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CAPÍTULO 1 – ∞: CERO LATIDO
Lo primero que sintió al despertar fue el olor: una mezcla de sudor reciclado, cables quemados y esa acidez metálica que flotaba cuando la central eléctrica del sector colapsaba por sobrecarga. El colchón estaba duro, con resortes salidos, cubierto por una manta gris que alguna vez fue azul. Eiran se giró sin ganas, con los ojos abiertos y secos desde hacía horas. En el techo había una mancha de humedad en forma de rostro. Algunos días parecía sonreírle. Ese no era uno de ellos. Estiró el brazo y el cronómetro implantado en su antebrazo proyectó los dígitos en el aire: 1A:03R:17X. Una porquería de vida. Años: 1. Rangos: 3. Xehms: 17. Tenía 16 años y ya le quedaban menos de 400 días útiles si no trabajaba o no robaba algo. Pero no tenía intención de hacer ninguna de las dos. El sistema no solo cobraba tiempo: lo infectaba. Si vivías con miedo a perderlo, estabas muerto igual. Se levantó sin decir nada. El departamento era un cubo de cemento húmedo, con cables colgando del techo, una cocina oxidada con moscas congeladas en el microondas, y una madre que ya no respiraba como antes. Ella estaba sentada en el sofá, dormida, con los labios grises y una mancha de vómito seco en la blusa. El reloj de ella marcaba 0A:00R:02X. Dos Xehms. Apenas unas horas. Pero no le pidió ayuda. Nunca lo hacía. Si sobrevivía, lo haría por inercia. Si no, el sistema vendría por su cuerpo. El "Servicio de Recolección de Tiempo Expirado" pasaba a las 6:00 cada día, y eran más puntuales que los asesinos. Eiran cruzó la sala sin saludar. Se metió al baño, orinó sobre un drenaje sin tapa, se lavó la cara con un trapo y se inyectó un estimulante de bajo nivel en la vena del cuello. SyntRage-K. No era para correr más rápido ni para pensar mejor. Era para que el alma no se le saliera del cuerpo antes de llegar al transporte. Se miró al espejo: cara de niño, cejas partidas, los dientes algo torcidos, ojos apagados. Nada especial. Nada único. Pero se sentía eterno. O al menos, eso fingía. El viaje al centro fue largo. Bajó los 33 pisos del complejo a pie porque el ascensor se lo tragó una explosión de batería la semana pasada. Afuera, la ciudad escupía vapor. Dalkem City. El útero sucio del Bloque Delta. Rascacielos con piel de anuncios, autopistas aéreas donde solo viajaban los que valían más de 10 Rangos. En la calle, la gente vendía segundos a turistas, niños tatuaban relojes falsos por monedas, y los drones policiales flotaban con sus altavoces diciendo: ¡NO VENDAS TU FUTURO! ¡CONTROLA TU CRONÓMETRO!, Irónico. Todos estaban vendidos. En la estación del metro-latido, una mujer se desplomó sobre las vías. Nadie la ayudó. El reloj de ella brilló 0A:00R:00X. Muerta. El sistema lo detectó al instante. Una compuerta se abrió y una garra mecánica la arrastró por debajo del concreto como si fuera basura. Solo quedó un charco de sangre y una cartera. Eiran no se inmutó. Subió al vagón. Asientos sucios. Ladridos de humanos mutados por drogas de decodificación. Pantallas anunciando promociones de préstamos temporales: ¡Transfiere 1 Año! ¡Obtén 10 Rangos y una semana de vida garantizada!. Nadie creía en eso. Solo los idiotas. O los desesperados. A su lado, un hombre sin lengua murmuraba a través de un chip bucal:
—Chico, ¿tienes un Xehm? Solo uno. Te doy este implante auditivo. Sirve. No está infectado. Mira.
—Abrió la palma. Era una oreja metálica sangrando cables. Eiran lo ignoró. El hombre lo miró con odio y se alejó a otro asiento, tambaleando. Llegó al sector Ø-Six, uno de los barrios medianamente "seguros". Ahí estaba el Instituto Público Chrono-Drey. Una torre oxidada con fachada falsa de mármol digital y estudiantes uniformados que fingían tener futuro. Eiran no entró. Se quedó parado en la entrada, como todos los días. El detector del portón escaneó su tiempo. 1A:03R:17X. La pantalla dijo: ACCESO MÍNIMO CONCEDIDO.
—Buen día, parásito —dijo el dron de recepción, flotando frente a él con una sonrisa animada.
—Cállate, puta máquina —respondió Eiran sin ganas. Entró. Escupió al suelo. Otro día de mierda, en un sistema podrido, en una ciudad donde vivir un minuto más era un castigo.
La Unidad de Formación 5-N era un cilindro de cristal suspendido en medio de una columna vacía, flotando como una pecera que contenía adolescentes sin ilusiones. A través del vidrio, los alumnos podían ver los restos de quienes fracasaron: estudiantes suspendidos en plataformas de acero oxidado, con los brazos colgando, el uniforme aún adherido a los huesos, y los CR-0Ns congelados en cero absoluto. Nadie los retiraba. El sistema entendía que el miedo era más pedagógico que cualquier discurso. Los cuerpos colgaban como paréntesis abiertos que nadie cerraría jamás.
Eiran se sentó en la última fila, como de costumbre. No por timidez, sino por cálculo: la última fila estaba en un punto ciego del domo de vigilancia. No era un secreto. Simplemente a nadie le importaba lo suficiente como para delatarlo. En la pantalla central se desplegó el título de la lección: ECONOMÍA TEMPORAL Y SISTEMAS DE RETENCIÓN FUNCIONAL. MÓDULO III: COMPRENSIÓN DEL CR-0N.
La profesora apareció como un holograma volumétrico: androide de diseño maternal, con una voz modulada para simular ternura sin provocar empatía. Sus ojos emitían una luz blanca que no parpadeaba. —"Buenos días, Unidades de Carga. Hoy comprenderemos por qué el sistema les permite existir."
Un brazo extendido flotó al centro del aula. Insertado en la piel, un CR-0N vibraba. Las cifras proyectadas mostraban tres componentes: A: R: X.
—El CR-0N no mide tiempo convencional. Mide persistencia vital. Está formado por tres unidades. Años (A), que corresponden al total de longevidad adquirida. Pueden heredarse, comprarse o robarse. Rangos (R), que representan posición estructural dentro del tejido social: obediencia, rendimiento, entrega, disciplina emocional. Y Xehms (X), residuos neuroemocionales cuantificables: el dolor como unidad energética.
La proyección cambió. Se mostraron cerebros escaneados en tiempo real, superpuestos con líneas de datos que mostraban picos de sufrimiento. —Sufrir genera Xehms. Pero no todo dolor califica. El sufrimiento debe ser genuino, trazable y útil. Se premia el aguante, no la queja. Se premia el trauma funcional, no el colapso.
Kaidra, con su ojo mecánico girando lentamente, preguntó: —¿Y si no sufro? ¿Y si estoy vacía?
—Entonces no generas. No produces. Te vuelves irrelevante. La irrelevancia precede al desmantelamiento.
Zett, tallando su piel con un microcircuito, lanzó: —¿Y si mi dolor ya no me hace más fuerte?
—"El sistema no evalúa crecimiento. Evalúa rentabilidad. Si dejas de rendir, dejas de contar.
Se proyectó un esquema del Instituto: 66 niveles. Los primeros 30 eran de formación. Del 31 al 50, zonas de reprogramación emocional. Del 51 al 65, residencia de élite. Piso 66: sin acceso. Sin nombre. Solo un ícono en rojo.
—El Nivel 66 es exclusivo para nodos de inversión negativa. Individuos cuyo CR-0N ha cruzado el umbral de la existencia lógica. Allí, el sistema observa comportamientos residuales antes del reciclaje total.
La profesora giró hacia ellos. —Ejercicio lógico: Su madre posee 0A:00R:01X. Usted posee 4A:07R:63X. Un banco cronodigital le ofrece 3 Rangos a cambio de su memoria sensorial completa: gusto, tacto y olfato. Su madre ganaría 2 Años con la transacción. ¿Acepta? Justifique usando variables de carga emocional, retorno estructural y sostenibilidad cognitiva.
Reyz, con su porte de hijo de funcionario, respondió: —Declino. Pierdo más funcionalidad que lo que el sistema devolvería. Es ineficiente.
Meyra, con la lengua tatuada, soltó: —Acepto. No quiero recordar el sabor de nada, ni sentir contacto humano. Eso me ayudaría a no caer.
Zett, sin levantar la vista, escribió con su sangre: Sin sentidos, pero con madre.
Eiran no habló. El sistema ya sabía que no creía en rescates. El sistema sabía todo. Lo que no sabía aún era lo que se estaba gestando bajo la piel de su silencio.
Cuando la clase terminó, no hubo campana ni despedida. El holograma de la profesora simplemente se desvaneció, y en su lugar quedó flotando una sensación de amputación cerebral. El aire olía a metal usado, y el silencio era tan denso que cada inhalación parecía una confesión. Los estudiantes no se levantaron al unísono; se disgregaron como fragmentos de un organismo sin núcleo, cada uno siguiendo una trayectoria marcada por el algoritmo de su fatiga emocional o su urgencia neuroquímica. Algunos conectaban microagujas a la vena para inyectarse Seromyn crudo, otros se empujaban cápsulas de Rextyl debajo de la lengua para amortiguar la percepción del vacío.
La clase siguiente no llegaría por otros veinte minutos. Ese espacio se llamaba "tiempo improductivo", y estaba diseñado para observar cómo reaccionaban los alumnos sin estímulo directo. Las cámaras de análisis emocional captaban microexpresiones, lenguaje corporal, patrones de voz. Algunos estudiantes lo sabían y actuaban para el sistema. Otros no. Eiran no. Él simplemente se quedaba quieto. Por eso su archivo emocional era considerado "inconcluso", un problema de interpretación que los tutores aún no decidían si reciclar o conservar como anomalía útil.
Eiran no se movió. Su CR-0N había emitido un pulso nuevo: no un zumbido, sino una vibración sorda que nacía en el esternón y trepaba hasta la nuca como una lágrima invertida. Revisó la interfaz: había perdido 1 Xehm. Sin motivo aparente. No había recordado, ni temblado, ni sentido nada. ¿O sí? El sistema detectaba procesos antes de que se formularan como pensamientos. Tal vez fue un destello de memoria suprimida. Tal vez fue la imagen suspendida de los cuerpos colgando como errores sin solución.
Meyra apareció a su lado sin generar sonido. Siempre lo hacía. No como si llegara, sino como si simplemente emergiera desde la atmósfera. No llevaba su habitual media sonrisa hoy. Solo el contorno afilado de su mandíbula y la mirada apagada de quien se obliga a existir. —¿Perdiste un Xehm por fin? ¿Eso significa que sientes, o que el sistema te está oxidando?
—preguntó con voz ronca, como si hubiera llorado sin lágrimas.
—Significa que algo dentro de mí está cambiando sin permiso. Y eso lo inquieta.
—Entonces estás vivo. Mal noticia.
Kaidra se unió sin preguntar. Tenía el brazo izquierdo envuelto en cinta térmica para evitar que los tendones se separaran de la prótesis. Sobre los nudillos había dibujado símbolos antiguos con bisturí óptico: runas olvidadas, restos de una lengua muerta. —Anoche soñé con la cuerda otra vez —dijo—
—Pero esta vez, no me colgaba yo. Colgabas tú, Eiran. Y no hacías ruido.
—¿Estaba muerto?
—No. Solo estabas vacío. Ni los drones sabían qué hacer contigo.
Zett, en su rincón habitual, no miraba a nadie. Tenía clavada una aguja oxidada en el muslo y la giraba lentamente. No por masoquismo, sino por rutina. Su CR-0N marcaba 3A:04R:102X. Un número imposible de lograr sin trauma extremo. Nadie sabía cómo lo había conseguido.
—Soñé que me quitaban el cráneo como una tapa —dijo Zett—. Y que dentro no había cerebro. Solo datos que no eran míos. Fragmentos de recuerdos impuestos. Gritos que no recordaba haber escuchado. Era como si alguien más estuviera usando mi vida como plantilla.
Eiran bajó la vista. Su CR-0N seguía proyectando la curva. Pero ahora, por primera vez, no era una línea estable. Había un temblor, un alza, una oscilación. Como si el sistema dudara de sí mismo. Como si lo que creciera dentro de él no fuera vida, ni muerte, sino una anomalía sin categoría.
Una alarma vibró bajo sus pies: mensaje institucional.
—Unidad 5-N: inspección emocional aleatoria en cinco minutos. Preparar posturas estables. Cualquier anomalía gestual será motivo de revisión inmediata.
La orden no alteró a nadie. Habían sido entrenados para estas inspecciones desde la infancia. Era como respirar. Fingir calma se había vuelto un acto reflejo. Simular normalidad era el estándar. Mostrar emociones era una forma de rebeldía estructural. Y nadie sobrevivía a largo plazo siendo rebelde sin rango.
Bajaron por el corredor espiralado hacia el Nivel -1. El espacio se estrechaba con cada metro descendido, como si el propio Instituto comprimiera la existencia de quienes no ascendían. Las paredes estaban revestidas con espejos que no devolvían reflejos, sino interpretaciones del sistema: simulacros de cómo debías verte según tu desempeño. Eiran aparecía con el rostro fracturado. Kaidra, sin mandíbula. Zett, sin ojos. Meyra, sin piel.
El comedor del Nivel -1 era una caja metálica sin ventanas. El menú, una pasta negra llamada **NutriKron v4.0**, diseñada para sobrevivir, no para nutrir. A su lado, una microdosis de **SubXehm**, una droga legal que inducía recuerdos traumáticos con fines de examen. No estaba prohibida. De hecho, era recomendada.
Eiran no tocó nada. No tenía hambre. Solo la certeza de que su cuerpo seguía funcionando. Observó cómo Zett se introducía una cápsula por la nariz y cómo Meyra le pasaba parte de su propia carne sintética a Kaidra, quien la usó para reforzar una costura abierta en su brazo.
Reyz, con sus compañeros de élite, descendió en formación perfecta. CR-0Ns pulcros. Uniformes sin dobleces. Miradas como bisturís. Cruzaron frente al grupo de Eiran con una sonrisa ensayada. —¿Aún respiras, cero latido? Pensé que ya te habrían reciclado.
—Tú aún crees que respirar es relevante —respondió Eiran sin levantar la mirada.
Reyz se fue sin responder. No porque no quisiera, sino porque no necesitaba. El poder no discute. Solo observa.
Eiran se miró el brazo. La curva seguía creciendo. Pero no era solo eso. La línea temblaba. Algo en él se estaba desviando del patrón.
Entonces llegaron. No con sonido. No con fuerza. Con ausencia. Los Guardianes Aéreos.
Descendieron en cápsulas gravitacionales translúcidas que atravesaron el techo sin romperlo. Tres figuras negras. Una flotando a centímetros del suelo, distorsionando la luz a su alrededor. Otra con ojos cubiertos de implantes y fibras ópticas temblorosas. La última, sin rostro: una máscara líquida que mutaba según el miedo que percibía. No hablaban. Emitían datos comprimidos.
Una voz sin origen se expandió como una orden olvidada: —Unidad 5-N. Lectura emocional en curso. Desequilibrio será clasificado D-X. Protocolo de desconexión inmediata.
Las luces cambiaron. Los escáneres se encendieron. Haces de luz azul cruzaron el comedor midiendo ritmo cardíaco, temperatura dérmica, vibración nerviosa. El más mínimo tic, el más leve parpadeo, podía ser leído como signo de desviación. El silencio fue total.
Un dron se detuvo frente a Zett. Otro sobrevoló a Kaidra. Meyra redujo su pulso a ocho latidos por minuto. Eiran se concentró en nada. No en vacío. En nada. Era un estado de no-emoción aprendido por repetición traumática.
Pero entonces uno de los haces cambió de color. Lior transferido desde la Unidad 5-P, no aguantó. Su CR-0N brillaba en rojo: **1A:01R:03X**. Su mandíbula tiritaba. Su pecho se contraía. No fue por miedo. Fue por culpa crónica. Su hermana había muerto durante una inspección anterior: una fractura en la estructura del andamio provocó su caída desde el nivel superior. Pero no fue accidente. Lior la había hecho subir sin autorización. Habían cambiado los turnos. Fingieron. Rieron. Y en un mundo sin margen de error, la risa fue su sentencia.
Desde entonces, cada inspección era una ruleta rusa en su pecho. El recuerdo no se manifestaba como un pensamiento: lo hacía en forma de presión detrás de los ojos, en la rigidez de su espalda, en las manos que temblaban como si sostuvieran todavía el peso muerto de ella. Lior dejó de dormir. Tomaba SubXehm hasta alucinar. Pegó fotos mentales de su hermana sobre las paredes internas de su cráneo, esperando borrarlas. Pero estaban ahí. Vivían allí. Y ese día, ese instante, la vio caer de nuevo. El crujido. El grito seco. El golpe final sin eco.
Su CR-0N colapsó. 1A:01R:03X. Patrón inestable. Anomalía sin redención. El Guardián de la máscara líquida lo miró. Y en su reflejo, Lior no vio su rostro: vio el de su hermana, rota, observándolo. Luego vio el suyo… gritando sin sonido. Pidiendo ayuda donde ya no quedaba nadie.
La vara descendió. No con violencia, sino con inevitabilidad. Lior cayó. Como si el aire decidiera no sostenerlo más. No murió. Fue extirpado. Su CR-0N apagado. Su existencia sellada en negativo.
Dos drones lo sujetaron por los tobillos. Su cuerpo no sangraba. No sudaba. Ya no era orgánico. Era ausencia comprimida. Nadie lloró. Nadie se permitió el gesto. Porque el dolor —ahí— tenía categoría penal.
Cuando los Guardianes se retiraron, la gravedad volvió a sentirse. Las luces temblaron. El aire regresó. Pero algo había cambiado. Un espacio intangible se había erosionado en todos. Zett habló primero:
—Esto ya no es escuela. Es quirófano emocional.
Meyra limpió la sangre de su nariz y murmuró: —Siempre lo fue.
Kaidra escribió con bisturí sobre la mesa: "03X = vida sin registro.
Eiran miró su CR-0N. La curva que antes subía con ritmo constante ahora temblaba. Como si se hubiera contaminado. Como si, por primera vez, **él también hubiera sentido algo que no debía ser procesado.**
La cápsula de extracción había desaparecido, pero el eco de Lior persistía en la psique compartida como un código residual. Nadie hablaba. El silencio era más que norma: era una coraza. Las mesas comenzaron a replegarse solas, el comedor asumía la siguiente rutina, como si un cuerpo amputado aprendiera a caminar sin percatarse de la pérdida.
Eiran se quedó inmóvil. Su CR-0N ya no proyectaba una curva estándar. Algo vibraba en paralelo, como un reflejo que no obedecía a su pulso. No sabía si era un error, una mutación o simplemente el efecto del miedo mal procesado. Pero no era normal. Y eso lo aterraba más que cualquier inspección.
—¿Te pasa algo? —La voz era humana. Adolescente. Seca. No modulada por el sistema.
Eiran parpadeó. Frente a él estaba un chico de cabello blanco sucio, ojos inyectados y una cicatriz bajo el párpado. Llevaba el uniforme abierto y múltiples chips de monitoreo arrancados. Tenía un colgante con una tuerca oxidada. **Grev**, pero no como mito: como alguien demasiado vivo para ese lugar.
—Estás como... ¿flasheado? —dijo mientras se sentaba a su lado sin pedir permiso. Le lanzó un paquete de barras reconstituyentes que alguien más había dejado.
Eiran dudó en contestar. Nadie se sentaba sin razón. Nadie hablaba sin cálculo. Pero Grev lo hacía como si no le importara. Como si el sistema no pudiera alcanzarlo. Como si estuviera harto de cuidarse.
—No vi nada —respondió Eiran, al fin.
—Exacto —sonrió Grev, sin humor—. Eso es lo raro. Todos vieron. Pero tú no reaccionaste. Ni un tic. Como si no estuvieras… sincronizado.
A su lado, se acercó una chica de piel tatuada con mapas neuronales. Tenía un lector de audio colgando de una oreja y lo manipulaba como quien cambia canciones. **Rav**. Luego un chico enorme con implantes mal soldados, brazos marcados por quemaduras. **Ton**. Y otro más, delgado, con una prótesis ocular que giraba constantemente: **Leke**.
—No es una entrevista —dijo Rav—Solo estamos curioseando. Hace tiempo que no veíamos una señal así en el sistema.
—¿Cuál señal? —preguntó Eiran, más por llenar el silencio que por curiosidad real.
—Una desviación emocional sin origen —explicó Leke, ajustando su ojo mecánico—. A veces aparece una línea extra en el CR-0N. Pero no se genera desde el sujeto. Es externa. Como si algo más… respondiera desde adentro del sistema.
Eiran sintió una punzada. Exactamente eso era lo que había visto. Una línea débil. Ajena. Latente.
Grev se levantó. Le tendió algo envuelto en una tela sucia: una especie de conector militar oxidado, diseñado para puertos antiguos. Algo que no debería existir en un módulo educativo.
—No te estamos invitando a nada. Solo… si un día tu CR-0N empieza a hablarte de nuevo, enchúfalo a eso. No te va a gustar. Pero al menos no vas a estar tan solo.
Eiran no respondió. No tomó el objeto. Pero tampoco lo rechazó. Rav lo dejó sobre la mesa sin decir más. Luego se marcharon como llegaron, sin ceremonia ni melodrama. Como si fuera solo otro día, solo otra unidad… solo otro sistema colapsando lentamente.
Meyra lo miró de reojo, por primera vez sin gesto calculado. Kaidra detuvo su bisturí. Zett exhaló con un sonido real, no simulado.
Eiran bajó la vista hacia su CR-0N. Una nueva línea seguía creciendo junto a la curva principal. Y por primera vez, no sintió miedo. Sintió… expectativa.
Fin del Capítulo 1.