El aire en la vasta estancia Valmorth era diferente al del exterior; filtrado, pesado, cargado con el eco sutil de siglos de poder. Mármol oscuro, obsidiana pulida y vetas de un metal desconocido recubrían las paredes, absorbiendo la luz en lugar de reflejarla. Aquí, bajo tierra o protegido por barreras que el mundo exterior desconocía, John Valmorth yacía. No en una enfermería, sino en una cámara que se sentía más a un santuario profano. Su cuerpo, aún magullado y desgarrado a pesar de la frenética regeneración que zumbaba bajo su piel, se retorcía ligeramente en una superficie que se adaptaba a su forma, una cama forjada en el mismo metal oscuro que las paredes. La piel se tejía, los fragmentos óseos se reubicaban con crujidos internos; el proceso era visible, grotesco incluso para los de su estirpe, pero se aceleraba en la energía concentrada de aquel lugar.
Su cara, aunque reconstruyéndose, aún mostraba la máscara de furia helada que había adoptado en el valle, ahora mezclada con la cruda humillación y el dolor residual que ni siquiera su linaje podía erradicar al instante. Había sido apaleado, interrumpido, y advertido.
Constantine Valmorth, impecablemente vestido con ropas que parecían fuera del tiempo, observaba a su hermano menor desde un lado. Sus ojos, del mismo carmesí intenso, carecían de la arrogancia volátil de John; eran fríos, calculadores, antiguos. Junto a él estaba Hiroshi Valmorth, una figura más impaciente, con una energía contenida que bullía justo bajo la superficie de su aparente calma, sus ojos escarlata fijos en el proceso de curación, quizás con impaciencia o con una curiosidad cruel. Hitomi no estaba presente; su presencia en las reuniones familiares era tan esquiva como su naturaleza.
El silencio solo se rompía por el siseo bajo de la regeneración de John y el murmullo del aire acondicionado especial del recinto. Constantine habló primero, su voz era suave, resonante, despojada de emoción, como piedras pulidas chocando.
—El reporte llegó. Fragmentado, como tu estado. —Miró a John sin piedad, solo evaluación—. Aurion. El... incidente con el tal Kisaragi. Y tu... performance.
John siseó, el sonido distorsionado por el tejido facial que se reconstruía. —Ese puto enmascarado... —Su voz era ronca, llena de rabia contenida—. No era lo que esperábamos. Y Aurion... se entrometió. Como siempre.
Hiroshi se movió, un paso impaciente. —Te dejó hecho una mierda, John. Aurion, claro. Pero antes... el enmascarado, ¿no? El reporte decía... que te dio una paliza. A ti.
La humillación hirvió en los ojos de John. —No me dio una paliza. Me... abrumó en ese puto momento. Su fuerza bruta... sus martillos... superó mi regeneración temporalmente. Nadie... nadie me 'apalea'. —Incluso en ese estado, la arrogancia del linaje persistía, aunque magullada.
Constantine ignoró el arrebato de orgullo herido de su hermano. —Aurion te detuvo. Y habló. El reporte menciona... una advertencia. Sobre Kisaragi. Y... sobre su Madre.
El aire en la cámara se volvió más frío, más denso. La mención de "su Madre" disipó instantáneamente cualquier rastro de arrogancia en John o impaciencia en Hiroshi. Sus posturas se tensaron, sus miradas se fijaron en Constantine, esperando. Había un temor palpable, ancestral, en la forma en que se mencionaba a la figura matriarcal.
Constantino asintió levemente, su expresión inmutable no revelaba si sentía el mismo miedo o si simplemente lo manejaba mejor. —Dijo... que Kisaragi tiene potencial. Potencial para... eventualmente... ser capaz de matarte. A ti, John. Y que si eso sucediera... Madre se enojaría. Se enojaría con nosotros. Contigo. Por permitirlo. —Sus palabras no eran un simple relato; eran una sentencia, un eco de una verdad aterradora que todos los Valmorth comprendían desde la cuna. La Ira de su Madre era el verdadero cataclismo a evitar.
John se retorció de nuevo, esta vez no solo por el dolor físico, sino por el peso de las palabras de Aurion repetidas por su hermano. **—Lo dijo... ese bastardo lo dijo así. 'No querrán ver a su madre enojada'. Sobre mí... sobre el enmascarado... 'cabreada por tu culpa. O por la suya'. —**La crudeza de la amenaza de Aurion, la forma en que tocaba el nervio más sensible de su linaje, aún lo sacudía.
Hiroshi dejó escapar un sonido bajo, una mezcla de respeto forzado y aprensión. —Aurion sabe dónde golpear, ¿eh? Usando a la Madre... Eso sí da escalofríos.
Constantine se acercó a la cama de John, su figura proyectando una sombra larga sobre el cuerpo en regeneración. —El hecho de que Aurion considere al tal Kisaragi con potencial para amenazar a un Valmorth de Linaje Primigenio... es significativo. Más allá de la humillación temporal que te infligió. Y el hecho de que use la Ira de su Madre como palanca... significa que nos ve vulnerables en ese aspecto. Que comprende lo que realmente valoramos... o tememos.
La frialdad en la voz de Constantino era más afilada que cualquier cuchilla. —Aurion tiene su propia agenda. Pero su advertencia... sobre la Madre... no es una mentira.
El peso de la realidad cayó sobre ellos. No era solo la derrota de John, humillante pero reversible. Era la validación externa del potencial de Ryuusei por la mayor potencia del planeta, y el recordatorio de la fuerza más temible dentro de su propia familia.
—Entonces... —dijo Hiroshi, la impaciencia había sido reemplazada por una seriedad lúgubre—. ¿Qué hacemos con el enmascarado? Si Aurion cree que puede matar a John... y si la Madre se entera de esta... imperfección temporal...
Constantino miró a John, su rostro aún una mezcla dolorosa de carne cruda y tejido regenerado. —Te humilló. Y te convirtió en una potencial causa de la Ira de su Madre. Eso... eso no se puede dejar pasar.
Un silencio pétreo se instaló, cargado con la decisión inminente. Para los Valmorth, la reputación, el linaje, y la apacible furia de su matriarca, eran sagrados. John había fallado en el valle, había sido expuesto, se había convertido en un riesgo.
La Madre Valmorth no apareció. No necesitaba hacerlo. Su presencia se sentía en la tensión de sus hijos, en el frío cálculo que emanaba de Constantino. Su voluntad era la ley tácita que gobernaba sus vidas.
Constantine finalmente rompió el silencio, su voz era el hielo mismo, forjando el destino de otro. —Kisaragi Ryuusei. El potencial, la anomalía, el idiota... que hirió a uno de los nuestros y provocó la advertencia de Aurion sobre la Madre. —Una pausa breve, cargada de resolución—. Se ha convertido en un problema. Un problema que debe ser... gestionado. Permanentemente. Antes de que su potencial... o su mera existencia... se convierta en una verdadera amenaza para el Linaje. O, peor aún... antes de que la Madre considere que la situación... ha sido manejada de forma... ineficiente.
La decisión estaba tomada. No por venganza inmediata (aunque esa existía), sino por cálculo frío y miedo reverencial a la matriarca. Ryuusei, el que no encajaba, el que lloraba en la soledad, se había ganado la atención letal del Linaje Valmorth Primigenio. Y esta vez, la lección no sería unidireccional.
—Japón, dices que es el próximo lugar, ¿John? —preguntó Constantino, la pregunta era retórica, la información ya procesada—. Interesante.
Hiroshi esbozó una sonrisa, una sombra cruel en sus labios. —Bien. Tendremos que ir a jugar a Japón, entonces. Asegurarnos de que el potencial del enmascarado... se quede solo en eso. Potencial no realizado. —No había rastro de tristeza en él, solo la fría anticipación de la caza.
La fría estancia se llenó con la energía latente de tres seres formidables. La masacre de John había sido un error. Permitir que ese error tuviera consecuencias para el Linaje era impensable. La lección para Ryuusei aún no terminaba. Ahora, la familia entera daría una. Una final. Y todo por la sombra imponente de la Madre.