Después de un buen rato caminando, finalmente llegamos. Frente a nosotros se alzaba una estructura imponente, como salida de un sueño lúgubre.
—¿Este es el castillo?
—El mismo.
Sin que me diera cuenta, una mano cálida atrapó la mía con total naturalidad. Un leve tirón me obligó a seguir la dirección de un dedo que señalaba hacia lo alto, recorriendo con la mirada las estructuras del lugar.
—Al rey le gusta verse reflejado —susurró con tono casi burlón—. Mira bien… cualquier pared, los picos retorcidos, incluso la lava… todo refleja colores saturados y uno que otro reflejo. Todo fue diseñado para devolverle su imagen.
Desvié la mirada hacia nuestras manos entrelazadas. La suya era firme, ligeramente húmeda… y no parecía tener intenciones de soltarme. Sentí cómo una vena en mi sien comenzaba a latir con más fuerza.
—Sí, verdad… —musité, sin apartar los ojos—. El rey es muy excéntrico e invasivo… Muy invasivo. Casi un acosador.
—Dilo claro. Un irrespetuoso, carente de tacto y un demonio. Oh, espera… sí es eso.
—¡COMO TÚ LO ERES! ¡YA SUÉLTAME!
Me giré con brusquedad y traté de soltarme, pero sus dedos se aferraron con descaro.
—Lo haría… pero te suda la mano —dijo con una sonrisa tan relajada como irritante—, y me gusta esa sensación.
*¡Este maldito…!*
Rechiné los dientes y solté un susurro lleno de rencor.
—Todo esto es tu culpa…
—Pobre Raphtylf… —la voz del sistema resonó con ese tono burlón y sardónico habitual—. Tiene que hacer sus jugadas porque el insensible animal de Yuzato no corresponde a sus sentimientos.
¡¿Insensible animal?! ¡¿Jugadas?! ¡No estoy obligado a corresponder nada!
Mientras luchaba internamente con el impulso de gritarle al sistema, una vocecita captó mi atención. No era una voz, más bien un murmullo curioso.
Un pequeño bebé miraba con ojos brillantes un cuadro adornado con lucecitas que parpadeaban con ritmo hipnótico.
El bebé lo contemplaba fascinado, como si viera a su papi número tres brillando entre aquellas luces.
Desvié la mirada un segundo. El mocoso seguía ahí, clavando esos ojitos enormes y brillantes en algo. Fruncí el ceño y, por mera curiosidad, traté de seguir su línea de visión… o al menos lo que yo pensaba que estaba mirando.
—¿Qué estás viendo…?
Desplacé la vista al system. Luego al mocoso. Volví al system. Otra vez al mocoso. Y así varias veces. Había una especie de conexión extraña en el aire.
—Oye, system…
De inmediato, su ventana holográfica comenzó a moverse en todas direcciones. A la izquierda, derecha, arriba, incluso flotando en círculos… y aun así, el niño lo seguía con la mirada como si tuviera imanes en los ojos.
—¿Necesitas que te enfríe la cabeza?
La voz vino acompañada de una sombra a mi lado. Giré apenas el rostro y vi esa expresión entre preocupada y divertida.
—¿Qué tal si dejo que pruebes la suela de mi zapato?
—¡Vete al diablo! ¡Estoy admirando el paisaje!
Me crucé de brazos, fingiendo que todo estaba bajo control, aunque la verdad ya ni sabía qué estaba pasando.
—Mmmm… tú decides cuándo entrar.
Cerró los ojos con esa maldita actitud relajada, balanceando la cabeza de un lado a otro mientras tarareaba algo inentendible, como si el momento fuera perfecto para tomarse una siesta.
—¿¡Ahora qué hacemos!?
Mi pregunta quedó flotando un instante, hasta que el pequeño alzó su manita y señaló con toda la naturalidad del mundo el cuadro brillante de antes.
—Sippy…
—¿Quién?
La pregunta brotó al unísono, tanto de mi boca como de la del system. Nuestras voces se mezclaron en perfecta sincronía.
—Papi número tres… Sippy.
El dedo volvió a señalar con firmeza. Sus ojos, decididos. Su convicción, inquebrantable.
—¡No! —chilló el system con ofensa casi teatral— ¡Soy el Ultra Super Omega Plus System!
No pude evitarlo. Una sonrisa burlona se dibujó en mi rostro.
—Ahora eres Sippy. Felicidades, desgraciado.
Aprovechando que Raphtylf estaba distraído, deslicé lentamente mi mano fuera de la suya. Lo hice con todo el sigilo de un ladrón profesional. Él seguía en su mundo tarareando.
—Inténtalo. Niégale eso al pobre bebé… Tal vez te regale una actualización corrupta con juegos de cartas y dibujos animados.
El silencio del system fue tan dramático que casi pude oír el peso de su dignidad cayendo al vacío.
—… El loco aquí eres tú… Acepto mi cruel destino —dijo al fin, sin emoción alguna.
Y en ese glorioso momento, por fin logré liberar mi mano de la suya.
—¿Qué es eso que huelo? ¿Miedo?
—¿Me crees tan idiota como tú como para llevarle la contra a ese niño? —bufó el system con tono sombrío—. Hay límites, Yuzato. LÍMITES.
Por supuesto, aquí tienes la escena adaptada a formato de novela ligera, manteniendo el tono original, enriquecido con detalles y desde la perspectiva en primera persona de Yuzato:
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—¡Ja! ¡Cobarde! —señalé a Sippy con toda la fuerza de mi reciente victoria.
Estaba seguro de que había soltado la mano de Raphtylf… estaba convencido. Pero algo no cuadraba. Volví a mirar hacia abajo y ahí estaba. De nuevo. Sujetándome.
*¿Cuándo me volvió a tomar? ¿En qué momento…?*
—¿Puedes soltarme?
Una mirada de reojo fue su única respuesta. Coqueta, descarada… molesta.
—Mmm… nop. ¿Entramos?
Volví a forcejear con la mano, intentando zafarme. Era como si hubiera aprendido la técnica del bucle infinito de Sippy… No, probablemente era simplemente perseverante. Lo cual daba aún más miedo.
Nos adentramos al castillo. Sinceramente, esperaba encontrar demonios merodeando, patrullando los pasillos, lanzando fuego por la boca o haciendo algún ritual macabro. Pero no… La entrada estaba abierta de par en par y no había ni una sola alma a la vista.
No tardé mucho en entender por qué.
Todos los demonios estaban reunidos en lo más profundo del castillo. Como si algo los llamara. El silencio era pesado, y aunque por fuera parecía majestuoso, por dentro era casi deprimente. No había lujo, ni tapices, ni tronos brillantes. Solo pasillos vacíos y paredes desnudas. Por un momento pensé que el rey era un vagabundo que se metió aquí porque no tenía casa.
Caminamos un buen rato, hasta que una parte del pasillo se iluminó de pronto. Una luz. Luego otra. Y otra más. Tres en total. Cada una de un color diferente, pulsando como si respondieran a nuestra presencia.
—Es ahí —dijo, sin detener el paso.
—Bien. ¡No iremos por ahí!
Me giré en dirección contraria, dispuesto a caminar con toda mi dignidad lejos de ese posible campo de muerte. Pero algo extraño ocurrió: mi cuerpo se deslizó hacia atrás, como si un hilo invisible me devolviera al mismo lugar inicial.
—¡Sippy, déjame! ¡Está claro que ahí está la muerte!
—¿Yo? —la voz del system sonó casi ofendida—. ¿Crees que gastaría mi tiempo en ti?
Raphtylf caminó tranquilamente hacia la zona iluminada conmigo obligado por supuesto, como si nada pudiera pasarle, con esa calma que solo tienen los que están completamente locos o completamente seguros de sí mismos.
—Sí, es ahí —repitió con una sonrisa satisfecha—. Me alegra que quieras ir, Yuzato.
No, no quiero. ¿En qué momento di a entender eso?
Mi mano seguía atrapada. Otra vez. Siempre atrapado.
Ya estaba harto. Así que me dejé caer al suelo sin resistencia, dejando que me arrastrara como si fuera una alfombra vieja. El otro parecía encantado con la idea de arrastrarme como si fuera su maleta favorita. El bebé miraba alrededor, sonriendo con esa expresión tierna e inquietante a la vez. Por suerte, no hizo nada extraño esta vez… bueno, al menos no a mí.
Los picos afilados que sobresalían fuera del castillo, aquellos que daban esa vibra infernal y desesperante… comenzaban a derretirse. Sí, derretirse. Como si fueran helado bajo un sol de justicia. Era grotesco y ridículamente absurdo.
—El karma me sigue —murmuré, resignado.
Me acomodé los lentes —mis lentes increíbles, por cierto—, listo para seguir observando este descenso a la locura con algo de estilo. Pero claro, apenas me los puse, el bebé alzó sus manitas, me los quitó sin esfuerzo y se los colocó él mismo. Se veía genial. No tanto como yo, por supuesto. Pero había que admitirlo: el enano tenía estilo.
Sorprendentemente, nada más pasó después de eso.
Creo.
—¿Los escuchas, Yuzato?
La voz llegó de repente, cortando el momento casi pacífico que me había autoimpuesto.
—¿A quiénes? ¿A los demonios? ¿A mis ganas de acabar el capítulo? ¿O las risas de este niño?
—Mira tú mismo.
Antes de que pudiera replicar, me levantó con una facilidad insultante. Luego, con suavidad, movió mi cabeza para que mirara al frente. Mis ojos, aún ajustándose, se abrieron un poco más al ver la escena.
Sí… eso era exactamente lo que esperaba.
—Demonios… —murmuré sin expresión—. Ah, y heavy metal.
O bueno, lo más parecido a eso. Aunque siendo sincero, más que música sonaba como una pelea de ollas y sartenes cayendo por una escalera mientras alguien gritaba en otro idioma. Un ruido infernal acompañado por un slam tan intenso que con solo mirar supe que si me metía ahí, saldría hecho papilla.
—Uy… qué mal se ve eso —comentó el system con una voz fingidamente preocupada—. Bueno, a trabajar.
—¿Quieres que entre ahí?
—Temprano es tarde, Yuzato. Anda, dale el bebé a Raphtylf.
—¿Te doy al bebé?
Apenas giré para ofrecerlo, sentí una presión en la mejilla. Su mano estaba allí, sujetándola con firmeza, sin dejar espacio a dudas.
—Así que quieres morir lo antes posible… —murmuró con una sonrisa peligrosa—. Interesante. Estoy seguro de que no aguantarías ni un solo golpe.
—¿Qué clase de incentivo es ese?
Y aun así, ahí estábamos. Frente al corazón del castillo. Con el slam demoníaco, el bebé con mis lentes, y la promesa de un capítulo que, con toda probabilidad, acabaría mal.
Levanté al bebé frente a mí, sujetándolo con firmeza mientras lo observaba con una mezcla de esperanza y resignación.
—Bueno, plan B. Bebé, haz algo.
El pequeño soltó una carcajada estruendosa, moviendo sus manitas de arriba a abajo como si fuera un animador profesional de batalla demoníaca.
—¿Eso en qué ayuda?
Volteé hacia los demonios para ver si, por algún milagro, aquello causaba un impacto. Abrí los ojos de par en par… y sí, hubo un cambio. Pero no el que esperaba.
La gravedad en ellos había desaparecido por completo. Volaban. Flotaban como si fueran parte de un ballet aéreo demente, girando, rotando, impulsándose. Esperaba al menos ver sus caras confundidas… pero no. En vez de eso, la falta de gravedad solo había alimentado su creatividad para golpearse con más estilo. Uno incluso empezó a nombrar sus ataques en voz alta como si eso les diera más poder.
—¡Explosión infernal del caos reluciente nivel cinco punto rojo! —gritó uno mientras giraba sobre sí mismo con un grito espeluznante.
—...Esto es absurdo —susurré.
Entonces, el que siempre parece estar guardando algún as bajo la manga, cerró los ojos.
—Mi turno.
Lo vi levantar una pierna con calma exagerada, como si estirara antes de una siesta. Luego, sin esfuerzo, golpeó levemente el suelo con la punta del zapato.
Ese simple gesto generó un pulso. Lo sentí recorrerme entero, desde los pies hasta la coronilla.
—¿Qué fue eso? ¿Agua? ¿Un temblor? Ah, claro… este tipo es el diablo.
De pronto, como si una fuerza invisible los aplastara, todos los demonios cayeron de golpe al suelo. Luego se incorporaron, pero esta vez… algo era distinto. Nos estaban mirando.
A mí, al niño… a él.
Y entonces, como si hubieran ensayado, abrieron filas. Una formación perfecta, como si nos estuvieran esperando desde el principio.
—¡Al fin! ¡Alguien que me reconoce!
—Muy funcional —comentó el system con su tono de siempre.
Me lanzó una mirada, y luego bajó la vista.
—Yuzato, te tiemblan las piernas.
—Quiero orinar, es todo.
—Te creo… cobarde.
—¿A quién le llamas…?
No pude terminar la frase. El suelo comenzó a temblar de verdad esta vez. Pisadas. Pesadas. Cercanas. O quizá un cráter estaba por abrirse bajo mis pies, no lo sabía. Solo sé que algo se acercaba.
—¿¡Quién detuvo la música!?
Una voz fuerte, autoritaria, envolvió el ambiente como un trueno.
A mi lado, sin perder tiempo, la mano de Raphtylf se alzó para señalarme.
—Él. Qué mal.
—¡¿Eres en serio?!
Giré lentamente la cabeza, mentalizándome para ver cara a cara al infame rey demonio. Pero no… claro que no estaba frente a mí. Se encontraba allá, al fondo del castillo, tirado como si nada en lo que claramente era una zona VIP. Rodeado de comodidades dignas de un dios moderno, con altavoces tan enormes y brillantes que harían llorar a cualquier amante del buen sonido.
Estaba lejos. Tan lejos que incluso su supuesta grandeza se veía minúscula desde aquí.
—¡¿¡CÓMO QUE YO!?! —grité desesperado, señalándome como si pudiera transferirle el trauma a alguien más.
—¿Quién es él? —rugió desde su trono.
—Mi perra —respondió sin titubear quien estaba a mi lado.
El silencio que siguió fue brutal.
Abrí la boca, pero las palabras tardaron un par de segundos en procesarse. Cuando salieron, no fue con la calma de un héroe, sino con el ardor de la indignación.
—¡¿¡TU QUÉ?! ¡Llámame como soy!
—Ah, perdona, cariño. *Papi número tres.*
—¡YUZATO HYRAGA, HÉROE DE HÉROES! —grité con toda la dignidad que me quedaba, inflando el pecho como si eso compensara algo.
—Bueno, si nunca me dices tu nombre, ¿cómo quieres que te llame? No seas idiota, cariño —murmuró entre dientes como si habláramos de algo trivial… ¡no de mi reputación!
—¡¿¡YUZATO HYRAGA, TE CREES CON LA AUTORIDAD DE CALLAR A MIS SÚBDITOS!?! —la voz del rey retumbó tan fuerte que sentí mis órganos cambiar de lugar.
—¡Es tu hora! ¡Contéstale como tú sabes! —gritó el system emocionado—. ¡Te daré puntos extra!
Inspiré. Reuní todo el coraje que quedaba en mi interior. Elevé el puño, mis piernas temblaban más que gelatina en terremoto, mi voz… mi voz traicionera me abandonó justo cuando más la necesitaba.
—¡Mis huevos dicen que sí!
…
Sí, eso fue lo mejor que pude decir.
Y antes de que empieces a juzgarme, dime tú: ¿quién se mantendría cuerdo en esta situación? Tal vez alguien completamente OP. Pero lo único OP que tengo es mi inigualable y majestuoso estilo. Y frente a mí… frente a mí estaba un demonio que hacía temblar hasta el alma.
Más alto que el rey de mi tierra natal, pero con una presencia cien veces más imponente. Su trono se encontraba en el escalón más bajo, pero lo llenaba todo con solo estar sentado. Una montaña de músculo y amenaza con cuatro ojos que me analizaban sin piedad, cuernos que dolían con solo verlos, y un enorme collar de rocas negras colgando de su cuello como si fueran trofeos.
Su traje brillaba con una intensidad ridícula, cegadora. Pecho al descubierto, una bufanda roja ondeando en el aire inexistente a su alrededor, guantes sin dedos que se veían peligrosamente geniales… y sus zapatos, completamente blancos, tan inmaculados que parecían obra divina.
En serio… a su lado, Raphtylf parecía la chica bonita del grupo. Y eso es decir nada más que la verdad.
—Entonces… ¡demuestra tu valía!
—¡Antes tendrás que pasar por él! —grité con determinación, señalando heroicamente a mi supuesto aliado, protector… acompañante decorativo… Raphtylf.
La respuesta fue inmediata.
—¿Te molesta si estamos aquí? —preguntó Raphtylf con toda la tranquilidad del mundo… mientras tomaba asiento junto al mismísimo rey demonio, como si fuera su casa.
—Para nada, Raphtylf —respondió el rey con una sonrisa relajada.
—¡¿RAPHTYLF?! —la traición no sabía a sangre, sabía a desilusión pura, con una pizca de bilis.
—¡Esfuérzate! —dijo mientras me saludaba con la manita de forma burlona… *con ambas manos.*
—¡Entonces por él! —alzando los brazos como quien invoca una tormenta... noté algo. Algo importante. Mis brazos. Estaban vacíos. Horriblemente vacíos—. ¡¿Y el bebé?!
—Lo tengo yo —anunció Raphtylf sin pizca de culpa, acariciando la cabeza del niño como si fuera su premio de consolación.
El bebé comenzó a aplaudir.
Y justo entonces… el mundo se volvió absurdo.
Ondas de choque se propagaron como si sus palmas fueran tambores cósmicos. Ante mis incrédulos ojos, todos los demonios empezaron a seguir sus órdenes. Uno tras otro. Todos ellos… apoyándome. ¡A mí! ¡Yo! ¡El protagonista sin plan!
—*Ay, Dios…* —me quejé sin pensar. Aunque claro, dudo que él tenga jurisdicción en este lugar.
—Es momento… —la voz del rey retumbó como un trueno. Alzó una mano que se prendió fuego de inmediato, pero no era fuego común. No. Era la llama más pura que había visto, brillante, abrasadora, como si el mismo sol hubiera sido arrancado del cielo para envolver su puño.
Entonces cerró su mano.
Y la llama desapareció… pero no el calor.
Un vórtice de energía estalló cuando lanzó su puño a la derecha, generando una presión tan intensa que el aire chilló. Todo vibraba, todo temblaba… excepto él. El rey del sonido.
—¡De la batalla del sonido! —anunció con voz gloriosa, como si estuviera presentando el evento del milenio.
Y yo… sin plan, sin bebé, sin aliados.
Pero bueno, tengo estilo. ¿No?
—¡Sippy, Sippy! ¡¿Cómo carajos voy a ganar esto?! —grité, mientras mi desesperación se materializaba en sudor frío y un leve temblor en el párpado izquierdo.
Allí estaba él… el traidor, la inteligencia artificial sin moral, el sistema sin alma. Flotaba tranquilamente al lado de Raphtylf, como si la traición viniera de fábrica, y con ambas manos sostenía un letrero brillante que leía:
**"¡Agárrate los huevos, Yuzato!"**
—Creo que aquí termina la novela... Gracias por leer —murmuré con resignación, viendo hacia el vacío con el alma en pausa.
Pero el espectáculo apenas comenzaba.
El vórtice frente al rey empezó a cerrarse lentamente, revelando un estallido de luces tan brillantes que por un segundo pensé que alguien había conectado el infierno al sistema de luces de navidad de una ciudad entera. Colores, fuegos artificiales, explosiones dignas del último episodio de un anime... sí, todo eso y más.
—¡Yuzato! —rugió el rey— ¡Y cualquier demonio que quiera retarlo, suban al escenario y toquen! ¡TOQUEN COMO SI SU ALMA ESTUVIERA A PUNTO DE ABANDONAR SU CUERPO!
—¿Su qué?! —jadeé, retrocediendo un paso. ¿Qué tipo de ritual era este?
—¡Demuestren la melodía que eleve su poder! ¡AQUELLA QUE HARÁ RETUMBAR EL INFIERNO MÁS FUERTE QUE LAS TROMPETAS DEL APOCALIPSIS! ¡Es su momento de convertirse en… LA ESTRELLA DEL INFIERNO!
Y con eso… el infierno colapsó.
Demonios chillaban, aplaudían, gritaban como si fueran fans enloquecidos. Uno empezó a llorar. Otro se arrancó la camiseta. Y por alguna razón, un grupo organizó una coreografía de apoyo. Incluso comenzaron a lanzarme ropa interior demoníaca —una visión que honestamente no deseo recordar.
El bebé, con los ojos cerrados y una risa contagiosa, levantó sus brazos. Estrellas comenzaron a salir de sus diminutas manos, flotando como si fueran fuegos fatuos de diseño. Y de pronto, el cielo del infierno se convirtió en un escenario de festival barato, con brillos y efectos visuales que harían llorar al presupuesto de cualquier producción seria.
—¡ESTE ENCUENTRO DECIDIRÁ TODO! —proclamó el rey con un fervor digno de un presentador de telenovela— ¡EL ESTILO DE LA TIERRA… VS… EL ESTILO DEL INFIERNO!
—¡¿Cómo que tocar una melodía?! —casi lloré— ¡¿No podemos hacer algo normal por un solo día?!
—Eso tendrá que esperar hasta el siguiente capítulo —dijo Sippy, con una sonrisa sin rostro y un maldito letrero que ahora decía:
**"Cliffhanger desbloqueado"**