La mente de Mei-ling daba vueltas. En un instante, compartía una velada agradable con el hermano al que apenas conocía, pero ya adoraba. Al siguiente, un hombre poderoso se arrodilló ante ella, y entonces... eso. Su respiración se entrecortó, su mundo inocente se tambaleó. Era tan... grande, tan innegablemente presente. Una calidez, desconocida y alarmante, comenzó a florecer en su interior. Su sorpresa inicial se enfrentó a una extraña e innegable fascinación.
Cuando el Guardián empezó a moverse, rozando su ardiente virilidad contra su rostro, los pensamientos de Mei-ling se convirtieron en un caos. ¿Qué es esto? Su cuerpo retrocedió instintivamente, pero una curiosidad imperiosa la inmovilizó. La fricción áspera, pero extrañamente tierna, contra su mejilla le provocó escalofríos. Un aroma peculiar, primitivo y embriagador, llenó sus sentidos. Sabía, con una certeza inexplicable, qué era aquello. La vergüenza la invadió, ardiente y repentina, pero bajo ella, una pequeña chispa de rebeldía brilló. Está tan cerca... es... cálido.
Entonces, sus manos guiaron las de ella, instándola suavemente a tocarlo. Sus dedos, temblorosos, se cerraron a su alrededor. Fue una revelación, una conmoción para sus sentidos protegidos. La firmeza, el calor, su enorme tamaño. Su mente gritó en protesta, pero su cuerpo, una entidad traidora, respondió con un jadeo involuntario.
Cuando sus labios, casi por voluntad propia, se separaron para saborear, el mundo de Mei-ling se redujo a esa única y abrumadora sensación. Era extraña, pero inquietantemente irresistible. Le ardían las mejillas, pero un calor distinto se extendía por sus venas. Sabía que esto estaba prohibido, algo que debía rechazar, pero una parte de ella, una parte recién despertada, estaba fascinada. Se dejó guiar, cada movimiento era un testimonio silencioso de un orgullo que jamás expresaría en voz alta.
Más tarde, en el gran dormitorio, la atmósfera se llenó de una sensualidad húmeda, una sinfonía de sonidos apagados y el sutil aroma de piel excitada. Mei-ling, junto con Mia, Lia y Rosita, se vieron envueltas en una danza prolongada e íntima alrededor del Guardián Verde. Era menos una maraña caótica y más una escultura fluida y ondulante de formas humanas.
Cuerpos apretados, un delicado ballet de suaves curvas que se unían a músculos firmes. El Guardián, un ancla silenciosa y poderosa, se convirtió en el centro de su órbita colectiva. Su piel, resbaladiza por el sudor, brillaba bajo la luz ambiental mientras se movía, con movimientos lentos y pausados. Sus delicados glúteos subían y bajaban con gracia rítmica, presionando contra su figura, provocando suaves y susurrantes sonidos que el aire húmedo engullía.
La habitación resonaba con los suaves murmullos de placer, el ritmo acelerado de la respiración colectiva, el suave golpeteo de los cuerpos en movimiento. Era un ritual sostenido de contacto íntimo, una exploración continua de sensaciones compartidas. La risa de las mujeres, ahora desinhibida, se mezclaba con suaves gemidos y suspiros de satisfacción, tejiendo un complejo tapiz sonoro. El sudor perlaba sus frentes, trazando caminos por la piel enrojecida, sumándose a la neblina casi onírica de la habitación. Sus cuerpos se entrelazaron, separándose solo para volver a unirse con un deseo renovado, testimonio de la poderosa pero controlada presencia del Guardián.
Jian, oculto entre las sombras, sintió una oleada de euforia abrumadora. La cámara, extendida desde su mano, se convirtió en una extensión de su voluntad, capturando cada ondulación, cada rostro sonrojado, cada sonido delicado. Mientras observaba a su hermana, ahora voluntariamente parte de este tapiz verde, sintió una profunda gratitud silenciosa hacia ella. Se había convertido en una almohada más en su creciente colección de conquistas "verdes", aumentando el increíble poder que sentía.
Un profundo suspiro de puro placer escapó de los labios de Jian, mientras su cuerpo temblaba de intensa satisfacción. Esto era. Este era el verdadero significado del Sistema Soberano Verde. Con cada nueva conquista, cada momento orquestado de rendición, se sentía cada vez más fuerte, más imparable. Su mente resonaba con una ambición singular e imperiosa: convertirse en el más fuerte, el Maestro Verde definitivo, sin ningún deseo sin cumplir.