En el segundo piso del gremio de aventureros del pueblo Lacos, dentro de una pequeña habitación no muy lujosa, adornada con estanterías polvorientas, un escritorio de madera gastada y un par de sillas, un joven y un anciano conversaban mientras bebían una taza de té. Afuera, el invierno había comenzado, y el frío era crudo. De las chimeneas de las casas se elevaban hilos de humo, teñidos de gris.
El anciano tomó un sorbo de té, miró al joven con seriedad y habló:
—Joven… ya sé que no eres de este mundo.
Arthur abrió los ojos sorprendido, casi derramando su té. Miró al anciano con cautela, sin decir nada.
El viejo continuó:
—Para sanar tus heridas tuvimos que inspeccionarte… y notamos el núcleo dentro de ti. Fue el causante de tus lesiones.
Hizo una pausa, suspiró y siguió:
—Sabes bien que los humanos y semihumanos de este mundo nacen con una fuente de maná, pero solo las bestias pueden nacer con un núcleo. Por eso, concluimos que no eres de aquí. Ha habido casos a lo largo de la historia de bestias legendarias capaces de transformarse y aparearse con humanos o semihumanos, pero incluso entonces, los nacidos siempre poseían una fuente de maná… jamás un núcleo.
Arthur apretó con fuerza la taza entre sus dedos.
—La única explicación —prosiguió el anciano— es que te fusionaste con un núcleo, tal como cuentan las viejas historias sobre los invasores de otros mundos, hace millones de años.
El anciano lo miró, esperando que hablara, pero Arthur solo bajó la mirada y se quedó observando su taza, perdido en sus pensamientos.
¿Cómo demonios podría explicarlo si ni yo mismo sé qué pasó?
El anciano sonrió con amabilidad.
—Si no quieres contarme quién eres o cómo llegaste aquí, está bien. Solo quiero advertirte de algo.
Tomó otro sorbo de té y continuó:
—Si ese núcleo dentro de ti vuelve a desbordarse de energía, no sé si alguien podrá salvarte. Además, debes tener cuidado con quién investiga tu cuerpo. Hay personas que, de descubrir tu origen, te perseguirán para sus experimentos… o para cazarte y convertirte en una rana de laboratorio, con tal de descifrar el hechizo detrás de esa fusión.
Arthur negó con la cabeza.
—No es que no quiera contarlo… es que no sé quién me trajo aquí ni por qué. Solo desperté en un bosque y he estado tratando de sobrevivir desde entonces.
El anciano asintió, con una leve sonrisa.
—Está bien. Pero debes guardar muy bien ese secreto tuyo, al menos hasta que seas lo bastante fuerte para protegerlo.
Arthur lo miró intrigado.
—¿Por qué alguien querría descubrir un hechizo para fusionar un núcleo con un cuerpo humano? ¿No terminarían igual que yo… con una bomba en el cuerpo?
El anciano negó con la cabeza.
—No. Verás… ningún ser de este mundo puede fusionarse con un núcleo. Como sabes, todos en Lost nacen con maná. Los humanos y semihumanos tienen una fuente de maná, y las bestias, un núcleo. Pero jamás los dos al mismo tiempo. Sería demasiada carga para el cuerpo… y explotaría. La única posibilidad sería si alguien naciera sin fuente de maná, pero eso es imposible. Sería como nacer sin corazón. Va contra la naturaleza. Por eso, la única excepción, en este momento… eres tú.
Si hubieras nacido en Lost y tuvieras ese núcleo, serías el primer híbrido en la historia; sería una bendición, pero lamentablemente no eres de aquí y tu cuerpo no absorbe maná, con lo cual es una maldición.
El anciano tomó otro sorbo y prosiguió:
—Las bestias tienen la capacidad de evolucionar porque sus núcleos les permiten absorber maná del entorno y nutrir su cuerpo. A medida que absorben, sus reservas crecen. Pero una fuente de maná en humanos no crece. Naces con una cantidad fija. ¿Entiendes?
Arthur lo miró, en shock.
—Imagínate —dijo el anciano, mirándolo con firmeza—, el potencial de una persona con un núcleo… alguien capaz de absorber maná y fortalecer su cuerpo infinitamente.
Arthur guardó silencio unos segundos, procesando lo que escuchaba. Luego preguntó:
—¿Tiene alguna idea de cómo hacer que mi cuerpo absorba maná?
El anciano negó con la cabeza.
—No. Pero si buscas información, deberás ir a la sede principal del gremio. Aunque, con tu rango actual, la información que puedes obtener es muy limitada.
—¿Qué rango se necesita para acceder a toda la información del gremio? —preguntó Arthur.
—Adamant El rango más alto.
Arthur tragó saliva.
Ahora mismo soy solo una plata bajo…
—Tendrás que esforzarte mucho, joven. —El anciano soltó una carcajada.
Arthur pensó durante unos segundos.
Supongo que tendré que planear con cuidado mi camino a seguir.
Antes de levantarse, hizo una última pregunta:
—Por cierto… ¿Quién más sabe mi secreto?
El anciano lo miró con seriedad.
—Al menos en el gremio, solo dos personas. Una soy yo… y la otra es quien te curó. Pero no te preocupes. Es un amigo de confianza. Además, aunque varios aventureros intentaron ayudarte, ninguno tiene el poder ni el conocimiento suficiente para notar la diferencia entre una fuente de maná y un núcleo.
Arthur asintió y se dirigió a la puerta. Pero antes de salir, el anciano lo llamó:
—Joven… tus amigos me contaron que lucharon contra la organización del Colmillo Azul.
El anciano lo miró serio.
—¿Están muertos? —preguntó.
Arthur tembló levemente. Con un gesto apenas perceptible, asintió.
El anciano suspiró.
—Si hubieran sido personas normales, no diría nada. Pero… a quien asesinaste era la hija menor del líder. Su niña mimada. Ten mucho cuidado. Su líder es extremadamente poderoso.
Arthur lo miró en silencio, luego asintió y se retiró.
Afuera, el viento soplaba y la nieve comenzaba a caer, cubriendo los tejados de blanco. Mientras Arthur se perdía entre las calles, sus pensamientos giraban en torno al rumbo que tomaría de ahora en adelante.
Muy lejos de allí, en otros rincones del mundo… cosas ocurrían en silencio. Y, sin saberlo, todas aquellas piezas empezarían a moverse hacia su destino.
Fin del capítulo.