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Chapter 41 - El comienzo de una odisea

Era un día de la semana como cualquier otro. Un joven de 15 años llamado Arthur, conocido en su escuela como "el señor de los libros", siempre se dirigía a las tiendas a comprar todo tipo de novelas y cuentos de fantasía. También le gustaba mucho leer sobre filosofía y grandes pensadores.

 

Al volver a casa, se sentaba a comer y disfrutar de sus libros. Por lo general, estaba solo. Sus padres trabajaban hasta muy tarde. Después de comer, se encerraba en su habitación y navegaba por internet en páginas donde autores amateur publicaban sus obras. Cuando alguna le encantaba, podía leer más de mil capítulos en un solo día.

 

Le gustaba la soledad de su cuarto, aunque a veces salía con sus amigos. En la escuela era el típico introvertido… pero no tímido. Solo quería que respetaran su espacio. Para muchos, una persona solitaria es alguien depresivo, pero él no lo veía así.

 

Tenía pocos amigos, pero por varios motivos, todos se mudaron a otra ciudad y terminó quedando solo. Entonces, encontró alegría en las historias que leía. Sin embargo, llegó un momento en que esas historias ya no lo llenaban. Quería algo más. Quería crear su propia historia de fantasía.

 

Así empezó a imaginar cómo sería su mundo… pero al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que las ideas no salían o no sabía cómo expresarlas y narrarlas en forma de cuento.

 

Algún día lo lograré, pensaba.

 

Una noche, después de muchos intentos fallidos, por fin consiguió escribir algo. Era un título:

 

"Odisea en un mundo de sueños y fantasía"

 

Pero nada más salió. Sin más, se fue a acostar, pensando que tal vez mañana las ideas fluirían mejor.

 

Esa noche se despertó… o al menos, eso creyó. Por más que intentaba moverse, no podía. Su cuerpo no le respondía. Avanzó, como un sonámbulo, hacia la puerta de su habitación. Apenas visible, una diminuta mota de luz flotaba al otro lado.

 

Cuando llegó a la puerta, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Intentó con todas sus fuerzas despertar. Por un momento, escuchó un susurro:

 

—Me gustas, mocoso…

 

Y a continuación, escuchó su nombre.

 

—Arthur…

 

Su cuerpo siguió avanzando, atravesó la puerta y cayó en una oscuridad infinita. Sintió su cuerpo aterrizando en un suelo duro y, antes de perder la conciencia, vio esa pequeña mota de luz sobre su cabeza.

 

 

---

 

Hace mucho tiempo, cuando estalló la guerra entre los dioses y los invasores, hubo un personaje que se destacó sobre los demás. Ese era "el dios maligno", llamado así por los demás dioses por usar y estudiar hechizos prohibidos y antiguos.

 

Fue uno de los que más resistió y combatió contra los seres de otro mundo. También protegió a los mortales de la extinción. Cuando los demás dioses huyeron o se aliaron con el enemigo, él se mantuvo firme. Pero al final, fue acorralado y, con lo último de fuerza que le quedaba, ocultó su conciencia en lo más profundo de una mazmorra, donde los invasores no podían entrar.

 

Así se mantuvo, pero su vitalidad fue disminuyendo. Quería pasar su conocimiento y habilidades a algún ser que pudiera luchar contra esos invasores en el futuro. Sin embargo, los enemigos controlaban todo. Si descubrían su conciencia en otro ser, lo eliminarían al instante.

 

Pacientemente esperó, pero no encontraba solución. Solo le quedaba desaparecer. Al final de sus días, mientras revisaba todas las habilidades que había aprendido, encontró una que le llamó la atención:

 

"Invocación divina"

 

Era una habilidad prohibida, capaz de traer a un humano de otro mundo.

 

¿Para qué traería a un humano? Esta técnica es una basura, pensó. Así que la dejó en el olvido… hasta ese momento.

 

Entendió entonces que no existían habilidades inútiles. Solo habilidades cuyo propósito se revela cuando llega el momento.

 

Con esa idea en mente, lanzó la habilidad. Un portal se abrió frente a él. Si los humanos de Lost estaban influenciados por los invasores, traería a uno de otro mundo.

 

Al cruzarlo, entró a un pasillo. Al fondo, una puerta entreabierta. Cuando se acercó, vio a un joven dormido en una cama. Se acercó aún más y entró en la mente del muchacho. Un rato después, salió nuevamente al pasillo, murmurando:

 

—Así que te llamas Arthur… y quieres crear una historia. Bien, te daré material para ello.

 

Lanzó un hechizo al joven y, como un sonámbulo, este se levantó de la cama y avanzó lentamente hacia el pasillo. Cuando estaba por cruzar la puerta, se detuvo.

 

El dios maligno se sorprendió un poco, luego sonrió.

 

—Tienes algo de voluntad… me gustas, mocoso.

 

Lanzó nuevamente el hechizo y susurró:

 

—Arthur…

 

El joven cruzó la puerta y entró al portal.

 

 

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En un bosque, una pequeña esfera de luz rodeaba a un joven inconsciente.

 

—Bien… funcionó. Pero si lo dejo así, no durará ni dos días con vida. Lo único que se me ocurre es usar ese hechizo para fusionar un núcleo de bestia en su cuerpo.

 

De la nada, apareció una vieja caja polvorienta. Al abrirla, un orbe brillante, del tamaño de una palma, voló hacia el cuerpo del joven. Palabras en un idioma antiguo aparecieron sobre su piel, y poco a poco, el orbe se introdujo en su cuerpo hasta desaparecer.

 

—Bien —dijo el dios maligno. Con eso no morirá.

 

Miró al joven y continuó:

 

—Ahora está en ti cuánto puedas sobrevivir. Si logras fusionarte y reestructurar tu cuerpo con éxito, ese núcleo será parte de ti… y no explotarás. Pero… realmente no sé si este mocoso pueda hacerlo. Esos demonios ya lo han intentado antes y fracasaron cada vez.

 

Suspiró

 

—Si ocurre un milagro y lo logra, ya no será ni humano ni bestia… será un híbrido con un poder ilimitado.

 

De momento, se ocultaría dentro del cuerpo del joven.

 

—Necesito recuperar fuerzas. Entraré en un sueño profundo… hasta que llegue el momento.

 

Así, la esfera de luz se introdujo en el cuerpo de Arthur y, por un instante, apareció y desapareció una marca en su brazo.

 

 

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En una habitación del tercer piso del gremio, Arthur empezó a abrir lentamente los ojos. Trató de levantarse, pero estaba muy débil. Miró a su alrededor, desconcertado. Lo último que recordaba era a una mujer hermosa…

 

En ese momento, la puerta se abrió y un anciano apareció. Era el maestro del gremio. Había estado viniendo a ver al joven cada cierto tiempo. Le dedicó una sonrisa y preguntó:

 

—¿Cómo te sientes?

 

Arthur lo miró preocupado.

 

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Y mis amigos?

 

El anciano le dedicó una mirada gentil.

 

—Cálmate. Este es el tercer piso del gremio. Yo soy Mitan, el maestro de gremio. Tus amigos están bien. Ellos te trajeron inconsciente hace un par de semanas.

 

—¿Semanas? —¿Dormí por semanas? —preguntó desconcertado.

 

Asintiendo, Mitan dijo:

 

—Sí… hace exactamente dos semanas. Tu grupo te trajo muy herido e inconsciente. Con la ayuda de un alquimista logramos estabilizarte. Pero será mejor que descanses por ahora. Te contaré todo más tarde.

 

Voy a decirle a alguien que te traiga algo para comer y beber. Cuando te sientas mejor, ven a verme.

 

Con esas palabras, el anciano salió de la habitación. Arthur, desconcertado, yacía sentado sobre la cama, mirando hacia la ventana, hundido en sus pensamientos.

 

¿Qué debo hacer ahora?

 

Fin del capítulo.

 

 

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