorados con relieves dorados.

Lark, al notar su expresión, sonrió y comentó:

—¿Te impresiona el hotel?

Arthur asintió, sin apartar la mirada del edificio.

—Es propiedad de la familia Styla. Hay uno de estos en cada pueblo cerca de Trimbel.

De repente, la puerta del carruaje se abrió y un mayordomo de unos sesenta años descendió con pasos firmes pero medidos, como si cada movimiento estuviera calculado para no perturbar el aire a su alrededor.

Arthur lo observó con atención. Detrás de él, dos sirvientas bajaron con elegancia, ayudando a descender a una joven de cabello azul plateado. Sus cejas y ojos compartían ese mismo tono gélido. Llevaba un vestido blanco, adornado con detalles plateados, y su belleza era innegable, aunque distante.

Arthur pensó, sorprendido:

No es tan impactante como la mujer de cabello rojo, pero tiene un encanto frío y delicado. Si tuviera que describirlas, diría que ella parece frágil y distante… y la pelirroja, heroica y valiente.

La joven desapareció en el hotel, y Lark, notando su interés, añadió:

—Ella es la joven señorita de la familia Styla.

Arthur asintió, sin decir nada más. Entonces, la mujer de cabello rojo también siguió a la joven hacia el hotel. Sus pasos eran firmes, y el aire alrededor de ella parecía vibrar con una energía poderosa.

Arthur estaba por desmontar del caballo cuando Lark le propuso:

—¿Quieres ir al bar un rato, joven?

Arthur lo pensó por un momento y asintió. Será mejor obtener un poco de información sobre este lugar antes de atravesar ese cañón, reflexionó.

Se dirigieron a un bar cercano y comenzaron a charlar. Lark tomó un largo trago de su jarra y preguntó:

—¿De dónde vienes, joven filósofo?

—De Lacos —respondió Arthur.

—¿De ese pueblo al fin del mundo? He oído que el Bosque Púrpura es muy peligroso. ¿Es verdad?

—Es mi patio de juegos —dijo Arthur, bebiendo un sorbo.

Lark soltó una sonora carcajada.

—¡Me gusta esa actitud despreocupada, muchacho!

—Si eres guardia de la familia Styla, debes ser de Trimbel, ¿no?

Lark asintió.

—Sí, la mayoría de nosotros somos de Trimbel.

—¿Y de dónde viene esta caravana?

—Salimos de Trimbel hace un mes hacia Lian, un pueblo al este de Lacos. Pero, al regresar, nos topamos con una manada de dragones de hielo que nos cortaron el paso, así que decidimos tomar la ruta del cañón.

Arthur alzó una ceja.

—¿Dragones de hielo?

—Sí, eran demasiados. Aun teniendo a la señorita Miela de nuestro lado, no pudimos derrotarlos.

—¿Miela?

—La señorita Miela es la mujer más fuerte de este reino —dijo Lark, inflando el pecho como si ese título le perteneciera a él.

Lark miró al joven y preguntó:

—¿Cuándo piensas atravesar el cañón?

—Mañana —respondió Arthur.

Lark asintió y le advirtió:

—Ten mucho cuidado. Aunque existe un camino seguro, a veces las bestias bajan a esos senderos a cazar cuando escasea la comida… sobre todo ahora, en invierno.

Arthur vació su jarra y se despidió de Lark.

No quiso preguntarle más. Apenas lo conocía, y ya había averiguado suficiente por el momento. Se dirigió a una posada. Al llegar a su habitación, sacó dos pergaminos de su bolsa y los inspeccionó cuidadosamente. Eran los que Ralft le había entregado tras completar la misión.

Intentó sentir el maná en los sellos, y esta vez logró percibir fluctuaciones de energía. Antes solo parecían dibujos, pero ahora… era como si tuvieran vida.

Dejó los pergaminos sobre la mesa y practicó meditación. Luego intentó enviar maná desde su núcleo a las diferentes partes de su cuerpo.

Al instante, un dolor punzante lo hizo sudar. Era como aquella vez en que su núcleo se desbordó.

Lo intentó una vez más, enviando esta vez una pequeña hebra hacia su mano. Aunque el dolor persistía, ya no era tan insoportable. Practicó durante una hora. Cuando terminó, estaba empapado en sudor y con los ojos inyectados en sangre.

Tras descansar un rato, se recostó en la cama.

En una habitación de posada en Latis, un joven dormía plácidamente. Afuera, el viento golpeaba con fuerza la ventana. Un silbido se colaba por una pequeña abertura.

En ese momento, algo extraño ocurrió. En el brazo del joven, una marca apareció. De ella brotó un humo negro que envolvió los pergaminos sobre la mesa. Después de un rato, el humo volvió a su brazo y desapareció.

Sobre la mesa solo quedaron dos pergaminos vacíos. Los sellos habían desaparecido.

Por la mañana, Arthur se despertó con energía. Últimamente, estaba meditando y controlando el maná por las mañanas y por las noches.

Se acomodó en posición de meditación, pero al intentarlo notó algo en su brazo.

Casi se le salen los ojos al verlo.

grito de alegría como un loco

—¡Una marca! ¡Tengo una marca! ¡Al fin la diosa de la fortuna me recompensó por mis esfuerzos!

Corrió por la habitación como un niño emocionado.

De repente, un golpe sonó en la puerta.

—¡Joven, si sigues armando alboroto ahí dentro, te echaré a patadas! —gruñó una voz.

Arthur, algo avergonzado, se disculpó:

—Lo siento, señor. No gritaré más.

El hombre refunfuñó y se alejó.

Arthur miró su marca y agradeció al cielo.

Oh, diosa de la fortuna… gracias por tu bendición. Hoy prenderé incienso en tu nombre.

Se sentó en pose de meditación y trató de enviar maná hacia la marca. El dolor persistía, pero con esfuerzo y tras varios intentos, una hebra logró entrar en ella.

En ese instante, imágenes inundaron su mente. Era como recordar algo que siempre había sabido, pero había olvidado. Imágenes de una habilidad desconocida para él.

Cuando todo terminó, Arthur abrió los ojos, sorprendido, y exclamó:

—Habilidad de nivel uno… ¡Corte profano!

Fin del capítulo.

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