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Chapter 202 - Capítulo 46: La Jaula de Cristal

La arquitectura de la universidad era imponente, un laberinto de piedra antigua y cristal moderno, sus jardines impecablemente cuidados bajo el cielo, a menudo, indiferente. Era un mundo de privilegio, de mentes brillantes, de oportunidades aparentemente infinitas. Y Hitomi Valmorth se movía por él como una figura etérea, un enigma silencioso entre el murmullo constante de la ambición joven. Vestía con una elegancia discreta que sugería una riqueza sin esfuerzo, su postura siempre recta, sus ojos carmesí observando el entorno con una intensidad que sus compañeros a menudo confundían con simple profundidad académica. Por fuera, era la encarnación de la chica que lo tiene todo. Por dentro, era una prisionera.

Las marcas físicas de los golpes de su madre habían desaparecido, borradas por la eficiencia brutal de su linaje. Pero la memoria ardía bajo su piel como una brasa latente, y el conocimiento de lo que le esperaba era una cadena invisible que la ataba. Aun así, aquí, en estos pasillos sagrados del saber, podía pretender por unas horas que era solo otra estudiante, aunque su presencia siempre atraía miradas y susurros.

Tenía amigos, o lo que pasaba por amigos en ese círculo: jóvenes brillantes, a menudo de familias adineradas, pero cuyas vidas palidecían en comparación con la magnitud insondable de la estirpe Valmorth. Se sentaban juntos en la cafetería, en los jardines, o en las bibliotecas con olor a papel viejo, discutiendo teorías complejas o la política del campus. Y, casi siempre, la conversación giraba, de una forma u otra, hacia ella.

—Joder, Hitomi, ¿viste el coche en el que llegaste hoy? —comentó una de sus amigas, Sara, con una risa teñida de admiración y frustración—. Mi padre no gana eso en un año.

—¿Y tus viajes? ¿Estuviste en no sé dónde el fin de semana? Qué fuerte. Yo apenas puedo pagar el alquiler. —añadió otro, Marcos, sacudiendo la cabeza con una sonrisa forzada.

Las preguntas y comentarios llegaban, una cascada constante de envidia apenas disimulada, de fascinación por su aparente libertad, su falta de preocupaciones mundanas. Hablaban de su ropa, de los lugares a los que viajaba, de la mansión donde vivía ("¿Mansión? ¿O un jodido castillo, tía?"). Veían la superficie dorada de su jaula y la envidiaban con toda su alma.

—Mi vida es… diferente — respondía Hitomi con su voz suave, una verdad a medias que nadie captaba realmente. Mantenía una expresión tranquila, a veces esbozaba una leve sonrisa, pero por dentro, cada comentario de envidia era una punzada, una herida que se abría de nuevo.

Si tan solo supieran, pensaba, mientras Sara se quejaba de tener que trabajar a tiempo parcial para pagar sus estudios. Si tan solo supieran lo que significa 'diferente'.

Sentía la amargura subir por su garganta. Envidiaban la libertad que no tenía, la riqueza que era una cadena, la ausencia de preocupaciones que era solo el vacío donde deberían estar sus propias decisiones. Veían la chica que nunca tenía que preocuparse por el dinero o el futuro profesional, y no veían a la que se despertaba con miedo, a la que llevaba las marcas invisibles de la violencia familiar, a la que estaba destinada a un matrimonio forzado con uno de sus propios hermanos para producir más "sangre pura".

—Eres tan afortunada, Hitomi —dijo Marcos, con una genuina admiración en su voz—. Tienes el mundo a tus pies sin haber levantado un dedo.

La ironía era tan vasta, tan cruel, que casi le arrancó un sollozo silencioso. Tienen razón, pensaba con una tristeza helada que la aislaba más que cualquier muro. Soy afortunada. Afortunada de no haber nacido con los ojos de otro color. Afortunada de ser 'pura' y no haber sido... erradicada. Afortunada de que mi 'propósito' sea la reproducción forzada y no una ejecución sumaria.

Una punzada aguda recorrió su costado, un eco fantasmal de uno de los golpes de su madre. Su mano se crispó imperceptiblemente, pero su expresión no cambió. Sus amigos no notaron nada. Estaban demasiado ocupados envidiando el reloj caro en su muñeca o la historia de su último "viaje".

Charlaban sobre sus miedos –examinaciones difíciles, entrevistas de trabajo, relaciones complicadas–, preocupaciones mundanas que ella veía desde una distancia abrumadora. Sus miedos eran la ira de su madre, el destino impuesto, la posibilidad de no encontrar una escapatoria antes de que la jaula se cerrara definitivamente a su alrededor.

A veces, sentía un impulso salvaje de gritarles la verdad. De romper la fachada de cristal y mostrarles las grietas, la oscuridad que se extendía debajo. De decirles: ¿Envidiáis esto? ¡No querríais saber la puta realidad! ¡No querríais ser yo ni por un segundo! Pero la disciplina arraigada, el miedo a las repercusiones que serían infinitamente peores que cualquier juicio de sus amigos, la mantenían en silencio. La máscara de serenidad no se resquebrajó.

Mientras se despedían, prometiendo verse para estudiar o tomar un café, Hitomi se quedó un momento sola en el campus bullicioso. Observó a sus amigos alejarse, riendo, quejándose de sus vidas normales que a ella le parecían una utopía inalcanzable. Llevaban sus propias cargas, claro, pero eran cargas humanas, comprensibles. La de ella era monstruosa.

Caminó sola, la figura elegante, envidiada, a través de los jardines perfectamente cuidados. La jaula de cristal de su vida universitaria era hermosa a la vista, ofrecía un respiro temporal, pero seguía siendo una jaula. Y la envidia de sus amigos solo le recordaba lo sola que estaba con el conocimiento de la verdadera oscuridad que se ocultaba bajo la superficie dorada del apellido Valmorth. No envidiaban su sufrimiento, por supuesto, pero su admiración por la fachada hacía que ese sufrimiento se sintiera aún más solitario y amargo.

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