Avanzaba entre sombras guardianas que le compartían un silencio inquietante. Las hojas crujían bajo sus pies, susurrando secretos que el tiempo no había podido borrar de su memoria. Desde aquel trágico día, su sonrisa se había convertido en un recuerdo lejano. A veces, intentaba recuperarla mirando aquellas fotografías. Pero solo hallaba ausencia… y un dolor que ya no sabía cómo nombrar.
Finalmente, sus pasos lo condujeron hasta su destino. Sus manos no tardaron en temblar al acariciar el mármol, como si en él reviviera el frío del último invierno en la capital.
"¿Familia… por qué me dejaron solo? Aun las necesito, pero sus voces y recuerdos son sombras que se alejan y se desvanecen."
Por un momento, se sintió tan frágil como el niño que había sido, y tan distante como el rey que nunca llegó a ser.
—En mis recuerdos, las imágenes se desplegaban como un álbum de fotografías. Entre ellas, mis hermanas gemelas… Dos mitades de una misma alma, separadas por sueños opuestos. Una aspiraba a convertirse en caballero ejecutor, un guardián que velara por el reino. La otra, en cambio, soñaba con expandir los dominios, decidida a transformar a Roster en un gran imperio.
Aunque una poseía un talento admirable con la espada, me preguntaba si, detrás de su mirada fría y decidida, había algo más que fuerza y determinación: tal vez el miedo de perderse a sí misma. Mi otra hermana, aunque tenía una mente brillante, me hacía cuestionarme: ¿realmente disfrutaba de su rol como futura reina, o era solo una máscara para ocultar sus propios temores?
A veces, cuando nuestras miradas se encontraban, sentía un amor silencioso, hecho de gestos que solo compartíamos en secreto. Lo comprendí tarde, quizás demasiado: mis hermanas no querían que siguiera sus pasos.
Mi madre solía decir que el mundo era un lugar misterioso. Siempre lo repetía con una sonrisa serena. Pero en sus ojos… había algo más: una sombra, con forma de cicatriz, de un pasado que nunca se atrevió a contarme.
Sus abrazos siempre eran cálidos. Sí, como si quisiera envolverme en una burbuja donde el tiempo se detuviera. A veces, cuando me miraba en silencio, veía en sus ojos la ternura de una madre… y la tristeza de quien sabe que, tarde o temprano, su niño cruzará la puerta hacia un mundo que ella habría querido guardarse para siempre.
Aún recuerdo aquel momento en que burlé la seguridad del palacio y me lancé a lo desconocido. Aunque el invierno ya había tocado la tierra, corrí hasta que mis piernas cedieron. Finalmente, agotado y con una sonrisa de rebeldía, me refugié entre las sombras de un viejo árbol. Ahí, en ese rincón del mundo, algo se movió. Un susurro… tal vez el viento. No lo sé.
Una figura acurrucada temblaba bajo la nieve, como si el frío desgarrara su alma. Al principio, no pude verla con claridad, pero algo en su presencia me atraía, como un llamado lejano.
A medida que me acercaba, el latido de mi corazón se intensificaba.
El viento, como un susurro de misterio, levantó por un instante su manta, revelando un rostro marcado por el sufrimiento y el miedo.
Sus ojos... eran vacíos, como si su existencia estuviera a punto de desvanecerse.
Le extendí la mano. No entendía el por qué. Tal vez era la necesidad de salvarla, de hacer algo que jamás había hecho antes.
"Ven conmigo, yo cuidaré de ti."
Esas palabras no me representaban. Yo era un niño que siempre había sido protegido por los demás. Tal vez por eso, una sonrisa nerviosa, más dirigida a mí mismo que a ella, se formó en mis labios.
Su piel, casi pegada a los huesos, parecía una sombra de lo que alguna vez fue humano. Sus manos, frágiles y temblorosas, no eran capaces de sostener las mías.
Aun así, sus ojos brillaron por un instante, como si un rayo de esperanza atravesara su desesperación.
Mientras le brindaba esperanza, mi mente viajó hacia la torre del palacio, un lugar donde solía observar el mundo exterior desde lo alto, sin poder tocarlo.
Por mucho que observara, nunca comprendí las sombras que se deslizaban más rápido de lo que mis ojos podían seguir.
Las historias susurradas en los pasillos, las visitas de los hijos de los nobles… todo alimentaba mi conocimiento, pero nada de ello me había preparado para lo que ahora veía.
"¿Era esta la realidad que se ocultaba tras los muros del palacio?"
La pregunta quedó sin respuesta, mientras los pasos de los guardias se acercaban. Sus antorchas cortaban la oscuridad, como presagios de algo que ya no podía evitar.
Mi madre se acercaba y, desde lo alto de su corcel, me observó en silencio. No dijo nada. No hacía falta. Su mirada serena pesaba más que mil regaños.
Sentí la culpa oprimiéndome el pecho… ¿o era el frío calando en mis huesos? No lo sabía con certeza. Aun así, no podía dar un paso atrás. No frente a quien temblaba a mi lado.
—¡Lle... llévenla al palacio!
La voz me tembló al principio, como si aún buscara permiso. Pero las últimas palabras salieron firmes y limpias. Por primera vez, usé mi autoridad. No como un capricho, sino como el tercer príncipe.
Los guardias se miraron entre sí, incómodos, como si dudaran de lo que acababan de escuchar. Luego, obedecieron sin pestañear.
Mi madre me observó con una expresión que no supe descifrar. ¿Era orgullo lo que brillaba en sus ojos? ¿O preocupación... porque acababa de dar un paso que me alejaba de sus brazos?
Fuimos escoltados en silencio, pero en el camino el traqueteo de los caballos hundiéndose en la nieve y las antorchas balanceándose me inquietaban.
Sin embargo, mi madre, sin decir una palabra, me envolvió con su capa de cuero.
Su calor seguía siendo el mismo: firme y reconfortante… como la primera vez que me protegió del frío.
No sabía qué vendría después. Si aquella persona encontraría consuelo bajo nuestro techo, o si, sin saberlo, acababa de desencadenar algo más grande. Mientras avanzábamos, con el cielo cubriéndose de nubes y la noche cerrándose a nuestro alrededor, solo una cosa era cierta:
Algo dentro de mí había cambiado.
Al cruzar las puertas del palacio, miré hacia atrás, hacia la oscuridad de la ciudad. Por primera vez, no vi solo sombras. Vi personas… atrapadas en sus propias historias, en sus sufrimientos, en sus luchas que se repetían sin cesar.
Entonces comprendí con claridad que, cuando creciera, haría de este reino un lugar mejor. Pero ese era un camino largo, tan largo que apenas podía imaginar sus primeros pasos. Mis hermanas mayores ya tenían casi todo el control, y yo... yo solo era un príncipe sin territorio.
Sin embargo, a su lado, aprendería, sin duda. Tal vez fueran duras de carácter con los demás… pero conmigo serían la excepción.
Sentí cómo una cadena invisible se ajustaba a mi cuello, como si algo tirara de mí, recordándome que no podía huir de mi propia historia.
No quiero seguir adelante con estos recuerdos. No quiero enfrentar lo que está por venir.
—¿Por qué estoy tan solo?
La pregunta se extinguió como una llama. En su lugar, surgieron otras, más oscuras:
—¿Por qué siento que me observan? ¿Qué es esta sensación de que cada paso que doy está siendo seguido por ojos invisibles?
Por un instante, mi mente pareció fracturarse.
—¿Cómo puedo estar tan seguro de que todo esto es real?
Algo no encaja. Mi corazón late con violencia, como si quisiera escapar de mi propio cuerpo. Y, de pronto, el mundo a mi alrededor empieza a deshacerse. Como si yo mismo estuviera… desvaneciéndome.