Cherreads

Chapter 3 - ch 3

Capítulo 3

Mi curación se había ralentizado debido a la infección. Aquello que convirtió a los demás en monstruos no podía tomar mi cuerpo… pero ahora, con la pérdida masiva de sangre, el desgaste de la batalla, y mi cuerpo ya devastado por los años y antiguas heridas, parecía que no podría continuar.

El zumbido en mis oídos apenas era opacado por el sonido irregular de mi respiración. Cada inhalación era una punzada en el costado. Sangre manchaba mi ropa improvisada y la tierra bajo mi cuerpo. Tres siluetas, distorsionadas por el calor, oscilaban a unos metros, avanzando con esa misma lentitud enfermiza de siempre… pero sabían. Sabían que estaba débil.

—Hijos de puta… —murmuré, escupiendo saliva y sangre por igual.

Una de las criaturas chilló, un sonido agudo y gorgoteante, casi como si se burlara. Los Ecos no tenían conciencia humana, pero sí memoria física: sabían cazar, sabían esperar el momento oportuno.

Con dedos temblorosos, busqué a tientas entre los escombros a mi lado. La mochila había quedado atrás, pero el cinturón de herramientas seguía firme. Palpé en busca de algo, lo que fuera… pero no. Ya había agotado todos mis venenos, líquidos nutricionales, equipo. No tenía nada en los bolsillos.

Un golpe llegó junto a un corte. Fui enviado a volar, rodando por el suelo.

Ahora yacía allí, sangrando, dolorido, al borde de la muerte.

Y no pude evitar mirar hacia arriba.

El cielo… ese cielo que alguna vez fue azul, ahora era un lienzo sucio, roto. Un gris ahumado lo cubría, con vetas anaranjadas y manchas verdes que pulsaban como heridas abiertas en la atmósfera. Las nubes colgaban pesadas, podridas, deformes… pero a través de una grieta, entre la niebla tóxica y las partículas flotantes, pude ver un fragmento de luz.

Un rayo de sol. Débil. Antinatural. Hermoso.

—Siempre estuviste ahí… ¿verdad? —susurré, con la voz ronca, rota.

Me reí. Una carcajada hueca, reseca, que terminó en tos… y más sangre.

Quizá este era el final. Uno como tantos, perdido entre ruinas y monstruos. Pero al menos me iría mirando algo que no podía ser corrompido del todo. Algo que recordaba que, en algún momento, el mundo fue otra cosa.

Mis ojos empezaban a cerrarse. El cuerpo ya no respondía. El sonido se desvanecía.

Y entonces…

Todo se apagó.

Solo por un momento.

Un instante antes de que el calor me inundara.

No estaba en mi mejor estado, pero logré ponerme de pie. Mi cuerpo se tambaleaba, pero ya no dolía. Todo se veía borroso, como si la realidad misma vibrara a mi alrededor. El zumbido en mis oídos se convirtió en un murmullo distante.

Un Eco se abalanzó sobre mí.

Se movía lento.

Demasiado lento.

Mi puño lo interceptó a medio salto.

Un golpe seco, directo al rostro.

Sentí su cráneo hundirse bajo mis nudillos, como si fuera cartón húmedo.

Salió volando hacia atrás, desmadejado. Muerto antes de tocar el suelo.

Los otros dos se detuvieron. Por primera vez, no por estrategia, sino por duda.

Yo los miré.

Y sin pensarlo, me lancé sobre ellos.

No había lógica.

No había estrategia.

Solo instinto.

Corrí hacia ellos a trompicones, jadeando, la visión aún nublada por sangre seca y deshidratación. Uno de los Ecos levantó un brazo, lento, torpe. Lo aparté de un manotazo, escuchando cómo sus huesos crujían bajo mi puño cerrado. No sé cuántas veces lo golpeé, solo sé que su cabeza ya no estaba.

Pero el segundo no era como los demás.

El Eco Líder se movió de inmediato, esquivando mi avance con un salto lateral. Sus ojos sin pupilas brillaban, no con conciencia, pero sí con una ferocidad distinta. Sus movimientos eran más fluidos, más coordinados. No era solo una bestia torpe.

Grité, más por impulso que por amenaza, y lancé un golpe directo. Él lo bloqueó con el antebrazo y, por un instante, resistió, aunque no sin daños — pude sentir su coraza ceder. También sentí el crujido en mis propios dedos.

Él no se inmutó.

Me devolvió el golpe. Un puño como un mazo en el estómago. Salí volando hacia atrás, golpeando el suelo con violencia. Tosí sangre. Otra vez.

Me levanté.

Tembloroso.

Desgastado.

No quedaba nada más que dar, pero aún no me rendía.

Corrí de nuevo.

Choque tras choque, ataque tras ataque. La criatura no era invencible, pero sí era mejor. Mi energía se acababa con cada movimiento. Me hacía retroceder, cada vez más lento, cada vez más cerca del colapso.

Logré morderle la yugular. Le arranqué un trozo de carne podrida con los dientes, no fue mi mejor momento y me atraganté. Él me desgarró el hombro de un zarpazo. Nos despedazábamos mutuamente.

No podía seguir.

Pero aún me movía.

Porque ya no era fuerza.

Era impulso.

Era instinto animal.

Finalmente, caímos juntos.

Yo, jadeando sobre su cuerpo aun retorciéndose.

Él, con media cara arrancada, gorgoteando algo que no entendí.

Finalmente dejó de moverse.

Pero aquello que me impulsaba se desvanecía.

Y con ello llegó el dolor.

Crudo.

Desgarrador.

Inundando cada centímetro de mi cuerpo.

Atrapado en un momento de lucidez, entendí que necesitaba comer algo, algo que le diera a mi cuerpo el combustible para reconstruirse. Pero…

Mi mochila estaba muy lejos.

Y mis extremidades ya no tenían la fuerza ni siquiera para arrastrarme hasta allí.

Estaba desesperado, sin idea de qué hacer.

Fue entonces cuando un pensamiento atravesó mi mente.

Fue fugaz, casi imperceptible, pero lo suficiente para que mi mirada se desviara hacia abajo.

—Tal vez… si había algo de comer. —

Miré el cuerpo de la criatura que me había dejado en este estado. No era lo mejor, ni siquiera se acercaba a serlo, pero era lo único que tenía.

Mis brazos estaban rotos, inútiles, retorcidos en ángulos imposibles, pero mi instinto de supervivencia no se detuvo. Con la cabeza inclinada hacia abajo, usé la boca para alcanzar la carne podrida y expuesta del Eco. El hedor era insoportable, un olor a muerte y putrefacción que hacía que mi estómago se revolviera, pero no podía permitirme rechazarlo.

Con dientes torpes, arranqué un trozo pequeño. El sabor era amargo, ácido, como si la carne misma gritara en agonía. Pero era combustible, era vida.

Cada mordisco era una lucha contra mi propio cuerpo, contra la repulsión, contra el instinto que me decía que aquello podía matarme.

No había otra opción. No había espacio para la dignidad aquí.

Mientras masticaba con esfuerzo, sentí una leve corriente de energía fluir por mis venas, un tenue aliento de esperanza. Mis células parecían aferrarse a ese último recurso putrefacto para reconstruirse, aunque fuera apenas un poco.

No sabía cuánto más podría resistir, ni si ese acto desesperado me condenaría a algo peor. Pero en ese momento, nada importaba más que seguir respirando. Seguir luchando.

Mi mente comenzó a desvanecerse, hundiéndose lentamente en la inconsciencia, pero aun así no dejé de comer. Si esto funcionaba, sería mi última salvación.

Fue entonces cuando todo se volvió negro.

_______________________________________________________________________

[Punto de vista desconocido]

Estaba en clase cuando una pantalla flotante apareció frente a mis ojos. Brillaba con una tenue luz azulada, suspendida en el aire como si desafiara todas las leyes de la física.

A pesar de lo llamativo que era, nadie a mi alrededor pareció notarlo. Todos seguían tomando apuntes, escuchando al profesor… como si nada hubiera pasado.

Pero lo que realmente atrapó mi atención fue el mensaje que parpadeaba en el centro:

{Un nuevo miembro se ha unido al chat}

{El Último Caminantese ha unido al chat}

More Chapters