Cherreads

Chapter 7 - capítulo 2.4: Nada mas que el trabajo.

Las pisadas resonaban en un oscuro callejón ubicado en Estados Unidos. Dos hombres caminaban por el extenso pasillo sombrío. Uno de ellos pisó accidentalmente un charco que desprendía un olor a orina repugnante.

—Mierda… esto es un asco… —se quejó, con el ceño fruncido—. Recuérdame, Richarzon… ¿por qué diablos tenemos que venir aquí?

—Tampoco es para tanto… —respondió su compañero, con voz indiferente—. Esquiva cualquier charco y sigue caminando. Tenemos que cobrarle a este payaso… le debe mucho dinero al señor Do'cientos y también a la corporación… a los dos por igual.

—¿Así de endeudado está? —preguntó Gorgo, arqueando una ceja.

—Sí… —afirmó Richarzon—. Este sujeto tenía la tarea de vender unos medicamentos a un grupo criminal y entregar el dinero a la corporación. Además, le pidió otra suma al propio señor Do'cientos personalmente… y ahora desapareció con ambas deudas. Se rumorea que está metido en otros negocios turbios…

—¿Más turbio que el nuestro? —replicó Gorgo, con un dejo de curiosidad.

—Está traficando armas para la Fundación Mor… —dijo Richarzon, con tono grave.

—¡¿Fundación Mor!? ¡¿La fabricadora de armas experimentales?! ¡Me largo de aquí! —gritó Gorgo, con los ojos muy abiertos.

—No seas idiota… ¡te necesito! —replicó Richarzon, manteniendo la calma—. Solo tú y yo podemos enfrentarnos a estos tipos. Además, no dije que estuviera respaldado por la Fundación Mor… solo está haciendo tratos con ellos. Le cobramos y nos vamos.

—¿Y si se niega a pagar? —preguntó Gorgo, con un deje de preocupación en la voz.

Richarzon le respondió en silencio, pasándose el dedo por el cuello con un gesto elocuente.

—El señor Do'cientos me dijo que recupere lo perdido… de una forma u otra, si el dinero no está hoy —añadió Richarzon, deteniéndose frente a un gran portón de metal.

Richarzon golpeó con fuerza el portón dos veces y una tercera vez más suave.

—¿Quién es? —preguntó una voz nerviosa al otro lado de la puerta.

—Richarzon… tenemos que hablar contigo, Sander —respondió el joven, con una sonrisa fría.

—¡Largo de aquí! ¡No hablo con los perros de Do'cientos! —le gritó la voz, cargada de miedo y desafío.

—Respuesta equivocada, Sander… —dijo Richarzon con un tono juguetón, señalando el portón con un gesto para Gorgo—. Toda tuya, campeón.

—Dios… lo que hago por este trabajo —gruñó Gorgo, dando un paso al frente. Con un solo movimiento, propinó una poderosa patada al portón, que salió volando de su marco y se estrelló contra la pared del fondo con un estruendo ensordecedor.

—¡Santa mierda…! —balbuceó Sander, tropezando al costado de la puerta arrancada. Se dio la vuelta y salió corriendo, presa del pánico.

Gorgo entró por la puerta rota y se encontró con un pasillo oscuro y maloliente.

—Este pasillo está peor que el callejón… —se quejó con un tono resignado.

—¿Qué esperabas? ¿Un camino de rosas? —respondió Richarzon con sarcasmo, ya echándose a la persecución.

—Maldita sea… ¿ahora correr? —gruñó Gorgo mientras se lanzaba tras ellos.

El deudor dobló a la derecha repentinamente y desapareció por unas escaleras angostas y empinadas.

—¿Escaleras? —bufó Gorgo, incrédulo.

—¡Vamos, grandote, apúrate! —le gritó Richarzon, subiendo los escalones de dos en dos con sorprendente agilidad.

Gorgo resopló y empezó a subir, cada paso retumbando como un tambor de guerra en aquel lugar.

Sander termino de escalar las escaleras y corrió gasta un pasillo donde se encontraba un ventanal algo roto.

― ¡se acabó! ¡no tiene salida! ― grito victorioso Gorgo, pero Sander se quito un zapato y lo arrojo a la ventana destrozándola. Solo para pisar el marco y dar un brinco hasta la escalera de incendios del edificio de al lado.

―tenias que hablar… ― le reprocha Richar mientras pone el pie en el marco de la ventana y brinca hasta la pared.

Cuando sus pies apenas tocaron la pared, se impulso hacia arriba, adelantando 3 pisos de la escalera de incendios.

―me lleva la… ―se queja Gorgo, viendo todo el camino de escaleras a recorrer. ―ese suero si que le sentó bien…

Bajó la mirada y midió la corta distancia que separaba la ventana de la escalera de incendios. Sin perder el tiempo, apoyó un pie en el marco y saltó con tanta fuerza que rompió parte de la pared. Su cuerpo golpeó contra la pared de enfrente, pero se despegó enseguida y empezó a trepar por la estructura de metal.

Richarzon persiguió a Sander, pero lo perdió de vista cuando este llegó a la terraza.

—¡No te vas a escapar, Sander! —gritó Richarzon mientras escalaba—. ¡Paga o sufre las consecuencias! ¡Cuanto más tardes, más te golpearé!

—¡Jódete! —respondió la voz de Sander desde el techo.

—¡Ahora sí que sacaste boleto! —bramó Richarzon, logrando subir a la terraza. Pero lo recibió un violento golpe: Sander lo esperaba, empuñando una varilla de metal y con la mirada llena de rabia.

Sander intentó golpearlo de nuevo, pero el joven se inclinó hacia atrás, esquivando el golpe, y luego brincó para evadir el regreso de la varilla. En la caída, Richarzon aprovechó para darle un puñetazo directo al ojo, seguido de un gancho de izquierda que sacudió a su oponente.

—De alguna forma vas a pagar, Sander —declaró Richarzon con la respiración agitada, mientras conectaba un tercer golpe en el estómago del deudor.

—¡Tú y Do'cientos pueden agarrarse de la mano e irse a la mierda! —le gritó Sander, logrando meterle un golpe con la varilla en la tripa y luego otro en medio de la frente.

Richarzon se estampó contra el suelo con un golpe seco, la frente sangrante. Aunque apenas seguía consciente, alcanzó a ver cómo el deudor soltaba la varilla para reemplazarla por un pesado tubo de metal.

—Mierda… no… aléjate de mí con eso… —murmuró Richarzon, arrastrándose por el suelo—. ¡Gorgo!...

En ese instante, Richarzon sintió el impacto del tubo en su gemelo derecho, provocándole un grito desgarrador de dolor. Apenas pudo procesarlo cuando recibió un fuerte golpe detrás de la cabeza, y luego un tercero en la espalda, dejándolo casi sin aire.

—¿Sabes quién le va a pagar a Do'cientos? —le preguntó Sander con una sonrisa de maniático, mientras el tubo goteaba sangre—. Tu pu...

Antes de que pudiera completar la frase y ejecutar el cuarto y último golpe, el puño de Gorgo impactó con brutalidad en las costillas de Sander. El golpe fue tan fuerte que incluso se escuchó el crujir de la caja torácica del deudor.

Sander cayó al suelo, retorciéndose de dolor, incapaz de moverse. Solo sus tosidos resonaban en el aire, expulsando pequeñas gotas de sangre.

—Richar… ¿estás bien? —preguntó Gorgo, preocupado. Su compañero apenas podía articular palabras coherentes.

—Por favor… —pronunció Sander con voz agonizante. Pero Gorgo solo lo miraba con repudio.

—Tenme piedad… te lo suplico… —terminó el deudor.

Ver a su compañero en ese estado solo provocó enojo en Gorgo. Con frialdad, se acercó a Sander y colocó su pie sobre la cabeza del hombre. Este intentó luchar, pero bastó con ejercer un poco de presión para escuchar un ligero crujido y ver cómo dejaba de moverse.

Así fue como finalmente el recado terminó.

Gorgo volvió la mirada hacia su compañero. Con cuidado, se inclinó y lo tomó en brazos.

—Tranquilo, Richar… te pondrás bien —le susurró, mientras lo alzaba con firmeza y comenzaba a retroceder por el mismo camino que habían recorrido.

El silencio del callejón solo se interrumpía con los pasos pesados de Gorgo y el quejido débil de Richarzon. El olor a sangre y el polvo del lugar hacían que la atmósfera se sintiera aún más repugnante, pero Gorgo no se detuvo. Sus brazos temblaban bajo el peso de su compañero, pero no había espacio para dudas. Él solo tenía un pensamiento: "Tengo que sacarte de aquí."

...

Pasaron tres horas. Gorgo estaba sentado en una banca del pasillo de un lujoso edificio, al lado de la puerta que conducía a la sala médica privada de la fundación Dediurity. Richar estaba siendo atendido mientras él aguardaba en silencio.

Miraba fijamente el piso, reflexionando sobre el asesinato del deudor. Una pregunta le carcomía la mente: "¿Cuándo dejó de importarle matar a alguien?".

Llevaba seis años trabajando para Do'cientos. Había tenido éxito, claro; la paga no era mala y nadie lo despreciaba como antes. Incluso había forjado una sólida amistad con Richarzon. Pero, aun así, no podía dejar de sentir que algo lo ataba, que lo agobiaba en su interior. Como si no lograra entenderse del todo.

Su mundo cambió cuando fue sometido al experimento del suero: un líquido verde lima que se inyectó en sus venas y que, segundos después, hizo desaparecer cualquier dolor de su cuerpo. Tal vez esa era la razón por la que ya no sentía remordimiento al matar. O quizás era su propia mente, su historia, la vida que había tenido que llevar.

Sea lo que fuera, Gorgo quería desprenderse de esa sensación. Quería poder sentirse bien consigo mismo y disfrutar de la vida que ahora se le estaba planteando. Porque, después de todo, el presente es lo que importa.

De la sala médica, salió Do'cientos con su elegante traje y corbata verde oscura, tras haber visto el estado de Richarzon.

—¿Cómo está? —preguntó Gorgo a su jefe.

—Está estable… perdió poca sangre a pesar del corte en la cabeza —respondió el hombre—. Sin embargo, los golpes le dejaron lesiones que tardarán meses en sanar.

—Ya veo… me alegra oír eso.

—Tengo que irme —añadió Do'cientos, mirando el reloj con impaciencia—. Mis hombres están teniendo problemas con un anciano y sus tierras. ¿Puedes creer que un niño de quince años los apaleó a todos sin esfuerzo?

—Eso es… impresionante —admitió Gorgo.

—No para nosotros… —replicó Do'cientos con frialdad—. Te dejo, debo resolver este asunto.

—Nos vemos —se despidió Gorgo, mientras veía a Do'cientos alejarse por el extenso pasillo blanco, caminando rápido y con un tono de frustración en su paso.

—No le importa nada más… nada más que el trabajo… —murmuró Gorgo, apoyando la espalda en la pared. Luego alzó la vista al techo, suspiró y cerró los ojos para esperar.

 

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