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Chapter 15 - 12: UNA VISITA INESPERADA

Castillo del príncipe Kaladin

Año 860 de la Era Vampírica

La Orden de los Oscuros se estableció luego de que el Señor del Acero conquistara todo Ravak. Se cuenta que tras la caída del último bastión en la ciudad de Shumat, un grupo de sectarios marginados renegaron contra Ashém y volcaron su fe y lealtad al Señor del Acero. El levantamiento llamó a más mortales a unirse a los sectarios, quienes fueron tentados por la desesperanza y el miedo de ver a su pueblo en la decadencia.

 

La noche se cernía sobre el Imperio, ocultando bajo sus sombras la silenciosa lluvia de ceniza que había comenzado a caer apenas unas horas atrás. En una de las torres de vigilancia emplazada en la entrada del castillo, Kaladin observaba, a través de las ventanas abovedadas, cómo un carruaje blindado aparecía por el sendero del oscuro bosque que conduce a su propiedad.

El vampiro frunció el ceño cuando descubrió que se trataba del transporte de los Oscuros.

—No deberían de venir hasta dentro de tres días —murmuró.

A ratos se oía el rugir de algún trueno a lo lejos.

Los caballos del carruaje avanzaban despacio por el serpenteante camino hacia la entrada principal del castillo; el viento y la lluvia de ceniza complicaron el ascenso. El príncipe no le quitó la mirada al elegante vehículo.

—Mi señor. —Se escuchó una voz detrás de Kaladin.

—Ya lo sé, Orión. Tenemos visitas inesperadas.

Un relámpago cortó el cielo y se reflejó en los ojos de plata del príncipe.

—¿Qué hacemos con los Oscuros?

—Darles la bienvenida, como siempre —Kaladin se giró y se apresuró en descender de la torre.

El carruaje de los Oscuros dio un tirón hacia adelante y finalizó su marcha. El castillo no era más que una sinuosa mancha de oscuridad a través de la suave niebla salpicada de ceniza. La entrada principal se abrió y una figura envuelta en negras telas se bajó del vehículo. Los guardias vampiro, apostados a ambos lados del pórtico exterior, siguieron al Oscuro con sus miradas agudas mientras este subía las escaleras de piedra cubierta de ceniza. En la puerta de la entrada al castillo había un solo vampiro custodiando. El Oscuro pasó de él y continuó hacia el interior.

En el enorme vestíbulo rodeado por antorchas, otro vampiro surgido de la nada y le bloqueó el paso al recién llegado.

—Sus armas —demandó el vampiro.

El Oscuro, a través de la tela negra que cubría su rostro, miró al sangre oscura.

—No tengo —respondió a secas.

—Los Oscuros no usan armas, Lukas —dijo Kaladin, acercándose al vampiro.

Lukas se hizo a un lado y agachó la cabeza a modo de disculpa.

—Lo siento, mi señor.

—Puedes retirarte —le dijo el príncipe. El vampiro se marchó.

Kaladin y el Oscuro quedaron a solas en el recibidor, en silencio, observándose el uno al otro.

—¡Vaya sorpresa! —habló el sangre oscura, modulando el tono de la voz—. No esperaba su visita tan pronto. Mucho menos a estas horas de la noche.

El Oscuro aclaró su voz.

—La situación lo amerita, príncipe Kaladin. El Santo Inmortal, eso es un acontecimiento muy importante. Tengo que verlo con mis propios ojos. Tengo que comprobar que se trate de tal divinidad antes de que se celebre la ceremonia oficial. Usted comprenderá lo que su llegada significa para el mundo vampírico. Debo asegurarme.

Kaladin entornó la mirada. Una leve molestia se asentó en el estómago del vampiro.

—¿Debería ofrecerle algo de beber?

—No se nos permite beber, como ya ha de saber, joven príncipe.

El vampiro asintió.

—¡Por supuesto! Que descortés he sido. Me disculpo.

—¿Dónde está el muchacho? —preguntó el Oscuro con notoria urgencia.

—Durmiendo, tal vez —dijo Kaladin, haciendo un ademán, invitándolo a uno de los salones—. ¿Me acompaña?

—El inmortal —insistió el Oscuro—. Quiero ver al santo.

A Kaladin no le pareció extraño que el Oscuro tuviera prisa por ver a Rune. Después de todo, la presencia del Santo Inmortal representaba un peligro y una bendición. Sin embargo, había algo que no terminaba de gustarle del invitado. Algo en su voz o quizá en su aura, la cual parecía inquieta.

—¿Puedo, siquiera, saber su nombre? Lamento no ser capaz de reconocerlo.

Hubo un minuto de silencio, tras el cual, el Oscuro habló.

—Me llamo Samuel, soy el examinador de Lord Nicholas. He ido a la fortaleza de la frontera para evaluar a los nuevos renegados que han trasladado de la costa.

—¿Y qué tal? —Kaladin se relajó un poco. Había odio hablar de él, por lo que supo que se trataba de la nueva mano derecha del Lord. Eso lo alivió hasta cierto punto.

—Estaban todos muertos —dijo Samuel en tono seco—. Al parecer sus cuerpos no resistieron el veneno y colapsaron.

Kaladin volvió a invitar al Oscuro a un salón.

—Quizá debería contarme más de esos renegados.

Samuel se negó.

—En otra ocasión. Ahora solo me interesa ver al santo. ¿Puede llevarme con él, joven príncipe?

—Como ya dije, examinador Samuel, el muchacho está durmiendo. No creo que sea prudente molestarlo en estos momentos. Le ofrezco pasar la noche aquí y…

—¡Tiene que ser en este instante! —lo interrumpió Samuel. El vampiro notó la ansiedad del examinador—. Por favor. Solo tomará un par de minutos y me marcharé.

Kaladin, aunque quisiera, no podía negarse al examinador. Había cierto respeto y obediencia hacia los Oscuros que no se arriesgaba a romper. En el fondo, sabía que ellos estaban de su lado y no con Roan. No había razones para desconfiar.

—El tiempo apremia, joven príncipe. No querrá probar la paciencia de mi Lord. Si llego ante él sin noticias del Santo Inmortal, habrá consecuencias.

—¿Es una amenaza? —Kaladin se envaró.

—Es una advertencia —dijo Samuel—. Yo solo cumplo con mi deber.

El vampiro se volvió y suspiró. Obviamente no quería poner en su contra a los Oscuros.

—Por aquí, examinador —dijo Kaladin, poniéndose en marcha.

El Oscuro lo siguió.

 ***

Ya en el piso superior, en el corazón del castillo, Kaladin percibió las ansias del examinador. Aquello no lo alarmó, pues el Oscuro estaba a punto de conocer al Santo Inmortal. Podía comprender que algo así alterara sus emociones. Además, los humanos no podían ocultarlo de los vampiros. Continuaron por un largo pasillo iluminado por desgastadas velas dentro de hermosas farolas de cristal.

—Es aquí —anunció el sangre oscura cuando se detuvo en una puerta.

El pulso del examinador se desbocó.

—Muéstrame al santo que cambiará el mundo.

—Espero que los Oscuros cumplan su promesa y lo protejan —dijo Kaladin.

Samuel asintió.

Kaladin abrió la puerta y dejó que el examinador entrara primero. La habitación seguía escasamente alumbrada por una vela a punto de derretirse que había sobre una mesita de noche. El Oscuro apenas pudo distinguir un bulto sobre la cama.

—Ahí estás —murmuró desde la entrada. A su lado, Kaladin observó al Oscuro con atención.

Cuando el examinador comenzó a caminar hacia la cama del santo, el vampiro tuvo la intención de detenerlo y sacarlo de allí. Fue casi como una sensación de aprensión; pero en realidad se debió a otra cosa. Era más como un instinto. Un presentimiento. Sin embargo, todavía seguía débil, sus sentidos no funcionaban del todo bien, por lo que acalló sus pensamientos y confió en el Oscuro.

—Rune —le susurró el Oscuro al exterminador dormido—, ya estoy aquí.

Una punzada de dolor atravesó el corazón marchito del vampiro justo en el momento en que el examinador se inclinó sobre el santo.

Rune abrió los ojos.

—¿Quién…? —alcanzó a decir antes de que el Oscuro depositara una estaca en su cuello.

—Levántate y no hagas nada —le ordenó al santo.

El exterminador sintió la punta afilada de la estaca contra su piel. El pánico trepó por su espalda antes de asentir.

Kaladin dio un paso, se tambaleó y se paró ahí mismo cuando vio a Rune apuntalado con el arma del Oscuro.

—¿Qué significa esto, Oscuro? —rugió, controlando su poder.

La habitación se estaba sembrando y cada objeto de metal se retorcía en su lugar.

—No te atrevas a moverte, vampiro —dijo el Oscuro, amenazando con clavar la estaca en el cuello del santo—. O el inmortal va a sufrir.

El vampiro vaciló.

—Es un inmortal, no puedes asesinarlo.

—Pero aún así siente dolor… puedo hacer que sufra y su mente se rompa. Puedo derramar su sangre la cual es sagrada. ¿Eso es lo que quieres?

A Rune, extrañamente, la voz del examinador le pareció familiar. Intentó mirarlo, pero su rostro seguía oculto bajo una tela negra.

—¿Quién eres? —preguntó, deslizando su mirada hacia el Oscuro.

Kaladin apretó la mandíbula y empuño las manos, incapaz de hacer algo para ayudar a Rune. Si se movía, el Oscuro podía matarlo. Y no quería poner a prueba las agallas de Samuel.

—¡Apártate de la salida! —exigió el examinador.

—¿Qué harán con él? —El príncipe se alejó de la entrada—. ¿Dónde lo llevarán?

Rune, envuelto solo en un camisón, salió de la cama con cuidado mientras el Oscuro lo sujetaba del brazo. La punta de la estaca siguió contra el cuello del santo al tiempo que se movían fuera de la habitación. Kaladin no le quitó la vista de encima. Impotente, trató de calmar su furia y pensar: ¿por qué los Oscuros lo traicionarían? ¿se lo entregarían a Roan?

—Negociemos —medió cuando el examinador y Rune atravesaron el umbral hacia el pasillo—. ¿Qué quieren a cambio de la vida del santo?

El Oscuro se largó a reír.

—¿Qué podría yo querer de los vampiros?

Entonces Kaladin notó algo en el tono de la voz del examinador. El Oscuro no era un Oscuro. Era otra persona.

—Tu no eres un examinador —acusó Kaladin—. ¿Quién eres en realidad?

Rune se percató de que la voz del vampiro estaba debilitándose.

—No salgas de la habitación hasta que nos hayamos subido al carruaje y estemos lejos de aquí. No intentes nada raro, vampiro, o el santo va a cargar con las consecuencias. Y ni tu ni yo queremos eso.

—No sabes lo que haces —dijo el príncipe, parado en medio del dormitorio, a punto de derrumbarse—. Él es…

—¡Silencio!

Rune no dejaba de sentir que reconocía la voz del Oscuro. Sin embargo, prefirió no hablar. No quería tentar su suerte.

Kaladin se quedó inmóvil mientras sentía que el dolor en su pecho se propagaba por sus huesos y nervios. Volvía a suceder los mismo que en la mañana; y los poderes ya no le obedecían. En ese estado no podía hacer nada más que esperar a que el extraño se llevara al santo.

Un rayo restalló sobre el castillo y Orión apareció frente al Oscuro, cuando este conducía a Rune por la escaleras.

—¿Qué significa esto? ¿Nos traicionan? —inquirió furioso—. ¿Dónde está el príncipe?

—¡Hazte a un lado, vampiro! —ordenó el Oscuro, con la estaca en el cuello de Rune.

—¿Crees que me importa el santo? —dijo el vampiro, cambiando la posición del cuerpo—. No perdonaré esta traición a mi príncipe. —Su mano derecha se cubrió por una capa de cristal reluciente—. Acabaré con los dos.

—¡Basta! —ladró Kaladin desde arriba—. Déjalos que se marchen, Orión.

El Oscuro se giró, aunque sin perder de vista al otro vampiro.

—¡No des otro paso, príncipe! —espetó—. Ninguno de los dos haga nada, se los advierto.

—¡Orión! —gruñó Kaladin, y el vampiro, a regañadientes, por fin obedeció y se apartó.

—Vamos, Rune —le susurró el Oscuro al santo—. Tenemos que salir de aquí.

El exterminador se volvió hacia Kaladin, y notó que lo observaba con una mirada que juraría no haber visto antes. Había dolor y algo más. Algo como vulnerabilidad. Parecía un animalito indefenso. Pero el constante pinchazo de la estaca en su piel lo hizo mover las piernas y descendió con prisa.

Pasaron por el lado de Orión y este les gruñó.

Aun con todos los vampiros que había en el castillo, el príncipe no evitaría que el supuesto Oscuro sacara al exterminador de su custodia. De la seguridad que él podía darle. Una vez Rune desapareció por el corredor hacia el vestíbulo, Kaladin supo que la vida del Santo Inmortal estaría en grave riesgo.

Orión se volvió hacia el príncipe.

—¿Qué ha sucedido, mi señor?

Él negó con la cabeza, apoyándose sobre la barandilla.

—Me ha engañado. No he sido capaz de ver más allá; esta maldita enfermedad me está consumiendo —dijo, a un paso de perder la cordura—. No podemos perder al Santo Inmortal.

Orión frunció el ceño.

—Entonces debería ir por el Oscuro.

—¡No! —restalló Kaladin—. Por ahora no nos conviene. Aquel que se hace pasar por un Oscuro podría hacerle daño a Rune. Además, quiero saber a dónde lo llevan antes de actuar. No sabemos si Roan está detrás.

—¿Habrá descubierto que hemos encontrado al segundo inmortal? —quiso saber Orión.

—En efecto —dijo Kaladin y, mirando al vampiro de cristal, le dijo—: Orión, quiero que los sigas con discreción. No pierdas su rastro.

—Mi señor, debería llamar a…

—¡Vete! Yo estoy bien —dijo el príncipe.

El vampiro asintió y salió tras el Oscuro.

 ***

Cuando Rune y el Oscuro llegaron a la entrada principal del castillo, no hubo nadie que los detuviera. Samuel bajó la mano y se apuró en quitarse el abrigo.

—Toma, Rune, póntelo —urgió.

—¿Quién eres? —preguntó de nuevo el santo.

Pero Samuel en vez de responder, cogió las manos del exterminador y le entregó el abrigo.

—Lo sabrás pronto. Ahora haz lo que te digo. No soporto estar un minuto más aquí.

Rune sintió que un nombre venía a su cabeza. La manera en la que el Oscuro hablaba, le recordaba a alguien. Pero sabía que eso no podía ser posible. No se trataba de Archer. Sacudió la cabeza, se colocó el abrigo y se cubrió la cabeza con la capucha.

—Bien, ahora salgamos.

El Oscuro abrió la puerta y ambos salieron del castillo. El vampiro que estaba fuera los miró con una expresión vacía, inseguro sobre si detenerlos o no.

—¡Alto! —ordenó al final.

Los prófugos se pararon en seco. El Oscuro se volvió hacia el vampiro.

—Asuntos de la Orden —dijo—. Ningún sangre oscura puede entrometerse.

El vampiro vaciló ante la aclaración, pero luego asintió, rígido, y los dejó marcharse.

Rune sintió el frío subir por sus pies descalzos mientras descendían los escalones de piedra hacia el carruaje apostado en el camino. También captó la mirada peliaguda de los vigías sobre ellos. Sin embargo, ninguno se movió de su puesto.

Otro rayo centelleó y la puerta del castillo se abrió otra vez. Orión apareció por el umbral. Su rostro, una mezcla de furia y hambre de sangre.

El guardia de la entrada se inclinó ante el guardaespaldas del príncipe.

—Ese no es un Oscuro —observó el vampiro mientras Rune y el tal Samuel entraban en el carruaje—. Huelo un sutil aroma a exterminador en el aire.

El vehículo blindado partió y el vampiro los siguió como una sombra entre la neblina.

 ***

—¡Por Ashém! —exclamó el joven santo cuando reconoció a Karina sentada frente a él, apuntalando a un hombre con una daga. Luego se giró al Oscuro a su lado—. Entonces tu…

El Oscuro se quitó el velo, y los ojos de Rune se llenaron de lágrimas.

—¡Archer! ¿Cómo? Yo pensé que…

—Siempre lo supe, Rune, que estarías vivo —dijo el exterminador, que sonrió y abrazó al santo.

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