Desde que abrió los ojos por primera vez, Kael Varnes supo que no estaba vivo para vivir. Estaba vivo para ser usado.
Experimentos. Dolor. Miedo. La rutina cruel que marcó sus primeros años no era la de un niño, sino la de un objeto en manos de científicos sin alma. Su cuerpo era moldeado, sus fuerzas manipuladas, su mente un campo de pruebas. Desde recién nacido, fue arrancado de cualquier rastro de infancia para convertirse en parte un proyecto.
Pasó años encerrado en un calabozo frío y oscuro, un laberinto de muros grises donde la luz era un lujo que sólo veía en sus recuerdos. Los guardias no le entregaban materiales para crear, ni siquiera un trozo de metal o una chispa de inspiración. Lo único que le ordenaban era llenar páginas con planos, fórmulas, ideas... pero todo en vano, porque nadie esperaba que sus inventos lo liberaran.
La ironía era cruel. Era reconocido como el mejor inventor del mundo, el genio que podía cambiar el futuro, pero nadie quería que su futuro fuera libre. Los altos mandos, temerosos del poder que encerraba en su mente, decidieron encerrarlo para siempre.
Años de soledad, de tortura silenciosa, de esperanza marchita.
Un día, mientras su cuerpo se debilitaba bajo el veneno que sus enemigos habían preparado, Kael sintió que la muerte le susurraba su nombre. Y entonces, como un sueño o una sombra, apareció él: el Visionario.
No sabía quién era realmente. No tenía nombre ni rostro, sólo una figura que parecía una televisión distorsionada, un humanoide de imágenes borrosas. Le habló sin revelar secretos, ofreciéndole tres regalos como "recompensa por el pasado". Kael, aunque no entendía bien a qué se refería con ese pasado, aceptó sin dudar; algo en su interior le decía que debía hacerlo.
—Recibirás un amigo —dijo el Visionario—, pero debes elegir su género.
Kael, confundido, respondió:
—Si es hombre, sería un buen hermano. Si es mujer, una amistad confusa... porque las mujeres son incomprensibles. Que sea el destino el que decida.
—Además —continuó el Visionario—, ese amigo se encontrará en un espacio secreto, al que sólo tú podrás entrar, salvo que mueras.
Por último, el Visionario le ofreció una nueva vida en un mundo llamado Otome Game.
Kael no comprendía del todo, pero asintió, sin saber qué le esperaba.