Después de dos días corriendo a máxima velocidad por el bosque, el grupo de Ralft llegó a Lacos. Se dirigieron rápidamente al gremio y se acercaron a la recepcionista.
—¡Necesitamos un alquimista o un sanador! —exclamó Ralft, con el rostro agitado y cubierto de sudor.
La recepcionista los miró algo sorprendida.
—¿Pueden contarme qué sucede?
Ralft, un poco alterado, respondió:
—No hay mucho tiempo… ¡Tenemos un compañero muy herido! Nuestra sanadora no pudo curarlo.
Como Ralft estaba exaltado, no notó que estaba gritando. Muchos aventureros alrededor los observaron con sorpresa. Uno de ellos se levantó de su asiento.
—Yo soy sanador, puedo ayudar.
Ralft miró a Tiza y Guren, que cargaban a Arthur, y asintió.
—Bien… dejemos que lo vea.
La recepcionista miró a Ralft y dijo:
—Tú también deberías revisar tus heridas. El gremio puede proporcionarte una poción de regeneración… puedes pagarla con misiones.
Ralft la miró, agradecido. La mujer fue al almacén y trajo dos pociones de un color azul claro. Carlota tomó las pociones y las vertió en las extremidades cortadas de Ralft. Poco después, comenzaron a regenerarse como si fueran raíces vegetales creciendo a velocidad visible. En apenas una hora, Ralft había recuperado sus brazos.
Mientras tanto, muchos aventureros se reunieron alrededor de Arthur, intentando ayudarlo. Lo intentaron todo: sanadores, alquimistas de alto rango… pero nada funcionó.
Entonces, una voz grave resonó desde las escaleras del gremio:
—¿Qué es todo este alboroto?
Todos se giraron para mirar a un anciano de barba gris poblada y unos 1.60 cm de altura. Aunque parecía muy viejo, su cuerpo era robusto y firme como un roble.
La recepcionista se acercó, lo saludó y explicó:
—Maestro de gremio, llegó un joven muy herido… los aventureros intentan sanarlo, pero nada funciona.
El maestro de gremio alzó una ceja y avanzó hacia el muchacho en la mesa. Los demás abrieron paso. Cuando estuvo cerca, tomó la muñeca del joven y una bolita de luz se filtró en su cuerpo. Aunque imperceptible para los demás, una mirada de sorpresa cruzó por sus ojos. Miró a la recepcionista.
—Llévenlo a mi cuarto en el segundo piso.
Se dio la vuelta y subió las escaleras.
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En una habitación del segundo piso, Arthur yacía sobre una pequeña cama médica. Solo la recepcionista y el maestro de gremio estaban presentes. Colocando su mano sobre la muñeca del muchacho, preguntó:
—¿Cuál es su nombre?
—Arthur Schopen… —respondió la recepcionista.
—¿Cuál es su historia?
Negando con la cabeza, la mujer dijo:
—No lo sé. Hace poco más de dos meses llegó a inscribirse en el gremio. Desde entonces, solo ha hecho misiones de rango bajo… Solo sé que no tiene marca.
El anciano asintió. Tras inspeccionar durante cinco minutos, abrió los ojos y soltó un suspiro.
—Es imposible para alguien en Lacos curarlo.
La recepcionista miró al joven con pesar.
El anciano continuó:
—Pero este joven tiene mucha suerte. Hace una semana llegó alguien de visita… tal vez el único en este reino capaz de ayudarlo.
La recepcionista lo miró, sorprendida, pero no preguntó.
—Haz que le preparen un cuarto en el tercer piso.
Con esas palabras, salió de la sala.
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Dos horas más tarde, en una habitación amplia y lujosa, dos hombres tomaban té frente a frente. Uno era el maestro del gremio. El otro, un poco más alto y de edad similar, con cabello largo atado en un moño y barba recortada. En su pecho, una placa lo identificaba como Alquimista de Cuatro Estrellas.
El maestro de gremio sirvió té y miró a su compañero.
—Grinfall, sé que no tienes mucho tiempo libre, pero quisiera que ayudaras a curar a un joven.
Grinfall lo miró, tomó su té y respondió:
—Mitan… tú nunca cambias. Siempre preocupándote por los jóvenes de tu gremio.
El maestro del gremio rió.
—Por supuesto, quiero que se conviertan en auténticos héroes.
Grinfall negó con la cabeza.
—No tengo tiempo para ayudar. ¿Acaso no hay sanadores o alquimistas en Lacos?
Mitan sonrió con amargura.
—Los hay, pero ninguno puede curar sus heridas. Incluso dudo que tú puedas.
—¿Estás diciendo que un alquimista de cuatro estrellas no puede sanar unas heridas? Si lo dijera cualquiera, lo tomaría como un insulto… pero tú me conoces desde hace años. Si dudas de mí, debe ser algo grave.
El maestro de gremio asintió.
—Por eso te pedí ayuda. El único que tiene posibilidades eres tú.
Pensativo, Grinfall preguntó:
—¿Qué tipo de herida es?
—Es mejor que lo veas tú mismo.
—Bien… vamos.
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En una pequeña habitación del tercer piso, un joven pálido dormía en una cama. Si no fuera por su leve respiración, parecería un cadáver.
Los dos ancianos entraron. Grinfall se acercó a la cama; Mitan lo siguió. Colocando su mano sobre la muñeca del muchacho, una pequeña luz se filtró en su cuerpo. Cinco minutos después, Grinfall abrió los ojos, sorprendido.
Miró a su viejo amigo.
—Lo notaste —dijo Mitan.
Grinfall asintió
El maestro del gremio explicó:
—Este joven… no es de este mundo. Como en aquellas leyendas antiguas, sobre invasores de otros mundos que se fusionaban con núcleos de bestia para sobrevivir.
Grinfall agregó:
—Sí. Este joven no tiene fuente de maná como los humanos o semihumanos… En su lugar, posee un núcleo. Pero solo las bestias pueden tener núcleos.
Mitan habló nuevamente:
—Lo único que se me ocurre es que alguien lo trajo y lo fusionó con un núcleo. Pero… ¿Por qué haría algo así?
Grinfall pensó por un momento, pero negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero ese núcleo es lo que lo mantiene vivo… y también lo que lo está matando. Al parecer, su núcleo se desbordó de energía y erosionó su cuerpo desde adentro. Esa energía restante es la que impide que pociones o hechizos lo curen.
—Intentamos todo a nuestro alcance, pero solo pudimos sanar sus heridas exteriores. ¿Tienes algún método para ayudarlo?
—Hay uno… pero es muy arriesgado.
—¿Cuán arriessgado?
—Si falla… morirá al instante.
Grinfall suspiró
—Es lo único que se me ocurre. Si lo dejamos así, morirá en una semana… dos, como mucho.
Mitan asintió.
—Bien, puedes intentarlo.
—Si sobrevive, dependerá de que su cuerpo soporte el tratamiento.
—Está bien. Pide lo que necesites; el gremio te lo proporcionará.
Con eso, Mitan salió de la habitación. Grinfall quedó solo, mirando al joven inconsciente.
Suspiró
Luego, sacó una mesa larga de una bolsa con un brillo misterioso en su cintura, un caldero pequeño y muchas hierbas y materiales.
Mientras Arthur yacía inconsciente, comenzó a tener un extraño sueño…
Fin del capítulo.