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Chapter 2 - Capítulo 2: El Comienzo de la Caída

Mi nombre es Daniel, y no hay nada especialmente interesante que contar sobre mí… al menos no hasta ahora. Mi vida era tan común como la de cualquiera que se enfrenta a la rutina diaria. El sol se levantaba, yo me despertaba, tomaba el café que siempre necesitaba para no quedarme dormido, y me iba al trabajo. Nada extraordinario. Solo otro lunes más.

El ambiente en la oficina era tan cargado como siempre. El sonido de las teclas al teclear, las conversaciones sobre el último episodio de una serie que nadie realmente veía, y los chismes que siempre giraban sobre la vida ajena. "¿Viste que Pedro le dijo a Juan que su informe estaba mal?" o "Oye, ¿te enteraste de que Marta está saliendo con el nuevo del departamento de TI?" Cosas que realmente no importaban, pero que ayudaban a pasar el tiempo. Cosas de oficina.

Pero esta semana era diferente. Había algo en el aire. Y no, no era el chisme sobre Marta o Pedro. Era un proyecto importante que se había puesto en marcha y que iba a definir mucho de lo que haríamos en los próximos meses. Un proyecto que no solo implicaba cumplir con expectativas de los jefes, sino que también prometía una recompensa que todos deseábamos: ¡vacaciones pagadas! Una semana completa para dormir, descansar y, en mi caso, desaparecer de la vida por unos días. Por fin, algo que valía la pena.

No era una sorpresa que todos estuvieran a la expectativa. La carga de trabajo había aumentado de manera considerable. Todo el equipo estaba sumido en los detalles, apurados por presentar algo perfecto, algo que nos ganara esa semana de descanso. Era como una luz al final de un túnel, pero al mismo tiempo, el trabajo parecía hacerse más pesado a medida que se acercaba la meta. Nadie quería arruinarlo. Nadie quería ser el que fallara en el último minuto y arruinar la posibilidad de escapar de la oficina.

Por mi parte, no podía dejar pasar esta oportunidad. Había estado lidiando con mis propios problemas: deudas, un pasado reciente que no me dejaba en paz y, sobre todo, la constante presión de cumplir con lo que se esperaba de mí. La idea de una semana libre, sin correos, sin reuniones, sin esa constante sensación de estar siendo evaluado, me llamaba como un faro. Quería dormir, descansar, desconectarme de todo por unos días. Una semana para finalmente poder meterme en mi cama, en mi espacio, y simplemente olvidarme de todo.

El equipo estaba comprometido. Todos lo estábamos. Nos sentábamos hasta tarde, intercambiábamos ideas, analizábamos cada detalle y cada error. A veces, el cansancio se notaba, pero seguíamos adelante. "Lo estamos haciendo por la semana libre, ¿recuerdan?" decía Carla, la jefa del departamento de marketing, con su estilo tan motivacional que, a pesar de lo cansados que estábamos, nos hacía sentir que podíamos con todo. Ella era la primera en llegar y la última en irse, y todos seguíamos su ejemplo. Nadie quería defraudar.

"¡Venga, chicos, que el esfuerzo vale la pena!" gritaba Juan, el más extrovertido del grupo. Estaba siempre ahí, con su energía a tope, y aunque a veces parecía un poco pesado, todos sabíamos que su entusiasmo era lo que nos mantenía en pie.

Yo me concentraba en mis tareas. Era más introvertido, menos expresivo, pero igual de comprometido con la meta. Si algo me podía sacar una sonrisa en medio del estrés, era la idea de esa semana pagada. Estaba claro que, al final, todo el sacrificio valdría la pena. Una semana para resetear, para descansar, para olvidar las facturas y el agobio. Solo pensar en ello me ayudaba a mantener la calma.

Las horas pasaban lentamente, como si cada minuto fuera una carga más, pero nos acercábamos a la meta. Cada vez que alguien decía "ya casi está," mi motivación aumentaba. Esa sensación de avance, de saber que el esfuerzo estaba dando frutos, era lo que me mantenía en marcha. Sabía que el fin de semana llegaría y que el viernes por la tarde podría salir por esa puerta con la cabeza más ligera, sabiendo que todo lo que tenía que hacer estaba hecho.

Y así, mientras las horas se deslizaban, mi mente ya comenzaba a planear qué haría con esos días libres. Mi habitación, el sofá, la televisión apagada, solo yo, la calma y la oportunidad de desconectarme de todo. Esa era mi meta.

Pero claro, como siempre, en medio de mi concentración laboral, el teléfono vibró sobre la mesa. Un par de notificaciones llegaron a mi pantalla, y vi los nombres que, aunque no esperara, siempre aparecían: Valeria, Mariana, Sofía y Laura. Ellas.

De hecho, me hacían sentir que, a veces, alguien más se preocupaba por mí fuera de mi círculo cercano. Ellas eran, en cierto modo, un recordatorio de que no estaba tan solo. Nos conocimos en una fiesta de amigos hace unos años. Ninguna de ellas trabajaba en el mismo lugar que yo, y sus ocupaciones eran muy diferentes a las mías. Valeria trabajaba en publicidad, Mariana era diseñadora gráfica freelance, Sofía se dedicaba al mundo de la moda y Laura, la más excéntrica de todas, era chef.

Nos conocimos gracias a una amiga en común, Alejandra, que me había invitado a una fiesta para "desestresarme" y "socializar" en mis tiempos de la universidad. Aquella noche, me vi envuelto en un grupo bastante peculiar y en unos conflictos no muy agradables. Las chicas tenían ese aire de "no me importa nada" que me desagrado al inicio me termino cautivando un poco, aunque en un principio me sentía fuera de lugar. De alguna forma, me uní al grupo. Entre bromas, enfados provocados, bebidas y conversaciones absurdas y después de cierto incidente me di cuenta de que nuestras vidas no eran tan diferentes, a pesar de las diferencias evidentes en nuestras profesiones.

Desde esa noche, las cosas pasaron de ser charlas ocasionales. Son de esas personas del tipo con las que mantienes una conversación todos los días, pero cuando nos hablábamos aún más y nos reuníamos, era un recordatorio de que no todo en la vida era trabajo y estrés. De vez en cuando, me enviaban mensajes tontos, sin sentido, solo para ponerse al día. Nada importante, pero aún así, las notificaciones me alegraban un poco, aunque nunca se lo dijera a nadie.

"¿Cómo va todo, Dani?" me escribió Valeria. La verdad es que a veces me sorprendía lo fácil que era para ella sacar una sonrisa, incluso con lo poco que me importaba saber sobre las novedades de su vida. "Yo aquí, sobreviviendo. Esta semana ha sido una locura con el trabajo. ¿Y tú?"

Las respuestas de Mariana solían ser un poco más largas, más filosóficas, como si intentara darme una especie de reflexión profunda sobre la vida cada vez que hablábamos. "¿Todo bien, Daniel? Sé que estás a tope, pero recuerda que las vacaciones no son solo para descansar el cuerpo, sino para el alma. No dejes que el trabajo te consuma. Cuídate mucho."

Sofía, siempre tan directa, solo me preguntaba cosas concretas. "¿Cómo vas con el trabajo? ¿Te has relajado un poco?"

Y Laura, la que siempre encontraba algo diferente de las demás, me decía: "¿Ya has probado alguna receta nueva? Aunque dudo que tengas tiempo con todo el estrés. Bueno, ya me contarás cuando tomes un respiro."

Era curioso cómo, a pesar de que las chicas no formaban parte de mi día a día, sus mensajes siempre tenían ese tono de amistad sincera. A veces, los leía, sonreía y seguía con mi día, otras veces me sentía obligado a responder, no porque quisiera ser grosero, sino porque en ese momento me recordaban que, fuera del trabajo y de mis preocupaciones, había personas que pensaban en mí. Algo que no siempre me sucedía.

Pero no hoy. Hoy estaba completamente enfocado en el proyecto, en la carga de trabajo, en la meta que me había propuesto. Así que, aunque sabía que esas chicas me darían vueltas en la cabeza por un rato, los dejé en segundo plano. No era que no me importaran, simplemente que en ese momento mi prioridad era otra. Mis ojos no salían de la pantalla de mi computadora, mientras el reloj avanzaba y yo me hundía más en la tarea que tenía entre manos.

No tardó mucho en que el grupo de mensajes volviera a sonar. Mi teléfono se iluminó nuevamente. Esta vez, un mensaje de Laura que decía: "Oye, ¿te has dado cuenta de que no hablamos hace días? Espero que estés bien. Si necesitas distraerte un rato, ya sabes que me encantaría encontrarme contigo."

Fruncí el ceño por un momento. Era raro que Laura me invitará a algo así, solo los dos, sobre todo porque nunca había sido de hacer ese tipo de cosas, al menos cuando no estás las otras tres. Y entonces, pensé que tal vez, al igual que yo, ellas también sentían la presión. Después de todo, todas eran adultas, con responsabilidades. Quizás lo que necesitaban era un respiro, igual que yo.

Respiré hondo y decidí responderles. No era algo que soliera hacer en este tiempo, pero hoy, por alguna razón, me sentí en la obligación de darles alguna señal de que, sí, estaba bien.

"Estoy a tope con el trabajo, pero todo bien. No sé cómo lo hacen, pero siempre logran sacarme una sonrisa con esos mensajes. Gracias por preocuparse," escribí, tratando de ser amable, pero sin dar muchas vueltas al asunto.

Poco después, los mensajes siguieron llegando, pero ya no les presté mucha atención. Es curioso cómo la vida puede ser un constante tira y afloja entre lo que realmente importa y lo que nos distrae. A veces, las pequeñas cosas como un mensaje inesperado son las que nos hacen darnos cuenta de que, en medio de todo el estrés y las responsabilidades, hay momentos que valen la pena. Aunque ese día, en ese momento, yo no lo sabía aún.

Las horas pasaban, y aunque mi teléfono seguía vibrando con los mensajes de las chicas, me concentraba en terminar lo que tenía entre manos. La semana estaba siendo más larga de lo normal, el trabajo se acumulaba y, aunque el objetivo de las vacaciones pagadas estaba a la vista, el camino para llegar a él era más agotador de lo que imaginaba.

Cada vez que miraba el reloj, me daba cuenta de que ya casi era hora de salir, pero el proyecto aún no estaba cerrado. Había detalles que corregir, y aunque mi equipo estaba poniendo todo de su parte, aún quedaba trabajo pendiente. En ese momento, no podía evitar pensar en las conversaciones con ellas. No era que me desagradara recibir los mensajes, pero en esa ocasión, simplemente no tenía la energía para responder a más cosas que no fueran relacionadas con el trabajo.

Aun así, las notificaciones no dejaron de llegar. Valeria, con su característico tono juguetón, escribió: "¡Qué raro que no hayas respondido! Pensé que estaba ocupando todo tu tiempo, pero sé que me lees." Luego, envió un par de emojis y otra línea: "Si necesitas salir a despejarte un poco, ya sabes que siempre estamos por aquí."

Mariana, envió un mensaje que me hizo fruncir el ceño por unos segundos. "Daniel, no dejes que el estrés te consuma. Las cosas siempre toman más tiempo de lo que creemos. Tómate un descanso en cuanto termines. Un poco de paz mental nunca le hace mal a nadie."

Sofía, siempre directa y breve, fue más concisa: "Aún no he probado esa receta que me dijiste, pero ya me estoy preparando para el caos de esta semana. Tú también, ¿no?"

Laura, como siempre, me sorprendió con su mensaje más informal: "¿Ya se te pasó el estrés o sigues atrapado? Sabes que en cualquier momento te puedo invitar a tomar algo para desconectarte un rato. No es lo mismo sin ti en las salidas."

Todas tenían algo en común: el deseo de que me relajara, de que dejara el estrés atrás. Pero la verdad es que no podía. La idea de esa semana libre, esa recompensa por tanto esfuerzo, me mantenía motivado. Necesitaba concentrarme en eso. Necesitaba llegar a la meta.

Decidí, finalmente, darles una respuesta. No podía dejar de lado esas charlas, aunque no fueran de la importancia que tenía el proyecto en mi cabeza. Estaba claro que me preocupaba que pensaran que era grosero o que no les prestaba atención.

"Chicas, lo siento si he estado muy centrado en el trabajo. Estoy tratando de hacer todo rápido para que llegue el viernes y, de verdad, descansar un poco. Gracias por los mensajes, siempre es bueno saber que alguien se preocupa. A veces, entre tantas horas de oficina, olvidamos que el mundo sigue fuera," escribí, y aunque fue una respuesta breve, era lo más sincero que podía ofrecer en ese momento.

Un par de minutos después, Valeria respondió con uno de esos emoticones que tan bien manejaba, y Mariana, como siempre, lanzó una pequeña reflexión en su mensaje: "Sabemos que estás trabajando duro, Daniel. Recuerda que descansar también es un trabajo para tu cuerpo y tu mente. Cuídate."

Por alguna razón, eso me hizo sonreír. No eran mensajes extraordinarios, pero me daban esa sensación de que alguien me veía más allá de lo que estaba haciendo. Eran solo pequeños gestos, pero para mí, en ese momento, significaron más que cualquier otra cosa.

El día continuó y, aunque la carga de trabajo seguía allí, algo en mi interior me permitió relajarme un poco. Es curioso cómo algo tan simple como un mensaje de texto puede tener un impacto. Al menos ahora, mientras seguía enfrentando las horas interminables, sabía que no todo en mi vida se reducía a las facturas o al trabajo. Había personas que, aunque no formaban parte de mi día a día, seguían estando ahí, de alguna manera.

Finalmente, al caer la tarde, el proyecto estaba en su fase final. Las correcciones estaban hechas, los detalles ajustados, y aunque el cansancio me pesaba, el sentimiento de haberlo logrado me embargó. Solo quedaba esperar la última aprobación y, si todo salía bien, lo que nos esperaba era esa tan ansiada semana de descanso.

Cuando el reloj marcó las 7 de la tarde, cerré mi computadora y me levanté de mi escritorio. Tomé un respiro profundo, mirando las luces de la ciudad desde la ventana. El día había sido largo, pero valió la pena. Todo estaba listo.

Mañana sería otro día, pero ya no parecía tan difícil. Quizás porque sabía que, en algún momento, esas semanas de vacaciones llegarían, y con ellas, la posibilidad de desconectar de todo.

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