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Chapter 206 - Capítulo 50: La Fuerza Silenciosa

El terror paralizó a Hitomi por un instante mientras John la arrastraba hacia la cama, su agarre brutal, sus ojos carmesí llenos de una intención borracha y perversa. Pero en medio del pánico, una voz encontró salida. No era fuerte, pero portaba el peso de su linaje, de una verdad que John, en su estado y su arrogancia de macho Valmorth, había olvidado o nunca comprendió del todo.

—No… no quiero hacerte daño, John. —dijo Hitomi, su voz temblaba, pero había una advertencia implícita en ella. —Por favor… suéltame.

John rio, un sonido borracho y cruel. —¿Tú? ¿Hacerme daño? No me hagas reír, hermanita. Te voy a enseñar yo a…

Ignoró sus palabras, la fuerza bruta y el alcohol nublando su juicio. No sabía, o no quería recordar, la verdad incómoda que se susurraba en los escalafones más altos del linaje Valmorth: que las mujeres de su estirpe, aunque a menudo menos inclinadas al combate físico directo que los hombres, poseían un control sobre las energías fundamentales o las capacidades psíquicas que, en términos de poder puro y refinado, superaba con creces la fuerza bruta de sus contrapartes masculinas. No eran más débiles; eran diferentes, y potencialmente, mucho más letales si se veían obligadas a defenderse. John se lanzó hacia ella, subestimándola catastróficamente.

El pánico de Hitomi llegó a un punto de ruptura, pero antes de que la desesperación la consumiera, su instinto tomó el control. No con un golpe, no con una patada. Con una emanación silenciosa de su voluntad. Sus ojos carmesí se enfocaron, y activó su poder, esa sutil pero innegable capacidad de manipular las fuerzas a su alrededor. No era una onda de choque. Era una telequinesis pura, enfocada.

Una fuerza invisible, poderosa y precisa, surgió de ella. No buscó pulverizarlo, solo detenerlo. Golpeó a John en el pecho con la fuerza contenida de un ariete invisible. No lo hirió, pero lo empujó con una violencia repentina y controlada, lanzándolo hacia un lado con un alarido de borracho sorprendido y furioso. Se estrelló contra una mesilla cercana, que se volcó con un estrépito de cristal roto y objetos desparramados.

—¡Qué coj…! ¡Puta! ¡Me las vas a pagar! —rugió John, intentando levantarse, más furioso por la repulsión inesperada que por el golpe en sí.

Pero antes de que pudiera recuperarse o que Hitomi tuviera que hacer algo más drástico, la puerta de la suite se abrió de golpe.

Hiroshi Valmorth entró, sus ojos carmesí barriendo la escena: el desorden, John en el suelo, y Hitomi cerca de la puerta, temblando, con el pánico aún grabado en su rostro. La impaciencia habitual de Hiroshi se transformó instantáneamente en una furia fría y controlada al comprender lo que había sucedido o lo que estaba a punto de suceder.

—¡John! ¿Qué mierda estás haciendo? —Su voz era baja, peligrosa.

John, tambaleándose, se giró hacia su hermano. —¡Hiroshi! ¡Esta puta intentó...!

No terminó la frase. La mano de Hiroshi se cerró en un puño, y sin dudarlo, descargó un golpe rápido y brutal en la mandíbula de John. No fue un golpe de contención; fue un castigo. El sonido del impacto resonó, seco y desagradable. John, ya inestable, cayó al suelo con un golpe sordo, aturdido, el alcohol y el puñetazo cobrando su precio.

—¡Eres un puto animal, John! —siseó Hiroshi, mirando a su hermano tirado con una mezcla de asco y rabia protectora hacia Hitomi—. ¿Aprovecharte de tu propia hermana? ¿Así? ¡La puta madre!

Se inclinó sobre John, agarrándolo por el cuello de la camisa destrozada. —La Madre se enterará de esto, imbécil. Y será peor que cualquier paliza que te haya dado nadie más. —Lo soltó con desprecio, dejándolo tirado entre el desorden.

El aire en la habitación comenzó a calmarse lentamente, la tensión del intento de abuso reemplazada por la sombría autoridad de Hiroshi. Miró a Hitomi, su expresión más suave ahora, aunque aún seria.

—Hitomi. ¿Estás bien? ¿Te hizo algo? —Su voz era tranquila, el protector emergiendo, un contraste inquietante con la brutalidad que acababa de mostrar hacia John.

Hitomi asintió con la cabeza, incapaz de hablar por un momento, las lágrimas de alivio y terror mezclándose. Su cuerpo temblaba incontrolablemente.

Pasaron varias horas. Hiroshi se aseguró de que John estuviera atendido (probablemente por sirvientas discretas, sin la formalidad del mayordomo), de que el desorden de la habitación fuera limpiado sin dejar rastro. Hitomi se sentó en un sillón lejos de la cama, envuelta en una bata que Hiroshi le había conseguido, aún lidiando con el shock.

Hiroshi regresó después, con la calma habitual pero con una sombra en los ojos. Se sentó frente a ella, en silencio por unos minutos, dejando que la quietud se restableciera.

—John es un imbécil. —dijo finalmente, su voz baja—. Un borracho. Un animal. No debió… no debió atreverse.

Miró a Hitomi a los ojos, sus propios orbes carmesí reflejando una intensidad inusual. —Escucha, Hitomi. Sé lo que dijo la Madre. Sé lo que quiere para ti. —La mención directa del plan de matrimonio forzado hizo que el aire se cargara de nuevo, recordándole a Hitomi que incluso la protección de Hiroshi venía con el conocimiento de su destino. —Y sé que no quieres eso. No… así.

Dio un suspiro, un sonido que en él se sentía fuera de lugar. **—Si alguna vez… si necesitas a alguien. Si la Madre presiona demasiado. Si John, o Constantino… o quien sea… vuelve a intentar algo así… —**Su mirada era seria, una promesa fría—. Me tienes a mí. Me buscas. Estoy aquí.

Las palabras eran extrañamente reconfortantes, una rama a la que aferrarse en el nido de víboras. Pero la siguiente frase tejió esa rama a la jaula.

—Y si… si llega el momento de que tengas que elegir, Hitomi. —Su voz se mantuvo calmada, pero la propuesta, envuelta en protección, era una extensión de la voluntad materna. —Si tienes que casarte con uno de nosotros… si me quieres elegir… también me tienes a mí. Te… cuidaría.

El horror del plan volvió con fuerza, ahora entrelazado con la aparente protección de Hiroshi. No era un escape; era una opción dentro de la jaula. Una opción que, aunque quizás menos brutal que John, seguía siendo una forma de posesión, de control por parte del linaje.

Hiroshi se puso de pie. La conversación había terminado. Había establecido su posición, ofrecido su protección (y su candidatura).

—Descansa, Hitomi. —dijo, su voz volviendo a un tono más neutral—. Nadie más te molestará esta noche. Me aseguraré.

Salió de la habitación, dejándola sola en el silencio que de repente se sentía más pesado que antes. La habitación, limpia ahora, no borraba el recuerdo de lo que casi había pasado. El dolor físico era real, pero el terror, el asco, el shock por la traición de John, y el peso de la oferta de Hiroshi… eso era lo que la carcomía por dentro.

Se quedó sentada en el sillón, temblando, con las palabras de John y la propuesta de Hiroshi resonando en su mente. Miró la puerta por la que él se había ido. No estaba a salvo. No estaba segura. La protección de Hiroshi era condicional, parte del mismo sistema que la aprisionaba. Su única esperanza, su única salida verdadera…

Necesito escapar de esta casa. La frase se formó con una claridad cristalina en su mente, no como un lamento, sino como una resolución fría, grabada a fuego por la violencia de John y la extraña oferta de Hiroshi. Necesito salir. Necesito escapar de este puto lugar. Cueste lo que cueste.

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