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Chapter 12 - 9: ROAN, EL PRIMER PRÍNCIPE VAMPIRO

Adhar del norte, Imperio del Acero, Castillo del Señor del Acero

Año 860 de la Era Vampírica

La primera luna es la de la destrucción.

 

Esa misma noche, pero a varios kilómetros al noreste del Imperio, Milo encontró a Roan en el Salón de la Sangre.

Con el sigilo de un animal asustado, el vampiro se acercó a su hermano mayor. Silencioso y nervioso, y extrañamente ansioso. Tratar con él nunca había sido sencillo; no resultaba fácil leer sus intenciones. De hecho, era casi imposible saber lo que pensaba. Roan era una fiel sombra de lo que alguna vez fuera su creador, el Señor del Acero.

El mayor de los cuatro príncipes vampiros estaba parado en una pequeña tarima elevada que dominaba el salón. Desde allí, un centenar de humanos desnudos (en aparente estado de inconsciencia) pendían del techo con sus manos atadas a gruesas cadenas de hierro. La habitación abovedada estaba, por supuesto, custodiada por otros vampiros de clase.

Los ojos de Milo, sin embargo, fueron a las enormes vasijas vacías que estaban debajo de cada cuerpo.

Pronto estarán llenas de sangre, pensó al detenerse a un palmo de distancia de Roan. No se atrevía a estar a su misma posición. Su amenazante figura y aura feroz le recordaba a un dragón. Y no había nada más aterrador que una de esas temperamentales criaturas.

Hubo un momento de expectación. El silencio era un cuchillo que se posaba en su garganta, cortando la voz del vampiro.

—¿Dónde has estado? —preguntó Roan, sin volverse—. He notado tu ausencia.

Las palabras se sintieron peor que un puñal atravesando el corazón. Milo se estremeció.

—Cazando —respondió con una seguridad que no tenía.

—Dime, hermano, ¿has disfrutado en las tierras del sur? ¿Kaladin está bien?

—Ah…, bueno… —vaciló. En realidad no sabía qué contestar; las preguntas de Roan siempre tenían una intención oculta—, un poco. Las cosas no parecen ir muy bien. Kaladin…, él también cree que una guerra se aproxima.

Roan se giró al fin. Sus ojos fieros rasgaron la frágil seguridad de Milo.

—¿Ah, sí? ¿Eso cree él? —sonrió y unos colmillos asesinos asomaron por sus labios finos.

Pero Milo evitó mirarlo directamente a los ojos. Primero se concentró en su perfecto cabello negro peinado hacia atrás. Luego prefirió bajas a sus pies y se quedó ahí, parecía una mejor opción. No podía permitir que él se diera cuenta de su real objetivo.

—Sí, los exterminadores se están rebelando contra nosotros. Se han enfrentado a Kaladin.

Roan rio. Milo levantó la vista y esbozó una esquiva sonrisa.

—Los santos no saben nada. No tiene una maldita idea de lo que somos capaces de hacer. Al parecer, no han aprendido su lección; no pueden destruirnos. —Las masculinas y marcadas líneas del rostro de Roan se acentuaron cuando tensó la mandíbula—. Nos hemos mantenido sumisos todos estos años para complacer la voluntad de nuestro padre y aquel absurdo tratado —se calló un instante, como si reflexionara. Después continuó—. Pero ya no más. Ha llegado nuestro momento. Es mi tiempo.

Milo desvió su mirada hacia uno de los rehenes, que comenzó a moverse y gemir.

El primer sacrificio.

Roan se volvió al instante, sacó un trozo de metal y lo moldeó en su mano hasta convertirlo en una daga. Luego ubicó al humano entre los demás y, una vez lo hizo, la daga salió volando de su mano. En cuestión de segundos dio en el corazón del mortal.

El hombre quedó tieso mientras la sangre brotaba por la herida.

—Ya lo creo —murmuró Milo, inquieto.

—Dominaremos el mundo —dijo Roan, regresando su atención hacia su hermano—. Espero que sepas escoger bien tu lealtad. No te equivoques. El nuevo Imperio que está por nacer no va a tolerar la traición.

Durante unos segundos, la mirada de plata de ambos vampiros se conectó. Milo vio a través de ellos caos y destrucción, y una oscuridad que lo quiso ahogar en aquella efímera visión del futuro.

Parpadeó para despertar.

—¿Qué va a pasar con padre? —El vampiro preguntó con una inocencia casi fingida.

Roan frunció el ceño.

—No puede haber dos gobernantes, Milo. Eso desestabilizaría todo lo que pretendo construir.

—Pero… ¡Es nuestro creador! —el vampiro dijo sin pensar. No obstante, se arrepintió de inmediato.

—Es un fantasma incapaz de salir de su propio castillo —respondió Roan con dureza—. Ya no sirve ni siquiera como un creador.

Milo se planteó rebatir, sin embargo, no tuvo el valor de hacerlo.

—Vas a matarlo —dijo sin más.

Roan se volvió hacia los mortales y deleitó su vista.

—Alguien tiene que tomar el control del Imperio antes de que todo se derrumbe. —Sacó un puñado de bolas de acero del interior de su ropa y las lanzó al aire, a continuación las transformó en flechas y, estirando una mano, las mandó hacia las hileras de humanos colgados frente a él. A una velocidad interesante, las flechas atravesaron los cuerpos uno por uno, arrebatándoles la vida—. Y yo, como el mayor de los cuatro, me haré cargo del Señor del Acero. Es mi deber y mi derecho.

—¿Cómo? —la voz de Milo se oyó desdeñosa.

La sangre de los cadáveres comenzó a llenar las vasijas. Roan sonrió.

—Tengo un plan —dijo.

—¿Cuál? —Milo trató de sacarle información.

Roan se giró y se aproximó a él.

—¿Por qué debería contártelo a ti, hermanito? —Posó una mano en su hombro—. ¿Vas a ayudarme a derrocar al Señor del Acero?

Milo dudó.

—Yo…, yo… no tengo el poder —boqueó.

—Así veo —observó Roan, sin siquiera sorprenderse—. Te aconsejo, Milo, que no te alejes mucho de aquí. Sabes que Kaladin es un traidor, y si vuelves con él, será mejor que no regreses o serás el siguiente en mi lista.

Él asintió. Roan se apartó y se encaminó hacia la salida.

Milo lo siguió con la mirada llena de temor.

¿Qué debería hacer? No puedo ir al sur.

—Milo —dijo Roan desde el umbral—. Asegúrate de que mis soldados se alimenten adecuadamente. Llena esas vasijas.

—Sí, hermano —concedió. Y pensó: por ahora lo importante es que no me mate.

Después se giró, caminó hasta la tarima y se dirigió a los vampiros apostados en las esquinas del salón.

—¡Traigan más reservas!

Los vampiros asintieron y se pusieron en movimiento.

Milo cerró los ojos y trató de calmar su mente.

Tengo que hacerle creer a Roan que estoy de su lado hasta que descubra algo realmente gordo. Tengo que ser fuerte.

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