El aire de Copenhague era frío y punzante, pero Laila Valmorth apenas lo sintió. Su mente ya estaba lejos de la reunión ministerial, enfocada en la siguiente fase de su plan, mientras sus pasos la dirigían con elegancia hacia su vehículo blindado. El chófer esperaba, la puerta abierta, la silueta oscura del coche prometiendo un refugio contra el mundo exterior. Justo cuando estaba a punto de subir, una voz la detuvo, un sonido inesperado en la calculada burbuja de su existencia.
—¡Laila, querida! —La voz, aunque jovial, tenía un tono zalamero que Laila encontró instantáneamente repugnante.
Un hombre se interpuso en su camino, deteniendo el auto con una familiaridad irritante. Elton Krusky, de unos treinta y nueve años, se plantó frente a ella con una sonrisa amplia y una confianza desmedida. Era un rostro que conocía desde la infancia, un "viejo amigo de la familia", aunque en su mente, los Krusky siempre habían sido una extensión menor, un linaje de segunda. Elton, con su cabello rubio ligeramente largo y sus ojos demasiado cercanos, era una representación perfecta de la mediocridad ambiciosa.
Laila lo observó, su expresión de disgusto apenas velada. —Elton —dijo, su voz tan fría como el hielo de un fiordo. No hubo rastro de afecto, solo un reconocimiento seco.
—Qué sorpresa encontrarte aquí, en medio de asuntos tan... oficiales —comentó Elton, su sonrisa haciéndose más amplia, ignorando la frialdad de Laila. Dio un paso más cerca, su proximidad invadiendo su espacio personal—. Justo pensaba en ti. Tenemos asuntos pendientes, ¿no crees?
Laila levantó una ceja, la paciencia menguando en sus ojos carmesí. —¿Asuntos? No recuerdo ninguno que me concierna.
Elton rió, un sonido hueco. —Oh, Laila, no seas así. Sabes que mi familia y la tuya siempre han tenido lazos. Y ahora que eres la Matriarca, hay ciertas... oportunidades que se abren, ¿verdad? Quiero unirlos aún más.
Se acercó aún más, y Laila tuvo que reprimir una mueca de auténtico asco. Aquel hombre era un parásito, un bufón.
—Propongo que nos casemos, Laila —declaró Elton, su voz de repente más seria, aunque con una pizca de triunfalismo que Laila encontró odiosa—. Nuestro linaje se uniría, el poder se consolidaría. Piensa en el prestigio, en la influencia compartida. Seríamos inquebrantables.
La Matriarca lo miró con una expresión de puro y absoluto asco, sus labios se curvaron en un gesto de repulsión. La idea misma de unir su sangre pura Valmorth con la vulgaridad de Elton Krusky era una blasfemia, una afrenta a todo lo que ella representaba. Su silencio era una burla, una clara señal de su desprecio.
Elton, al percibir la respuesta no verbal de Laila, pero sin inmutarse del todo, continuó con una sonrisa cínica, cambiando rápidamente de estrategia. —Bueno, si esa propuesta te resulta... demasiado grandiosa —dijo, la ironía mal disimulada—, quizás podríamos considerar algo más... cercano a tus posibilidades.
Se encogió de hombros, su mirada resbalando por la figura de Laila, una luz calculada en sus ojos. —Siempre podrías ofrecerme la mano de alguna prima, ¿no crees? O incluso de alguna de esas parientes lejanas que mantienes ocultas en tus propiedades. Cualquier Valmorth serviría. No soy exigente. Solo quiero tener el apellido, Laila. Quiero esa sangre, esa conexión oficial con tu poder.
La repugnancia de Laila se intensificó, mezclada ahora con una creciente furia helada. La audacia de Elton era insultante, su arrogancia inaceptable.
—Y si no accedes a mis deseos —continuó Elton, su voz adquiriendo un tono de amenaza apenas velada, su sonrisa volviéndose más afilada—, si sigues negándome lo que es justo, entonces me veré obligado a tomar medidas. Las noticias siempre están ávidas de historias jugosas, ¿sabes? Historias sobre cómo el Linaje Valmorth trata a los "sangres sucias", a aquellos que no tienen poder. Historias sobre los métodos que utilizas para mantener a tus ovejas en el redil. Cosas muy... inquietantes.
El aire se congeló. Laila Valmorth sintió una rabia primordial burbujear en su interior. La amenaza, velada, era una herida abierta en su orgullo. Revelar los métodos del linaje era impensable, una traición que no podía permitir. Su control sobre Dinamarca dependía de la discreción y el miedo.
—Lo pensaré, Elton —respondió Laila finalmente, su voz apenas un susurro, pero tan cargada de veneno que Elton Krusky debería haber temblado. Su mirada era una promesa de muerte.
Elton sonrió, sintiéndose victorioso. —Sé que tomarás la decisión correcta, Laila. Siempre lo haces.
Se apartó, permitiéndole el paso, su sonrisa arrogante grabada en la mente de Laila. La Matriarca se deslizó en la oscuridad de su vehículo blindado, el choque de la puerta blindada resonando como una sentencia.
Una vez dentro, el silencio fue denso, roto solo por el murmullo del motor. Yusuri, sentado en el asiento del pasajero, se giró para mirarla, su rostro inexpresivo.
—Ese hombre —dijo Laila, su voz tranquila, casi un suspiro, pero sus ojos brillaban con una furia implacable—, quiero que esté muerto.
Yusuri solo asintió, su rostro sin cambios.
—Quiero que esté muerto al amanecer —continuó Laila, su tono ahora más firme, cada palabra una cuchillada—. Que su cuerpo nunca sea encontrado. Que su existencia sea borrada de este mundo sin dejar rastro. Que su nombre no sea más que un eco de una pesadilla. Y que sea una muerte... que recuerde a todos lo que sucede cuando se desafía al linaje Valmorth. Que sea un mensaje.
Yusuri se inclinó levemente. —Será hecho, mi señora. Al amanecer, Elton Krusky será solo un recuerdo borroso, y el mensaje será claro.
La oscuridad de la noche de Copenhague devoró el vehículo, llevándose consigo la sentencia de un hombre y la furia contenida de la Matriarca Valmorth.