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Chapter 216 - Capítulo 60: La Sombra de Laila

La inmaculada habitación de Laila Valmorth, la Matriarca, emanaba una opulencia serena, un contraste escalofriante con la furia apenas contenida que ardía en sus ojos carmesí. Se movía con una gracia depredadora mientras se preparaba para su encuentro con los ministros de Dinamarca. Un vestido de seda oscura se deslizó sobre su figura esbelta, cada movimiento denotando poder y precisión, mientras su mente calibraba cada palabra, cada gesto.

—Yusuri —ordenó, su voz un murmullo que se filtró por las puertas abiertas de sus aposentos—, prepara a tus hombres. Que se armen discretamente, en caso de que los ministros muestren reticencia a seguir mis directrices. La sutileza es una herramienta, pero la fuerza es la última palabra.

Yusuri apareció en el umbral, una sombra silenciosa. —Será hecho, mi señora —respondió, su voz desprovista de emoción—. Estarán listos para asegurar su... persuasión, si es necesario.

Minutos después, la comitiva de Laila avanzaba por las bulliciosas calles de Copenhague en vehículos blindados, una presencia oscura y eficiente en el corazón de la ciudad. El trayecto hasta el edificio gubernamental fue breve, pero cada segundo era un recordatorio de la urgencia que la impulsaba. La Matriarca no se preocupaba por el tiempo, sino por la imperfección de la situación, la fuga de Hitomi.

Llegaron a la imponente estructura ministerial, donde la esperaba una pequeña delegación de funcionarios con rostros tensos. La sala de reuniones era un espacio de madera oscura y vidrio pulido, un escenario para negociaciones de alto nivel, pero hoy, el aire estaba cargado con una expectación diferente, casi ominosa.

Laila entró, su presencia silenciando la sala. Se presentó con una formalidad helada. —Soy Laila Valmorth —dijo, su voz clara y autoritaria, sin una pizca de calidez—. Hemos solicitado esta reunión con extrema urgencia por un asunto de suma importancia para la seguridad de Dinamarca.

Los ministros, una mezcla de veteranos y jóvenes ambiciosos, asintieron, sus miradas inciertas.

—Mi hija, Hitomi, ha escapado de mi custodia hace aproximadamente once horas —declaró Laila, sin rodeos, su voz adquiriendo un tono de frialdad controlada—. Es una amenaza para la seguridad nacional, no solo para mi linaje. Su poder, aún incipiente, es volátil e impredecible. Necesito que se detengan todos los aeropuertos de Dinamarca. Que el tráfico aéreo quede suspendido de inmediato y por completo, por un periodo de al menos seis horas. Esto es fundamental para contenerla.

Un murmullo de incredulidad recorrió la mesa. Uno de los ministros, un hombre de rostro curtido y canoso, carraspeó. —Señora Valmorth, comprendemos la gravedad de su situación personal, pero cerrar todos los aeropuertos del país es una medida extrema. Implicaría un caos económico, un impacto inmenso en el comercio y el turismo. Es... inaudito. No podemos simplemente hacerlo por una cuestión familiar.

Otro ministro, más joven y con una postura defensiva, añadió: —Además, ¿qué garantía tenemos de que su hija representa realmente una amenaza tan grande? No tenemos informes al respecto.

Los ojos de Laila se entrecerraron, y la temperatura en la sala pareció bajar varios grados. Su voz se hizo más grave, cada palabra un golpe. —Ustedes tienen lo que tienen gracias a mi linaje. ¿Creen que Dinamarca disfruta de la paz y la prosperidad por la simple fortuna? Somos nosotros quienes protegemos este país de amenazas que ni siquiera pueden concebir. Mis recursos, mi influencia, mis... capacidades, son las que mantienen la oscuridad a raya en esta nación.

Se inclinó ligeramente sobre la mesa, su mirada fulminante. —Y si mis directrices son ignoradas, Dinamarca sentirá las consecuencias de mi descontento. No soy una suplicante. Soy quien vela por este reino. Su hija es una amenaza para el delicado equilibrio que hemos forjado.

La tensión se disparó. Los ministros intercambiaron miradas nerviosas, pero el desafío aún brillaba en los ojos del ministro más joven.

En ese instante, desde las sombras de la sala, donde la guardia personal de Laila se había posicionado discretamente, surgieron figuras enmascaradas. Eran hombres altos, silenciosos, vestidos de oscuro, y cada uno de ellos empuñaba un arma de fuego, que ahora apuntaba directamente a la cabeza de cada ministro, sin un sonido, sin un titubeo. Las luces de los cañones relucieron, silenciosos presagios de muerte inminente.

El aliento se cortó en la garganta de los ministros. El rostro curtido palideció, y el joven ministro tragó saliva con dificultad, su postura defensiva desvaneciéndose en puro terror.

Laila los observó, una sonrisa apenas perceptible asomando en sus labios, una burla cruel. —Ahora, caballeros —dijo, su voz volviendo a su tono sereno, pero cargado de una autoridad inquebrantable—, ¿cerramos los aeropuertos? ¿O prefieren que Dinamarca descubra cuán frágil es su "fortuna" sin mi protección?

El silencio fue absoluto. El sonido del metal frío de las armas chocando levemente era lo único que se oía. El ministro de rostro curtido fue el primero en ceder, sus ojos fijos en el cañón que lo apuntaba.

—Aceptamos —murmuró, su voz rota, una capitulación humillante—. Los aeropuertos serán cerrados. Se emitirán las órdenes de inmediato.

Los demás asintieron frenéticamente, algunos con los ojos llenos de miedo, otros con una rabia impotente. Las armas enmascaradas no se bajaron hasta que Laila hizo un gesto, una señal casi imperceptible.

—Magnífico —dijo la señora Laila, su tono ahora completamente satisfecho—. Es una lástima que la persuasión requiera a veces de recordatorios tan... directos. Asegúrense de que se cumpla al pie de la letra. No habrá margen para errores. Ahora, si me disculpan, tengo otras urgencias que atender.

Con eso, Laila se levantó, su sombra se proyectó sobre los ministros humillados, y abandonó la sala, dejando tras de sí un rastro de terror y la ominosa comprensión de que el control de los Valmorth sobre Dinamarca era absoluto e incuestionable. La caza de Hitomi no solo involucraba a su linaje, sino que ahora había arrastrado al país entero a su oscura red.

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