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Chapter 215 - Capítulo 59: El Precio del Control

La Madre Valmorth se irguió en la vasta sala, su figura imponente teñida por una frialdad cortante, su mirada carmesí fija en Costantine y Hiroshi. Yusuri permanecía un paso atrás, observando la escena con su habitual impasibilidad, el aire de la estancia denso por la autoridad de la Matriarca.

—La insolencia de la niña me obliga a tomar medidas drásticas —comenzó ella, su voz un hilo de acero—. No puedo permitir que su huida se convierta en una debilidad para nuestro linaje. Su libertad es una afrenta directa a mi autoridad.

Costantine asintió, su rostro impávido. Hiroshi inclinó la cabeza, ambos comprendiendo la gravedad de la situación.

—Yo misma iré a los ministros de Dinamarca —anunció, su decisión inamovible—. Necesito que los aeropuertos del país queden cerrados por unas horas, sin excepción. Que no entre ni salga nadie, que el cielo mismo se pliegue a mi voluntad por un breve lapso, que no haya escapatoria alguna. El control debe ser absoluto.

Su mirada se posó entonces en Costantine y Hiroshi, una chispa de impaciencia encendiéndose en sus ojos.

—Ustedes dos, suban al tercer nivel —ordenó, su tono tajante—. Vayan a buscar a vuestro hermano, el perezoso de John. Seguramente estará en su acostumbrada guarida, rodeado de sus vicios y perdiendo el tiempo con sus patéticas compañía. Es una vergüenza para el linaje.

Costantine frunció ligeramente el ceño, el desprecio evidente en su rostro ante la mención de su tío, mientras Hiroshi se mantuvo impasible.

—Tráiganlo aquí, inmediatamente —continuó Madre—. Recuerden su posición y su deuda con esta familia. Si opone resistencia, háganle recordar quiénes somos.

Los hermanos se movieron con eficiencia sombría, ascendiendo por las escaleras hacia las plantas superiores de la mansión. El camino los llevó al tercer nivel, donde el hedor a alcohol rancio y perfume barato se volvía más intenso con cada paso. La puerta de la suite de John estaba entreabierta, dejando escapar risas vacías y el tintineo de copas.

Costantine irrumpió primero, su presencia helada ahogando de golpe la algarabía. John, un hombre de mediana edad con un aire desaliñado, estaba recostado en un diván de terciopelo, rodeado de varias mujeres semidesnudas. La música se detuvo abruptamente.

—¿Qué demonios...? —murmuró John, su voz pastosa por la bebida, intentando incorporarse torpemente.

—Vístete, tío —ordenó Costantine con voz monótona, la frialdad en sus palabras cortando el aire—. Madre te llama.

Hiroshi, de pie tras Costantine, añadió: —Y no te demores. La paciencia de Madre no es infinita, y la tuya ha caducado hace mucho.

John se encogió, un asomo de miedo cruzando su rostro. —Pero... ¿qué quiere ahora? ¿Es por la niña? ¿Por qué se fue? Siempre supe que esa cría traería problemas, es lo que ocurre cuando se es demasiado condescendiente con la sangre sucia.

Costantine se acercó, su mirada fulminante. —Cállate. No es asunto tuyo, y mucho menos tu lugar para opinar. La niña no es de tu incumbencia. Ahora, vístete, o te arrastramos tal como estás.

John, entre maldiciones ahogadas y quejas, se levantó con dificultad, las mujeres a su alrededor observándolo con una mezcla de miedo y fascinación antes de que Costantine las echara con un gesto. Se puso unos pantalones y una camisa arrugada, el hedor a su persona apenas disimulado.

Los tres hermanos descendieron las escaleras, la presencia de John entre ellos un recordatorio incómodo de la imperfección en el linaje. Entraron de nuevo en la sala principal, donde Madre esperaba, su rostro impasible, pero sus ojos como ascuas.

—Aquí está, Madre —dijo Costantine, empujando a John suavemente hacia adelante.

Ella lo observó a su hijo, una expresión de puro desdén cruzando su rostro inmaculado. Levantó una mano y, con un movimiento rápido y preciso, abofeteó a John con una fuerza brutal. El chasquido resonó en la sala, y John cayó de rodillas, la mejilla enrojecida, la boca llena de sangre.

—¡Esas escorias no son aptas para el linaje! —escupió su Madre, su voz un látigo—. ¡Cada vez que te revuelcas con una de esas vulgares, manchas nuestro apellido, John! Tu debilidad es una vergüenza para la sangre Valmorth.

John gimió, su rostro contorsionado por el dolor y la humillación, pero no se atrevió a replicar.

—Ahora —continuó, ignorando la caída de su hermano, su atención volviendo a sus hijos obedientes—, la verdadera tarea. Necesito información. Para ello, irán a buscar a un informante que se hace llamar el "Búho".

Yusuri se adelantó, su voz suave. —¿El Búho, mi señora? Se rumorea que su información es tan cara como peligrosa.

—Su conocimiento es tan vasto como las estrellas —afirmó, sus ojos brillando con una convicción férrea—. Se dice que no hay suceso en el mundo que escape a su conocimiento, que guarda cada fragmento de información en su mente, una biblioteca viviente.

Costantine inquirió: —¿Y qué le ofreceremos a cambio de esa verdad, Madre?

—Le ofrecerán lo que quiera, sin límite —declaró ella, su voz un eco de la autoridad divina—.

Oro, gemas, lo que sea. No hay precio demasiado alto para la información que nos traiga. El Búho sabrá el paradero de mi hija, y quiero que lo extraigan de él, cada detalle, cada sombra, cada susurro. Quiero su ubicación exacta. No se detendrán hasta tenerla de nuevo bajo mi control.

Los tres hermanos, Yusuri, Costantine y Hiroshi, asintieron al unísono, sus rostros reflejando la determinación de cumplir la orden de su Madre. La búsqueda de Ama Hitomi había comenzado, y nada en Dinamarca, ni en el mundo, podría detenerla.

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