El dolor era un tamborileo incesante, una marea hirviente bajo su piel mientras la carne se tejía a sí misma. En el suelo gélido de aquel desolado paraje ruso, Ryuusei sentía cada terminación nerviosa retorcerse al reconectarse, cada hebra muscular anudándose y estirándose con espantosa eficiencia, el crujido sordo y húmedo de los huesos al fusionarse de nuevo era un eco repugnante dentro de su propio cráneo. Estaba completo otra vez, una amalgama de tejido cicatricial fresco y materia regenerada, pero el coste de esa resurrección corpórea lo dejaba tiritando, empapado en sudor frío, con la memoria sensorial de la mutilación y la decapitación grabada a fuego en cada célula renacida.
Pero la agonía física palidecía ante la estampa que se desplegaba frente a él. Dos potencias. Dos presencias que empequeñecían la suya hasta la insignificancia. Aurion, con su poder cósmico contenido, el rostro ahora una máscara de severidad absoluta. Y John Valmorth, el intruso con su katana desenvainada, exhalando una compostura peligrosa y una arrogancia primigenia que era más desestabilizadora que cualquier rugido de guerra. El paisaje permanecía inmóvil, un lienzo de tensión, aguardando.
Aurion, su mirada cósmica fija en John, emanaba una quietud mortal. Aún no se había movido para el asalto, pero su postura, la presión invisible en el aire a su alrededor, clamaba peligro inminente. Era la pose de un ser con el poder de tres soles comprimido, evaluando a una variable inesperada.
Fue John Valmorth quien rompió el tenso silencio, su voz serena y teñida de un ligero matiz burlón, como si reprendiera a un niño impaciente.
—Calma, Aurion —dijo John, una sonrisa fría se dibujó en sus labios, pero no alcanzó sus ojos carmesí. La katana descansaba relajada a un lado, pero la mano que empuñaba la empuñadura era una promesa de velocidad letal—. No hay prisa. ¿Por qué tanta… impaciencia por desatar la tormenta?
La aparente serenidad de John no mitigó la intensidad de Aurion. La tensión persistió, el aire mismo vibraba con la potencia latente, lista para estallar.
—¿Por qué te entrometes? —la voz de Aurion era profunda, una demanda resonante—. Este asunto… es entre Ryuusei y yo. Tu intervención no es bienvenida aquí.
John rio suavemente, un sonido gélido y vacío que resonó extrañamente en el amplio espacio abierto. —No querrás… no querrás iniciar algo que no podrías terminar, Héroe Número Uno. —Su sonrisa se disipó por completo, reemplazada por una frialdad glacial en sus rasgos perfectos. —Estoy solo ahora, sí. —Un gesto casual con la mano libre. —Pero eso puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. —Sus ojos rojos brillaron con una intención funesta.
Llevó una mano al bolsillo interior de su abrigo, pero no extrajo nada tangible. Solo la clara implicación del poder que eso representaba. —Una simple llamada. —Una pausa cargada de significado. —Y en cuestión de… quizás un minuto o dos…—Sus ojos regresaron a Aurion, una evaluación tranquila y mortal que pesaba el riesgo—. …mis dos hermanos… Constantine y Hiroshi… estarán aquí. —Los nombres fueron pronunciados con una certeza inquebrantable, una verdad declarada que era a partes iguales una promesa y una amenaza devastadora.
La mención de los nombres, la implacable certeza de su llegada, produjo un efecto palpable en Aurion. La concentración en su rostro se hizo más profunda, casi dolorosa. La energía a su alrededor pareció compactarse aún más, no en preparación para un ataque, sino en una reevaluación masiva de la escala de la confrontación.
John lo observó, deleitándose con el impacto de su revelación. —Y permíteme iluminarte sobre Constantine y Hiroshi. —Su tono se tornó grave, despojado de burla, solo la fría realidad del poder que compartían. —Los tres juntos… —Su mirada midió a Aurion con todo el peso de esa afirmación. —…incluso nosotros tres… podríamos darte una batalla muy, muy seria. —Se encogió de hombros con una despreocupación aterradora, una pose que desmentía la magnitud de sus palabras. —De hecho… si decidimos tomárnoslo… podríamos derrotarte. —La declaración resonó en el valle, una afirmación audaz que redefinía la escala de poder en ese instante. Un trío del Linaje Primigenio contra la máxima autoridad heroica del planeta.
John añadió un detalle, casi como una posdata, pero asegurando que la existencia de la hermana también quedara registrada. —Tenemos otra hermana por ahí… Hitomi. —La mención del nombre era una semilla plantada, una pieza más en el tablero que se revelaba. —Pero, en fin. Ella sigue su propio camino. Sus… intereses son distintos a refriegas como esta. No es un factor principal en lo que respecta a un combate serio en este momento.
La cara seria de Aurion se intensificó, un destello de reconocimiento o cálculo rápido cruzó sus ojos. —Constantine. Hiroshi. Hitomi… El Linaje Valmorth Primigenio. —Dijo el nombre familiar, reconociendo el peso histórico y la implicación de un linaje con raíces en el poder divino o ancestral. —Tres… contra uno… Comprendo la implicación, Valmorth. —Admitió abiertamente la formidable amenaza que representaban unidos. La disposición de Aurion a un combate inmediato pareció congelarse. Estaba claro que enfrentarse a tres miembros puros del linaje Valmorth no era parte de su plan al llevarse a Ryuusei a ese lugar.
Mientras la tensión eléctrica se mantenía entre los dos seres colosales, una figura en el suelo comenzó a agitarse. Ryuusei. La regeneración había completado su brutal y dolorosa labor. El cuello, antes separado, estaba sellado, la pierna reincorporada, aunque la piel en esas áreas aún mostraba signos de la reciente y grotesca reconstrucción, y el dolor, la agonía quemante de la curación celular, aún pulsaba sin piedad a través de él.
Lentamente, con cada movimiento una batalla interna, Ryuusei se puso de pie. Cada esfuerzo era una victoria sobre el dolor y el agotamiento extremo. Estaba cubierto de tierra, con su equipo hecho jirones, pero estaba de pie.
Su aura, aunque quizás más tenue y cruda que antes, volvió a arder con un desafío obstinado. Poco importaba que acabara de ser pulverizado en segundos por uno, y que ahora estuviera de pie frente a ese mismo ser y a otro que podía convocar aliados capaces de derrotar incluso a Aurion. La humillación, el sufrimiento, la cruda realidad de su debilidad… nada había logrado quebrantar su voluntad férrea. Sus ojos dorados (o lo que se adivinaba tras la máscara rasgada) se clavaron primero en Aurion, luego en John Valmorth.
Su voz era áspera, ronca por el esfuerzo y el dolor constante de la regeneración activa, pero firme, inquebrantable en su desafío.
—No he… terminado con ninguno de los dos.
La declaración resonó en el paisaje desolado, una voz desafiante contra el telón de fondo de un conflicto de poder que lo superaba con creces. Ryuusei, magullado, dolorido hasta el alma, pero de pie, se reinsertó a la fuerza en la situación, un peón que se negaba a aceptar su destino, listo para luchar contra probabilidades que harían temblar al universo.
El gélido valle se convirtió en un escenario de tensa espera, dominado por tres figuras. Aurion, concentrado y serio, sopesando la amenaza del Linaje Valmorth al completo. John Valmorth, arrogantemente calmado, peligroso, habiendo revelado el verdadero alcance del poder de su familia (Constantine, Hiroshi, y la enigmática Hitomi). Y Ryuusei, resurgido de la derrota más brutal, con su voluntad de acero inquebrantable, desafiando a ambos a pesar de estar abrumadoramente superado. El destino inmediato pendía de un hilo finísimo, esperando la próxima chispa.